30 de noviembre de 2012

Zapatos rojos

La puerta del portal se abre y unos zapatos rojos aparecen saltando los dos pequeños escalones. 
-¿María? ¡Espera!
Los zapatitos se detienen. 
-No corras tanto. Dame la mano. 
Vuelven a moverse. Sus preciosos zapatos rojos de charol brillaban alegremente y se iban parando en cada escaparate que veían. 
María adoraba esos zapatos y, aunque sólo los tuviese desde hace un año, para ella habían pasado muchos más. Mientras su madre le regañaba, María saltaba de charco en charco, evitando las rayas de las baldosas. Y sin siquiera fijarse, María entró, tironeada por su madre, en una tienda de zapatos y se sentó en la banqueta mientras su madre hablaba con la dependienta. Un minuto más tarde, ésta salió de detrás de una puerta con una pequeña caja. María se probó los nuevos zapatos, pero eran muy feos. 
-¿Qué te parecen, María? Son bonitos, ¿verdad? 
Pero María seguía pensando que eran lo peor que se había puesto nunca, así que le dijo a su madre, mientras ésta le toqueteaba la punta de los zapatos, que no necesitaba unos nuevos, que tenía los rojos. 
-Bobadas, están muy desgastados y te quedan pequeños. Nos llevamos éstos. -le dijo a la dependienta- Se los llevará puestos. 
-Muy bien. 
María, se cruzó de brazos y se obcecó en que no quería aquellos zapatos, pero su madre fue más rápida cuando fue a coger los suyos rojo y se los dio a la dependienta para que los tirase. 
María no lloró, no era de esas niñas que lloraba, pero a modo de rebeldía fue corriendo al charco más grande que había y chapoteó en él hasta mojarse las rodillas. No consiguió nada: su madre siguió andando de vuelta a su casa. 
Una semana más tarde, María se había olvidado de sus viejos zapatos y sólo se ponía los nuevos zapatos rojos charol. 

La mujer de tus sueños

Tumbada en la cama sin poder conciliar el sueño, atenta a todos los ruidos que volasen por la casa.
Click.
Una luz al otro lado del pasillo se enciende. Se oyen pasos. Zapatos de mujer.
Click. 
Se apaga la luz, y se oye una puerta cerrarse. Silencio.
Tap. Tap. Tap. Tap. Tap...
Vuelven a sonar los pasos. Pero no podía ser real. Su madre, quien hace unos minutos merodeaba por la casa, ya se había dormido. Estaba segura. Eran las dos de la mañana y había que trabajar al día siguiente. 
Inmediatamente se obligó a no pensar en ello. A no alimentar su imaginación y sus miedos. A no despertar sus pesadillas. Así que dejó la mente en blanco, se tapó un poco más con la sábana y durmió. 
Pero ya era demasiado tarde...

Unas tétricas llamas iluminaban la mansión y el hogar estaba casi extinguiéndose, un grupo de personas y yo nos encontrábamos sentados el delante, intentando atrapar todo el calor posible. 
Me levanté y dije:
-Me voy a explorar. 
Dos o tres me miraron pero el resto ni pestañeó. Nadie dijo nada. 
Estaba en un pasillo lleno de puertas, con mi mejor amiga. Las mirábamos y sabíamos que estaban cerradas, y aunque no lo estuviesen daba igual, porque habíamos encontrado una puerta, la puerta. Mi amiga la abrió e inmediatamente una sombra negra la engulló, pero justo a tiempo conseguí agarrarle el brazo. Tiraba y tiraba, pero no servía de nada y justo antes de que desapareciese, grité su nombre. 
Ahí me quedé, mirando la habitación oscura, las sombras de los muebles.
-Cariño.
Era la voz de mi madre, pero no podía moverme, no podía dejar de mirar la habitación. Noté una mano en mi hombro, y cuando la agarré, con la intención de consolarme:
-Cariño...
No era la voz de mi madre. Era la voz más vacía, terrorífica y hedionda que jamás había oído. Una voz que me transportó al lugar más oscuro y horrible que podía conocer, un lugar en el que sólo se respiraba maldad. Me giré y sólo un grito estruendoso consiguió expresar el horror de ver que sujetaba la mano pútrida del esqueleto de una mujer que me repetía:
-Soy la mujer de tus sueños. 
Sin poder moverme, puso sus ásperas manos sobre mi cuello y empezó a ahogarme. 

Oscuridad... poco a poco fui vislumbrando las curvas de mi cortina. Estaba totalmente acurrucada en la esquina de mi cama, con sudor en la frente y el corazón a cien, cuando:
-Cariño...

11 de noviembre de 2012

El amor

Oh, dioses de los dioses, cuan horrible suceso me ha acontecido esta noche: el amor ha llegado a mí, con todas sus penas y alegrías.
Ocultos entre las sombras de los escalones nos encontrábamos, sintiendo nuestros labios, nuestros cuerpos, nuestro calor. Era como vuestro dulce néctar, mas por desgracia vuestra posesión se hacía notar, pues cuanto mas tiempo estaban unidos nuestra bocas, más deseaba yo que el tiempo se detuviese, sin embargo éste no hacía más que correr. ¡Y digo que si corría! puesto que sin darnos cuenta, ya nos hallábamos comentando el mismo tema de todas las noches: la solitaria despedida. ¡Y ay  de mí! si alguien, tan poderoso como vosotros, me niega mis ganas y mi deseo por dormir entre sus brazos, sin embargo, imposible se hace ante el hecho de que estamos atrapados entre la moral y la cortesía. Pues cuando me dijo que ardería por tan sólo pasar una noche conmigo, yo no podía pensar nada más que en el que dirían, mientras mi corazón se desbocaba y  mi  estómago se descomponía.
Me colmaba de abrazos, me colmaba de besos, me colmaba de halagos  y no sabía nunca que responder, pudiendo tan solo regalarle mil sonrisas. Pero no me interpretéis mal. No cabe en mi más gozo por este gran invitado, mas más me gustaría si, en vez entre las sombras, pudiésemos, él y yo, enseñarles lo que es el amor, y aprovechar esta visita, y disfrutar su compañía; mas no puede ser más imposible. Y, sin más opción, y una amarga y esperanzada despedida, se alejó de entre mis brazos, tragado por una luz, dejándome sola ante el vacío de las sombras.
Pero no lloréis, no, vosotros no dioses, pues podéis ayudarme, y conseguir que este amor no se vaya nunca, haciendo que no olvide su rostro, que no olvide sus ojos, sus labios, sus manos, el tacto de ellas contra mi mejilla. Que no olvide el amor que me profesa. Que no olvide que él me espera a mí como yo a él. Como el anochecer al amanecer.

10 de noviembre de 2012

El tormento

¿Cuánto tiempo seguiré aquí? Sentado en una roca, sin saber qué hacer, hastiado, torturado y abandonado. 
Aquí, a las puertas del infierno y el cielo. Oh, Dios, ¿qué puedo hacer? Aislado de los mundos me dedico a redimirme de mi vida, ¿pero qué puedo redimir?, si tan solo recuerdo que tiempo atrás respiraba. No recuerdo mi vida, no recuerdo mi muerte, mas buen hombre no pude ser si me hallo aquí, hastiado, torturado y abandonado; es mi cuerpo cicatrizado quien más lo corrobora .
No como, no duermo, no hablo. Oh, Dios, ¡tan sólo pienso! Me hallo fuera de mí, fuera de todo: estoy entre tres mundos y ni mi mente me lo oculta. Espero a que la locura se apodere de mí, pero no llega y cuando en mi desesperación y esperanza, creo que ya es la hora, algo en mi ser me recuerda que es imposible. Tengo que averiguar cómo morí, pero, oh, Dios, ¡¿cómo conseguirlo?! si no puedo salir de mi obsesión; vivo en una jaula sin barrotes. Mas si averiguase cuán terrible fue mi despedida y cuán despiadado era mi ser, ¿qué me sucederá a continuación? ¿Atravesaré las llamas hacia el infierno, por mi vida de pecados? o ¿me cubrirán de luz, por mis arrepentimientos?
Y aquí me hallo, y siempre me hallaré, pues por el miedo de acabar quemado por mis errores prefiero seguir en el olvido: hastiado, torturado y abandonado. 
Socorro.

7 de noviembre de 2012

La muchacha de la ventana

La muchacha de la ventana, Salvador Dalí.
¿Qué estará pensando la muchacha de azul, apoyada sobre la azul ventana, oteando el azul mar? O quizás no esté pensando, sino esperando... Esperando a que alguien la envuelva en un abrazo, que la colmen de cariño, que la aparten de esa ventana. Vigila el camino de la orilla hasta su casa, pero nadie pasa, nadie se acerca. 
Horas estuvo esperando en esa grisácea habitación, sin más movimiento que el de las azules cortinas con la brisa, y sin más sonido que el de las azules olas del mar. Horas estuvo pensando cuándo llegarían para llevarla a pasear.

4 de noviembre de 2012

¿Quién?

Un goteo incesante machaca mis deseos de dormir, un come come que no se devora nunca por mucho que intente parar de pensar en ello. ¿Qué es esta ansiedad que habita mi pecho cada vez que estoy contigo, o el deseo de sentir tu calor, o tus huellas marcadas por todo mi cuerpo? 
¿Quién iba a pensar que mis pensamientos iban a dirigirse casi  siempre hacia ti?; que cada vez que salgo por la puerta de mi casa, camino pensando que me gustaría estar contigo; que todas las noches me acuesto en mi cama vacía sin poder evitar pedirte que te duermas conmigo. ¿Quién?
Conmigo, contigo, sin ti, sin mí, solos, separados, juntos, otra vez. 

Te quiero.