30 de agosto de 2012

Ella

Acariciaban las sábanas con sus cuerpos desnudos. Le besa el cuello mientras ella echa la cabeza hacia atrás para facilitarle el acceso, dirigiéndole hacia su pecho. Se estremece nada más sus labios tocan su clavícula. Mientras sigue besándole el pecho, su mano empieza a recorrer su sedosa piel: primero sube desde su mano hasta su hombro, baja y le acaricia un pecho, mueve su mano y roza una a una sus costillas, llega a la estrecha cintura y disfruta de sus angulosas caderas, de su marcada pelvis, de... Ella suelta un pequeño gemido ahogado y apretuja las sábanas entre sus dedos. Hábilmente mueve sus dedos mientras su boca se sigue acercando, haciendo el mismo recorrido que segundos antes ha hecho su mano; un sitio suave, húmedo, abierto...
Pero ahora le tocaba a ella. También quería las caricias, los besos, gemir, morder. Porque su obsesión era morderla, morder su marmórea piel mientras ella la complacía, demostrándole que ni siquiera sus cuerpos desnudos eran capaces de afirmar cuánto la amaba. 

17 de agosto de 2012

Me consume

-Me consume...
-¿El qué?
-Todo él. 
-Explícate.
-No puedo.
Y por supuesto que no podía, porque Jul no hacía más que pensar en sus sentimientos hacia él: los que le provocaban sus miradas, sus risas, sus gestos; los más horribles cuando veía que avanzaba hacia otra chica, y los más bonitos cuando él se acercaba a ella... Y sin embargo, todo lo que él significaba para Jul empezaba a desmoronarse; o al menos eso cría ella.
Jul sabía que no había dejado de quererle, pero cuando uno se acostumbra a sentir algo ¿podría decirse que el sentimiento había cambiado? Jul no lo sabía, no estaba segura, y eso le atormentaba. Le horrorizaba perderle. ¿Y cómo explicar un sentimiento, una idea, así? No podía, simplemente no podía. Y día tras día, y momento tras momento Jul se iba consumiendo, poco a poco, sin saber si quiera cómo salir de aquella pesadilla en la que se convirtió su mente; intentando, por todos los medios, explicarlo con palabras.

11 de agosto de 2012

Parte de mí

Una cascada de oro le caía sobre los hombros semidesnudos, al incorporarse, una gota de sudor le resbaló por la frente. Levantó la vista hacia el povoriento camino esperando ver en la lejanía a su pequeño hijo, Tomas, corriendo con una sonrisa en la cara y agitando una carta en una mano, mientras con la otra se agarraba los pantalones. Y allí estaba, tal como ella había imaginado.
Tomas tenía 5 años,  o al menos eso le parecía a su madre; aprendió muy rápido a caminar, y en seguida le perdía de vista en cuanto empezó a correr. Muchas veces se perdía, y pasadas unas horas, cuando su madre estaba ya en los límites de la histeria, él aparecía, risueño y con ganas de jugar. 
Pero no siempre era jugar, muchas veces, Tomas, ayudaba a su madre; algunas veces más que otras, pero siempre estaba ahí cuando le necesitaba. 
Por fin llegó a su lado, y le estrechó fuertemente las piernas; con amor, con cariño. 

Y así es este blog para mí: un hijo, una parte de mí que, ni queriendo, podría borrar. Ni siquiera aquellas entradas que me recuerdan momentos que no me gustan, que duelen. Y por eso escribo esta entrada. La entrada 200. Ni yo misma me lo creo, ni tampoco me creo los quince seguidores que tengo. Es obvio que no todos me seguirán leyendo, o que todos leen todo lo que subo, pero gracias por estar ahí, me gusta pensar que a alguien le gusta como escribo.
Pero sobre todo, gracias a un Cachito por ocurrírsele engancharme a otra red social más (porque, al fin y al cabo, eso es lo que es), es lo mejor que he podido hacer. 

6 de agosto de 2012

Una ilusión

  -¡... eso es mentira!
Apartó la bicicleta, tirada en el suelo, para que la risueña pareja pasase sin problemas, después volvió a fijar la vista al frente y a dejar los dedos sobre los labios mientras con el otro brazo se rodeaba así mismo. Se reflejaba la duda en su rostro; la duda y la impaciencia. Estaba esperando a alguien que tardaba mucho en llegar. 
Se iba a fugar. Había dejado su cuarto recogido y en la mochila llevaba ropa para tres o cuatro días, todo el dinero que había sido capaz de encontrar en su casa, y el que tenía en su hucha, comida y agua. Tenía pensado pedalear hasta que su cuerpo no aguantase más y se hubiese alejado lo suficiente de aquel infierno al que su madre llamaba hogar. 
Llevaba años planeándolo. 
Y ahora, mientras repasaba el plan, veía cómo, por fin, su mejor amigo, Jale, encendía las luces de su portal descubriendo su bicicleta y una mochila colgando de su hombro. 
Ambos habían sido rechazados por su familia; no consentían lo que ellos llamaban amor. 
Al verle se levantó y sonrió con complicidad. Un poco de culpa asomaba en los ojos de Jale, pero aun así se la  devolvió. 
Jale se paró en frente suya y dejó la bici en el suelo. Durante unos instantes no hicieron nada, se quedaron de pie, mirándose, cerciorándose de que la calle estaba totalmente vacía. Entonces él le besó. 
Pero nada más lejos de la realidad, lo que de verdad pasó, fue que Jale encendió las luces de su portal sin bicicleta ni mochila. 
Sabía que no se iban a fugar, ya había visto esa mirada otras veces.
  -Lo siento. 
Recogió sus cosas y apoyó su frente contra la de Jale. 
  -Tranquilo.
Le abrazó; le besó.
  -Nos vemos mañana. 
Y se fue.

5 de agosto de 2012

Ya veré qué hago conmigo

No tengo remedio ninguno.
Primero, decir que lo siento mucho, he fallado por completo con el reto. Fue muy bien al principio, pero a medida que se iba alargando, me era más difícil subir la foto cuando tocaba. De hecho, ni siquiera he subido las últimas seis, cantaría demasiado. 
Y segundo, decir que soy la persona más estúpida que en éstos momentos puede haber en Fuengirola; y mirad bien, porque eso no es fácil. 

3 de agosto de 2012

La colina


El sol del ocaso le quemaba la piel con suavidad y por ella resbalaban gotas de sudor, del sofocante calor del verano. Levantó la mirada para asegurarse de que le quedaba poco para llegar. Y efectivamente, ahí estaba, su árbol. Todavía estaba a los pies de la colina pero sabía que cuando llegase a la cima hallaría la paz que llevaba esperando todo el día. 
Se había despertado de buen humor, pero su nueva mascota le dio una agradable sorpresa al destrozarle todo el salón, sin embargo tenía que irse a trabajar y no tenía tiempo de arreglar todo ese desastre, así que rápidamente desayunó, se duchó y se vistió para salir con el tiempo justo para llegar apresuradamente a su trabajo. No era un trabajo en el que una persona se siente realizada, pero de algo había que comer. Tras ocho horas de trabajo, se sorprendió esperando la llamada de su madre  para que le atosigase con sus rutinarias preguntas sobre su no productivo trabajo, su indefinida soltería y sus escasos amigos. Sin embargo, su madre le llamó para darle una "mala" noticia: su hermana había roto con su novio. Y aunque no le resultase un acontecimiento desastroso, intentó escuchar a su madre, simplemente porque la quería. 
Su buen humor había ido disminuyendo y en un barómetro del uno al diez, estaba en números negativos. Y empeoró cuando empezó a llover y su paraguas estaba bien guardado en el armario de la entrada. Y más aún cuando al cruzar pasó un coche y le mojó de rodillas para abajo. 
Cuando por fin volvió a su casa, ya se había olvidado de Tobby y de su gran desastre, así que al introducir la llave en la cerradura y empujar la puerta con mucha desgana, sus pocas fuerzas volvieron a bajar por el ascensor y se fueron de paseo. Hizo un último esfuerzo y se puso a recoger todo el salón mientras encerraba el huracán en el cuarto de baño, el único sitio de la casa en el que no corría ningún riesgo la integridad de sus muebles. 
Derrotada, extasiada y sudada decidió que lo único que le podía arreglar el día era su preciado rincón de la ciudad en lo alto de la colina, debajo de ese gran árbol, desde donde podía ver la ciudad, a solas... Y allí estaba, de pie, debajo del árbol, disfrutando de las luces de la temprana noche y de la brisa que agitaba su largo pelo y enfriaba su perlada cara. El único momento de respiro ella se podía permitir.