2 de abril de 2012

Paranoia

¿Qué ha sido eso? se pregunta así misma. Está en su casa, a oscuras, en el pasillo con no más luz que la que entra por las ventanas de la calle. Y aun así está aterrada. El pasillo le parece más estrecho, y cada vez que pasa al lado de una puerta sus ojos se mueven inconscientemente hacia la luz tremebunda de la ventana, pensando que ha visto una silueta humana. Pero no, no hay nada. Su pánico aumenta y apremia su paso para entrar cuanto antes en su habitación, meterse en la cama y cubrirse con sus mantas de acero. Sin embargo, su paranoia crece y hace que el pasillo, que sólo consta de algunos metros, se vuelva interminable, y que tras cada rincón oscuro, aceche algún ser peligroso. Vuelve a pasar al lado de una puerta, esta vez entreabierta. Algo parece estar observándola desde la rendija, algo peligroso. Un ojo brilla en su perversa mente. Se acentúa el pánico. Quiere llegar ya, pero no puede. Sabe que sus pies se mueven, pero no llega a su destino. 
Por fin alcanza la puerta de su habitación. Ha ido todo el pasillo con los brazos extendidos como si así pudiese ensanchar más las paredes y lo mismo hace con los quicios de la puerta y ahora que ha llegado hasta allí, le da miedo pasar. ¿Y si me está esperando dentro? ¿Y si cuando pase la puerta me atrapa y me devora? Pero tampoco puede quedarse ahí, porque siente algo detrás suya, algo que la acecha. Se siente inmune, está en una encrucijada donde el dar un paso adelante o atrás, le provoca el mismo terror. Sin embargo da el paso adelante, no puede pegarse a la pared del pasillo y estar ahí toda la noche, necesita el calor de su cama, el peso de sus sábanas. Sigue con las manos en las paredes, el tacto rugoso del gotelé hace que aquello no parezca tan terrorífico y mórbido. La casa sigue sumida en un absoluto silencio. La luz que entra por la ventana parece más amarillenta, más terrorífica, más enfermiza. Se separa de la pared y corre hacia su cama, con la esperanza de que aquello que la observa y aguarda no salga a correr al mismo tiempo que ella y la atrape antes de poder meterse tras la esperanzadora coraza de algodón. Pero nada ni nadie la ataca. No obstante ella sabe que algo sigue ahí, tras el cristal de la ventana de su balcón. Puede sentir la silueta negra, los ojos amarillos y febriles clavados en el bulto que su cuerpo hace debajo de las sábanas. Sigue muerta de miedo, de terror, de pánico. Algo le dice que su cazador ha entrado en su habitación y se acerca a ella. Cierra los ojos y espera, con el corazón en un puño, no sentir unos colmillos clavados en su cuello antes de quedarse dormida.  

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