18 de diciembre de 2011

Annie


Érase una vez una chica. Pero no una chica cualquiera, sino una que era capaz de imaginarse los pájaros volando del revés, gatos que hablaban o, incluso, las conversaciones que pasaban a través de los cables telefónicos. Esa chica, se llamaba Annie. Su gran imaginación provocaba que la gente la viese muchas veces como un bicho raro, o una niña tonta, que no era capaz de madurar. Pero Annie, era en realidad muy madura: siempre derrochaba sus horas en cosas imaginarias, para poder soportar el dolor de su vida real.
Annie, nunca fue una chica muy afortunada, los chicos siempre se metían con ella en el colegio, y a medida que aumentaba de curso, la indiferencia hacia ella, crecía, tanto, que cuando llegó a segundo de bachillerato, sólo le hablaban los pocos amigos que había conseguido hacer a lo largo de su vida. Además, estaba su familia: sus padres se habían separado hace mucho y cada vez se iba distanciando más de ellos. Annie siempre albergaba en su cabeza unas conversaciones muy distintas con sus padres, y cuando no le gustaba lo que oía, porque ellos no la entendían, simplemente asentía con paciencia hasta que terminaban de soltar su perorata. Pero a pesar de que sus padres estaban separados, su familia seguía estando jerarquizada y su padre ocupaba el primer puesto de la pirámide: él implantaba sus normas, y sólo él tenía razón. Y su madre, aunque fingiese que ya no le quería, le odiaba por haberle roto el corazón y seguía albergando en el fondo de su corazón los restos de aquél amor despreciado.
A Annie le gustaba mucho leer, y escribir, y dibujar, y escuchar música, y la fotografía, y todo lo que fuese creativo o fomentase la imaginación y la cultura. Pero le daba mucha vergüenza expresarse, y cuando le preguntaban el significado de alguna creación suya, se irritaba y envenenaba su obra. Tampoco le gustaba que le corrigiesen, es más, lo odiaba. Si ella lo había hecho así, ¿por qué la corregían?
Y se preguntarán ¿y qué pasa con la vida amorosa de Annie? Pues no pasaba absolutamente nada. Annie había sido herida, y ella había hecho sufrir también, pero en ese momento de su vida, Annie estaba sola.
Y no le importaba, pero el año escolar no le iba bien a Annie, y llevaba mucho tiempo con una depresión que la estaba consumiendo por dentro, y de vez en cuando no podía evitar irse a la cama con una sabor salado en la boca.
A Annie le gustaba mucho el sarcasmo y la ironía. Eso y la facilidad que tenía para entablar más amistad con los chicos, siempre la habían hecho distinguirse entre las demás compañeras de su clase. Además, era fácil hacer reír a Annie, muy fácil, y ese año tuvo la mísera suerte de poder caer con un conocido del instituto, lo que significaba un pequeño muro en el que poder apoyarse. Dicho amigo le presentó a alguien ese año. Hacía que Annie se riese mucho, y eso estaba bien; consiguió otro trocito de muro. Pero no fue hasta un sábado por la noche de invierno, que sus amigas le dijeron que le gustaba a ese chico. Annie ni siquiera se lo pensó, y su primera afirmación fue un no rotundo. ¿Cómo le voy a gustar? Además, tiene novia. Soltó después de su afirmativa, y no paró de repetirse, a ella y a sus amigas, que eso no era posible. Pero Annie, por muy rara que fuese y por mucha imaginación que tuviese, no podía evitar verle de otra manera desde esa noche. Y por desgracia, en ese momento, y por suerte, en un futuro, Annie no pudo parar de pensar en él.
Es verdad que el chico tenía novia, pero cortaron, y las cosas se complicaron: teniendo novia, el chico era inalcanzable, Annie no iba a ser la que se metiese en medio, ella no era así. Pero ahora que no la tenía, las cosas se complicaban: ¿cómo saber si le seguía gustando a él?, ¿cuánto tenía que esperar para poder contarle lo que sentía? y por último, (pero no menos importante) ¿cómo decírselo? Annie era muy reservada y no se atrevía abrirse a alguien, por si lo estropeaba, y el chico que le gustaba le dejaba de hablar. Así que Annie decidió esperar. Quería asegurarse de lo que realmente sentía. O al menos eso quería hacerse creer, porque Annie estaba muerta de miedo.
Pero el plan de Annie no resultó, esperó demasiado, y una tarde soleada de mediados de primavera a alguien se le ocurrió darle la noticia: el chico, su amigo, él, había vuelto con su ex. El rostro de Annie enmudeció. Annie había quedado con sus amigas para ir a la playa por la tarde, así que puso buena cara (su cara de estoy bien, no me ha dolido) y salió de casa. Annie habló con sus amigas sobre lo ocurrido antes de ir a la playa.
-         ¿Y qué piensas hacer?
-         Nada, no puedo hacer nada. Así que dejaré que lo que siento haga lo que quiera y ya acabará yéndose.
Pero sus amigas no lo veían tan claro, y tenían razón, no acabó marchándose, sino incrementándose.
Annie no pudo quitar su cara de estoy bien, no me ha dolido hasta que llegó a su casa, pero después tuvo que seguir fingiendo un poco más: había cogido la costumbre de hablar con él por Messenger y cada vez que uno veía conectado al otro, se hablaban, y aunque esa noche Annie no tenía ganas de seguir pensando en nada, no pudo evitar sentirse un poco mejor cuando él le habló.  Era tan necia la pobre, que incluso cuando él no le contó que había vuelto con su ex, Annie seguía pensando que lo hacía sin darse cuenta. Y es que entre él y Annie había una enorme complicidad: ambos sabían que se gustaban. Por eso, el dolor de Annie fue tan profundo.
Sin embargo, Annie siguió con su cara de estoy bien, no me ha dolido, y siguió como si nada hubiese ocurrido. Annie sólo quería seguir viéndole.

Pero pasado un tiempo, cuando Annie ya había aceptado que él quería a su novia y que no la iba a dejar, él empezó a confiarle el estado de su relación: Él no estaba bien con su novia, ésta había cambiado, y la relación no era como antes, apenas se hablaban, y mucho menos se veían. Pero la necedad de Annie impedía aprovecharse de la situación, y en vez de intentar separar a la pareja, le intentaba consolar y le daba consejos para arreglar su situación. ¿Qué otra cosa podía hacer?, ella era así.
A pesar de los necios esfuerzos de Annie por ayudarle a conservar la relación de su amigo, un día éste le dijo que no lo soportaba más y que iba a cortar con su novia. Annie esperó. Esperó como si fuese la amante de un marido que le promete que va a dejar a su mujer. En realidad no pasó tanto tiempo, como mucho un par de semanas, pero para Annie fueron años luz, y cada vez que le veía la chispa que sentía por él se reanimaba, pensando que tal vez había dejado a su novia y se dirigía a ella a decirle lo que sentía. Pero no, Annie esperó impaciente montada en una montaña rusa… y al final sucedió: él cortó con su novia. Y aunque Annie era feliz por ello, había otro problema de por medio que Annie llevaba pensando en él desde antes que su amigo cortase con su novia: el curso se acababa.
La relación entre Annie y su amigo no estaba del todo afianzada, quizás por la complicidad, porque ambos eran libros cerrados, o quién sabe por qué en realidad. Así que Annie pensó que quizás un modo de mantenerle junto a ella era ayudándole con sus estudios, y le propuso un plan:
-         Si quieres, podríamos ir en las vacaciones por la mañana a la biblioteca juntos… tú estudiarías Historia y yo Historia del Arte…
-         Vale, ¿a qué hora?
-         ¿A las diez? Es cuando abren.
Y así Annie se aseguró de poder verle al acabar el curso.
Afortunadamente, Annie sabía ocultar bien sus altibajos y sus padres no se dieron cuenta por un tiempo. Pero su madre no era tonta, y sabía cuándo le gustaba alguien a Annie, y cuando Annie se lo contó a su madre y vio su cara, le preguntó:
-         ¿Qué?
-         Que me suena a que eres su segundo plato.
-         No es así, mamá.
-         ¿Estás segura? Yo no diría lo mismo.
-         Estoy segura.
Fin de la conversación.
Su madre no fue la única que le sugirió esa misma idea, varias personas la habían avisado ya, pero ella estaba convencida de que no era así, lo de su ex había sido un contratiempo, pero no malo, en realidad. Annie necesitaba saber qué era lo que sentía, y la situación le ayudó a esclarecerlo.
Pasado un tiempo, cuando él ya estaba soltero, seguía habiendo complicidad entre los dos, pero ambos seguían disimulándolo. Seguían quedando, quizás con más frecuencia que antes, y aunque Annie era feliz así, seguía habiendo algo dentro de ella que le susurraba que había dejado algo pendiente con él: millones de momentos en los que sus miradas se cruzaban, en los que alguno de los dos podría haber dado el paso. Pero siempre había demasiada gente alrededor. Hasta que llegó el día:
Había sido un día casi normal: Annie había planeado una tarde de películas en su casa con palomitas y sus amigos, la única excepción era él. Toda la tarde transcurrió como Annie esperaba, pero cuando la noche cayó, sus amigos empezaron a marcharse y él fue detrás de ellos.
-         Puedes quedarte un poco más… si quieres.
-         Sí, quédate –respaldó una de las amiga de Annie.
-         No… yo también me voy, no quiero molestar.
Annie lo intentó un poco más, pero no se molestó demasiado, no era la primera vez que él rehusaba su invitación, y sabía que era inútil, así que Annie cerró la puerta de su casa quedándose sola y dudando si él seguía teniendo interés por ella o no; Annie se inclinaba más por el no. Diez o quince minutos más tarde, el móvil de Annie empezó a sonar. Annie quería convencerse que sería alguna de sus amigas diciendo que se les había olvidado algo, pero ella sabía que era él. Y efectivamente.
-         ¿Annie?
-         Sí.
-         ¿Puedes bajar un momento?
-         Mmm… claro.
Annie estaba nerviosa, sabía que algo iba a pasar, lo sentía. Estaba feliz por ello, así que se cambió en unos minutos y bajó lo más rápido que el ascensor le permitió.
Annie sabía de qué quería hablarle, y después de un rato esperando a que él saliese del lío en el que se había metido hablando, le cortó.
-         Sé que te gusto.
-         ¿Y?
¿Y? ¿Cómo que “y”? Pensó Annie. A pesar de que Annie había estado esperando ese momento desde hacía mucho no sabía qué decir exactamente, así que empezó a soltar estupideces. Annie tenía miedo de no ser la pareja que él esperaba, sobre todo después de verlo con su ex, y le entró el pánico.
Terminaron de dar el pequeño paseo alrededor de la manzana, regresaron al portal de Annie, y Annie seguía sin aclararse y él se estaba impacientando. Annie hubiese preferido que fuese él quién diese el paso, pero se iba a ir, y Annie no podía permitir que se marchase, así que se abalanzó sobre él y le dio un beso. Tenía miedo, no quería volver a equivocarse, pero tampoco quería perderlo.
Le besó. Ella le besó. Y ahí empezó todo.

21 de noviembre de 2011

Mi mochila tenía hambre

Recuerdo que en aquella época sentía los huesos contra el asiento; recuerdo que pocas veces me sentía realmente cómoda, y recuerdo que sentía que el viento me iba a volver loca. Pero nada más. Sé que en aquella época salía con alguien, que había empezado la universidad y que mi madre estaba entrando en la época HORMONAS DESCONTROLADAS, FIN DE LA RACIONALIDAD. Y lo primero que recuerdo de esa época es un pinchazo en la espalda mientras leía en un banco al sol. Duma key era el libro que me estaba leyendo en aquél momento; tenía muchos en mi mesilla de noche, y muchos más en las estanterías de mi casa, pero me estaba tomando mi tiempo con él. Lo leía siempre que estaba en la universidad, y cuando terminaba mis clases, y tenía que esperar a que mis amigos terminasen las suyas, me iba al jardín de su universidad y me sentaba en las mesas de piedra. Era un sitio tranquilo y a menudo dejaba vagar mi mente tranquilamente por la nada hasta que volvía a darme cuenta de que el viento hacía revolotear las hojas de mi libro y me volvía a concentrar en mi lectura. 
Pero esos paseos por la nada eran largos y cuantiosos y muchas veces me costaba salir de aquél lugar. Cuando estaba allí mi mente pensaba por sí sola, no me concentraba en nada, simplemente dejaba que lo primero que me cruzaba por la mente tomase su propia forma, su propia autonomía. Y funcionaba, mi cuerpo entero se relajaba y el mundo de mi alrededor desaparecía, dejándome sola en un lugar creado por mi propia mente, una mente que yo no controlaba. Sé que al principio de empezar la universidad, aprovechaba el tiempo de después de mis clases para pasar apuntes y adelantar trabajo, pero cada vez me era más difícil reprimir las ganas de dar paseos y a la semana ya había desistido del todo de cualquier tipo de obligación. Sólo tenía ganas de sentarme en las mesas de piedra, sacar mi libro de la mochila, y ponerme a leer.
(...)
Mis paseos no eran como soñar despierta, siempre sabía lo que pasaba a mi alrededor. Más bien era como una multiplicación de mentes, siempre había dos mentes: la real, la que siempre sabía qué ocurría de verdad a mi alrededor y la que se encargaba de decidir cuándo se terminaban mis paseos; y la “imaginaria”, esa que me agarraba de la mano y decidía cómo sería el camino a seguir. Y la pongo entre comillas porque no sé muy bien cómo definirla, no es imaginaria, existe, es real, pero no la puedo llamar clon de la otra porque no son iguales, simplemente está ahí, es como en una relación donde uno de la pareja es infiel: es la otra. A veces creo que estuve mucho tiempo yendo agarrada de la mano de la otra. No sabría muy bien cuánto, pues para mí el tiempo es muy relativo, a veces un mes me parece una eternidad, pero en el momento me parece que ha pasado volando, y dudo mucho que en aquella época fuese distinto.
(...)
Había adelgazado, no sé cómo, ni por qué, pero había adelgazado. Me dijeron que llegué “chupada”, pero no me acuerdo quién me lo dijo, ni tampoco de dónde llegué. Que yo recuerde, en esa época no había hecho ningún viaje, por lo menos no físicos. En muchas ocasiones, cuando estaba un tiempo sentada, los huesos empezaban a clavarse en el asiento, ejercían tanta presión que a veces creía que el hueso iba a traspasar mi piel, creándome desagradables y dolorosas heridas. Y menos mal que a la otra no se le ocurrió llevarme por aquél camino, porque sino, tal y como se pusieron las cosas, lo habría pasado realmente mal. Afortunadamente, los paseos sólo afectaban a la vida real cuando la persona que resultaba herida era yo. Muchas veces le ocurrían desgracias a seres queridos, conocidos, o incluso a gente que sólo había visto una vez en mi vida. Y afortunadamente, descubría que si experimentaba aquellas cosas durante mis paseos, después no ocurrirían en la vida real. Sin embargo, no podía forzar que ciertas cosas pasasen. Lo había intentado infinitud de veces pero siempre había algo que me bloqueaba y mis tentativas se veían frustradas.
(...)
Me daba igual cómo terminase el paseo. Una vez decidí soltarme de la mano y exploré el camino por mi cuenta, la universidad era enorme y tenía un montón de recovecos que todavía no conocía. Descubrí dónde estaban secretaría y el salón de actos, y descubrí que había un muro con ventanas en mitad de la nada, sin embargo, ese día encontré algo más interesante que una sala de cine para dar conferencias. Cuando me aburrí de abrir puertas y no encontrar nada interesante, decidí que era hora de volver a perseguir personas, a lo mejor pensé que así encontraría algo más interesante. Y lo encontré. La persona a la que seguía volvió a desaparecer en un abrir y cerrar de ojos delante de una puerta cualquiera, y en vez de darme la vuelta, abrí la puerta. Al instante estaba colgando del pomo de la puerta, sin más suelo que el aire que había entre mis pies y las baldosas de la planta de abajo. Estaba histérica, pero aun así me solté y me dejé caer, creo que no se me ocurrió nada mejor. Sé que me vi tirada en el suelo con la cabeza encima de lo que hubiese sido un gran charco de sangre, pero no me impresionó mucho verme así, sabía que en la vida real no me había pasado nada, pero aun así mascullé un ¡¿qué gilipollas pone ahí una puerta?! Y sin más, volví al mundo real y me fui, no recuerdo a dónde, pero supongo que no tiene mucha importancia.
(...)

15 de octubre de 2011

Y se dio cuenta de que era feliz

Fijamente se inspeccionaba la cara mientras pasaba la mano por ella. ¿Cómo podía haber llegado a esa situación? A ese vaivén de emociones, a esas ganas, a ese todo. Sus ojos verdes no se veían cansados (si sabías leer bien en ellos), estaban contentos, estaban felices, eran felices. Se apartó un mechón de pelo para poder ver mejor sus propios ojos. Escrutaba su rostro como si no fuese el suyo, como si fuese el de un desconocido. Los poros de la piel, la barbilla, los labios rojos, la nariz, los pómulos, el flequillo que tapaba su frente, sus ojos. Paseaba las yemas de su mano incrédula ante el reflejo.
Sin avisar, el reflejo movió la mano por sí sola y la acercó a la superficie, un par de segundos más tarde estaba tocando la mano de sí misma. Éste le agarró de la muñeca, y tironeó levemente de ella hacia abajo, mientras con su otro reflejo de mano le acariciaba el mentón y le obligaba a mirarse a los ojos. Pero de otra manera, más intensa. Se fijó en todas las muescas de su iris, que se concentraban dando forma a un volcán visto desde el cielo, donde la pupila se erguía en el centro, negra, profunda, abismal; y a medida que se alejaba de la boca del volcán unos tonos azules iban apareciendo.
Su reflejo la estaba absorbiendo por completo, pero no le importaba. Podría haber luchado, haber roto el espejo, pero no lo hizo. Ella siempre se había fiado de la gente que le hacía sentir bien, de la gente que se sentía bien consigo misma, de la gente que reía, de la que hacía reír, de la que siempre estaba ahí, de la que era feliz; y ¿quién mejor para seguir hacia un espejo que así misma?  

27 de septiembre de 2011

Bárbara




La barra de labios color rojo 297 se deslizaba por su boca, estaba lista para salir de su prisión semanal  y embriagarse como si no tuviese que ir al trabajo al día siguiente. Era domingo y salía sola, pero aun así, decidió vestirse de manera que pudiese llamar la atención. 
A las doce  de la noche, Bárbara salía de su casa. El frío rozaba sus desnudas y kilométricas piernas, realzadas por unos tacones rojos tan altos que daban vértigo, y también sus despojados hombros. Bárbara lucía un vestido negro, ceñido a todas las curvas que una mujer despampanante puede tener, dejando un pecho excesivamente escotado, que se ataba al cuello en una lazada que caía a través de la desnuda espalda; el vestido cubría un poco más de las zonas esenciales, dejando que la imaginación de los hombres (y de alguna que otra mujer) se desbocase a medida que ella caminaba.
A las doce y media, Bárbara ya había llegado a su destino: una discoteca nueva que se estaba poniendo de moda. Eso para Bárbara significaba un sitio nuevo donde no la conociesen y más posibilidades para acabar con alguien en la cama (o en un portal, en un cuarto de baño...). Bárbara se sentó en la barra, en cuanto el barman se acercó le acarició suavemente la nuca, y, pasando sobre la barra, le susurró al oído:
-Me pones...
-¿Cómo?-preguntó éste con una sonrisa maliciosa.
-Que si... me pones... una copa.
Bárbara le devolvió la sonrisa con un destello lujurioso en los ojos. Era "temprano" y tenía fichado a un concursante. Pero sabía que más que un concursante, era mas bien un premio de consolación por si, en toda la noche, Bárbara no encontraba nada que la satisficiese, porque ese "concursante" tenía que trabajar, y ella no quería impedírselo, y mucho menos siendo el barman. 
Mientras Bárbara esperaba esa copa, se puso de espaldas a la barra y empezó a inspeccionar a todas las personas: parejas que se daban el lote mientras bailaban, grupos de chicas que se pavoneaban delante de los chicos, grupos de chicos que se hacían los interesantes delante de las chicas, solitarios desesperados... y la siguiente presa de Bárbara.
Alto, apuesto, bien vestido... Bárbara lo miró de arriba a abajo, y él hizo lo mismo con ella. Ambos se observaban descaradamente.
-Señorita, su copa.
Bárbara se giró, y empezó a rebuscar en el bolso, el camarero pensó que sería el dinero para pagar la consumición, pero en vez de eso, Bárbara dejó sobre la barra una pequeña nota y se levantó en dirección a su presa con la copa en la mano. Mientras caminaba hacia su él, Bárbara acabó con la mitad de la copa. Cuando se acercó, le preguntó al oído:
-¿Cómo te llamas?
La música estaba muy alta, quizás un poco más de lo normal, y a menos que te pegases al oído, tanto que sintieses el aliento de la otra persona, no se oía nada. Así que lo único que Bárbara pudo oír fue un mal playback. Pero a Bárbara le daba igual, porque le agarró de la camisa, estrujándole la fina corbata, y se lo llevó sin ningún esfuerzo al cuarto de baño. 
Diez minutos más tarde, y con un orgasmo, Bárbara salió del servicio de caballeros de la discoteca, entró en el de señoras, y se retocó el maquillaje. Lista para otra presa.
No pasó mucho tiempo desde que Bárbara salió del cuarto de baño de señoras hasta que consiguió atrapar a otro hombre: éste era extranjero, se notaba por su cara cuando Bárbara le preguntó si quería ir al baño con ella. Con el extranjero, Bárbara tuvo más facilidad para llegar al orgasmo, así que en menos de diez minutos volvió a salir del cuarto de baño de caballeros para meterse en el de señoras.
Bárbara quería autoconvencerse de que se daba pena así misma por ser tan egoísta y no esperar siquiera a que los hombres llegasen, pero sabía que le daba igual. Bárbara tenía treinta y cinco años, pero aparentaba y vivía como si tuviese diez menos, y ya estaba harta de que la utilizasen sin que ella pudiese hacer lo mismo. Ya había escarmentado, había evolucionado, y ahora se quería comer el mundo; o más bien a los hombres. Pero el extranjero le gustaba mucho a Bárbara, y no quería dejarlo marchar tan pronto, así que cuando salió del cuarto de baño, le buscó y exprimió su poca capacidad para los idiomas, y consiguió que el extranjero la llevase hasta su hotel para pasar unas maravillosas tres horas de placer. 
Como Bárbara vivía la noche como si mañana no tuviese que trabajar, se marchó del hotel del extranjero a las cuatro menos veinte, pero en vez de irse a su casa y descansar al menos cuatro horas, Bárbara cogió un taxi y se dirigió otra vez a la discoteca. Cuando llegó, todavía quedaba bastante gente, pero Bárbara no regresó para ver si encontraba a otro amante fugaz, sino que venía a recoger su "premio de consolación". Sabía que era temprano, pero le apetecía bailar, y sabía que, en el fragor de la música, podría enrollarse con alguno más.
La discoteca cerraba a las cinco y media, con lo cual empezaron a despachar a la gente a las y veinte, pero Bárbara se quedó a la puerta de la discoteca, esperando a que su premio saliese por ella. Y salió, diez minutos tarde, pero salió.
-Que impuntual eres, ¿no?
El barman sonrió, y cinco minutos más tarde estaban besándose contra la puerta de su casa.
Bárbara estuvo haciendo el amor durante una hora entera, hasta las siete menos cuarto, después, cuando el barman se durmió, se metió en la ducha y luego tomó un desayuno. Cuando terminó se vistió y se fue como alma que lleva el diablo. Sin nota, sin teléfono, sin despedida. Simplemente cerró la puerta y se fue a trabajar.


12 de septiembre de 2011

Todavía no te he oído decir que puedo hacerlo

-Dicen que dormir mucho es un principio de depresión.
-¿Y?
-¿Te da igual?
-Sí,  tú no estás aquí para dormir. Levanta ya y mueve tu puto culo de ahí, que hay cosas que hacer.
-¿Y mis ánimos?, ¿mis palabras de aliento?
-Para ti no hay de eso, ya están reservadas para otros.
-Yo también quiero un plan de escapismo, quiero poder cortar esto de raíz.
-Fracasada.
-No te estoy pidiendo eso, por si no te has dado cuenta. Te estoy pidiendo otra cosa, más sencilla, menos dolorosa. No puedo replicarte nada porque es inútil, siempre me lo rebates aunque no tengas razón y lo sepas. Y a mí no me gusta pelear, no me gustan los gritos. 
-Eso es mentira; yo siempre tengo razón. 
-No, y ya podrías darte cuenta. Todavía no te he oído decir que puedo hacerlo.

29 de agosto de 2011

Olvidar despertarse

Los vientos azotaban con destreza, él galopando en su corcel y dejando el aliento helado tras de sí, seguía pensando en la descabellada idea de volver a tiempo a su casa sin que el temporal lo alcanzara. Pero era tarde y una lluvia inminente empezó a caer del cielo, pegando los rizos negros a su frente y dificultándole la visión. Un rayo cayó a unos metros, el caballo se asustó, y empezó a hacer cabriolas, el muchacho cayó al suelo, quedándose tumbado en mitad del embarrado camino mientras el corcel huía despavorido en mitad de la noche. Minutos más tarde el muchacho cobró la consciencia, pero ya era demasiado tarde: la tormenta había empeorado y se había convertido en una ventisca de nieve, que ya había tapado la mitad del sendero. Solo y perdido en mitad del bosque, el muchacho miraba a su alrededor con la mirada inquieta, abrazándose a sí mismo para conservar el poco calor que le quedaba en el cuerpo. Indeciso ante la idea de refugiarse a un lado del camino, decidió levantarse y caminar en cualquier dirección, para así conseguir que los músculos no se atrofiasen. Pero el muchacho estaba cansado, y caminar entre la nieve en mitad de una ventisca era más agotador aún, así que tras un rato, cayó rendido en mitad del camino y se arrastró trabajosamente a un lado de este, al resguardo de un árbol de tronco ancho y copa frondosa, para poder protegerse más de la tormenta de nieve. A pesar de los intentos del muchacho por permanecer despierto, el sueño se iba apoderando de él a medida que avanzaba la noche, y ni siquiera la idea de su amada esperándole resguardada enfrente del hogar pudo darle fuerzas para ello.


El muchacho soñó con cosas muy dulces y apacibles esa noche, haciéndole olvidar todos los tormentos de su vida: todas las peleas, todas las situaciones embarazosas, todos los malos momentos… incluido aquél. Pero por desgracia, quedarse dormido en mitad de una ventisca, supone la muerte, y esa noche, el 
muchacho, en mitad de una tormenta de nieve, olvidó incluso cómo despertarse. 

27 de agosto de 2011

Hoy

Ya queda poco, una semana exactamente, siete días, hoy mismo dentro de una semana, hoy. HOY.
Acojonada por completo, esperando y deseando que lo que tiene que pasar, pase pronto, y el resultado sea el aguardado, el ansiado, el anhelado, el necesitado. Sobre todo el necesitado. 
Sigo en una nube de irrealidad, incapaz de asimilar que esto me esté pasando, e incapaz de asimilar cómo hay gente que está en peor situación que yo, pero que sin embargo afronta mejor este horrible trance; e incapaz de asimilar cómo hay gente que en mi opinión se encuentran en las circunstancias en las que yo debería estar, gente que habiendo hecho muchísimo menos que yo (se podría decir que nada) han obtenido lo que yo llevo deseando desde hace mucho. Es irónico, teniendo en cuenta que llevo toda mi vida sin saber qué hacer y ahora que lo tengo claro, me niegan la oportunidad de cumplirlo. Divina ironía, pero ahora que lo pienso, esto es más bien sarcástico, un cruel sarcasmo.
Tengo ganas de meterme en la cama, taparme con la sábana, ahogarme con la almohada, y dejar de respirar.
[Pero así, con cariño y tal]

21 de agosto de 2011

Un resquicio de locura atisbaba en su mirada. La sola idea le consumía el alma; se podía ver en sus lágrimas no caídas, en su risa histérica.
Al pensarlo me doy cuenta de que necesitaba consuelo, y yo no se lo di, una parte de mí decía que no era el momento. Era como si al hacerlo, le otorgara aquel conocimiento que ella no quería asimilar. 
Se oculta la verdad así misma, pero creo que es porque sabe que si la acepta sentirá que ha perdido el tiempo, el dolor será real, y todo habrá sido mentira. Una mentira.
Mientras, los mil kilómetros separan las verdades calladas, los pensamientos ocultos; vuelve todo vacuo e inútil. Ya no tiene sentido, pero ¿para qué darse cuenta si siempre es más fácil vivir en una mentira? 
Ojalá que despierte pronto y yo pueda estar ahí.

9 de agosto de 2011

Please

Esbozó una sonrisa. Una gota de sudor le caía por el centro de la columna. 
¿Cómo hacerle saber a una persona que le quieres cuando las palabras no afloran?
Se imaginó su mano rozando suavemente la zona baja de su espalda de izquierda a derecha, dándole un apretón cariñoso al final del recorrido, y después, un beso en la mejilla; suave, dulce, sin segundas intenciones, sólo con amor. La sonrisa se amplió.
¿o la vergüenza te inunda?
Desde aquella vez, sólo tiene ganas de encerrarse entre las sábanas con él, y disfrutar de sus pensamientos (labios) con lapso ilimitado. 
Esa noche, al acostarse, deseó que la próxima vez el tiempo fuese infinito.

5 de agosto de 2011

Una simple pesadilla.

Usurpó sus pensamientos en mitad de la noche, encarnado en un par de ojos seguía las redes de sus conexiones. ¿Cómo se ha metido aquí? Se preguntaba ella, que, alarmada por el intruso, puso en marcha sus sentidos para asegurar las murallas. Sin embargo no se desveló. Ella seguía durmiendo plácidamente, bueno, hasta que el intruso extendió un virus y todos sus guardias cayeron como moscas:
Un gato salía de entre los matorrales; negro como la noche, con ojos..., qué más darán los ojos, por una vez, en sus sueños los ojos no aparecían. Detrás del gato no salió nada, ni nadie, tan sólo el gato. Hace tiempo ella había leído que soñar con gatos significaba que es posible que el sueño represente un aviso del inconsciente para que nos demos cuenta de algo que está sucediendo a nuestro alrededor y no nos damos cuenta; que hay que estar alertas ante posibles traiciones, problemas o daños que pueden ocurrir con personas cercanas. También recordaba haber leído sobre algo más, pero no se acordaba; estaba soñando, ¿quién se acordaría siquiera de lo que comió esa mañana?
El gato se había quedado inmóvil ante ella, las cuencas vacías de su cara la incitaban a acercarse a él. Estaba asustada, ¿cómo era posible que esa impresión proviniese de aquel rostro inexpresivo? Y aun así se acercó. Acercó una mano para que el gato la olisquease, pero este siguió inerte ante ella, así que sin reparar mucho en lo que iba a hacer empezó a acariciarle. Su pelaje negro era suave, muy suave. La pelambrera del gato comenzó a erizarse y de su interior empezó a surgir un bufido. El gato se volvió arisco y agresivo, lo que provocó que ella se apartase rápidamente, pero al dar un paso hacia atrás calló en un agujero y la gravedad actuó en su contra, haciéndola descender sin control y sin posibilidad de poder parar.
Se despertó en el suelo, con la sábana medio caída, y la cama vacía. "Una pesadilla", se dijo así misma, y regresó a la cama; así, sin más. Cerró los ojos de nuevo y volvió a dormirse.

24 de julio de 2011

Taconcitos de cristal, que parecen de cristal, pero son una copia barata del original (III)

Taconcitos de cristal, que parecen de cristal, pero son una copia barata del original (I)

Max no se encontraba bien esa noche. Le dolía el estómago, la cabeza y su frente ardía igual que una caldera antigua en días de verano. Pero Max no sabía lo que le pasaba y estaba sola. Con mucho esfuerzo, Max se levantó de la cama, se vistió y salió de su desordenada casa. The pretender sonaba en su cabeza, en ese momento:
What if I say I'm not like the others?...


What if I say I'm not just another one of your plays?...
El dependiente de la pequeña tienda llevaba una semana entera escuchando esa canción; y no se cansaba de ella. Cada vez que la canción le asaltaba la cabeza una imagen le venía a la mente: la cara de ella. Llevaba ya un mes sin verla aparecer, y todavía seguía preocupado por si ella se ofendió por el comentario que hizo; marcharse sin decir una palabra y no volver a entrar por la puerta no era muy buen augurio.

El dependiente miró a través del escaparate de la pequeña tienda.

Max pretendía llegar a… realmente no lo había pensado; se había puesto a andar sin dirección alguna, mientras recordaba la melodía de The pretender. Al poco de salir a la calle había empezado a llover, y Max estaba calándose hasta los huesos, pero lo único que ella notaba eran las gotas en su cara; los cuarenta grados de fiebre no la dejaban sentir el frío de su ropa empapada. Ni si quiera notó el suelo al caer.

El dependiente de la pequeña tienda vio a esa clienta con la que había estado flirteando unas semanas atrás, aquella clienta que intentaba borrar de su memoria porque pensó que no volvería más tras su último comentario. Aquella clienta que estaba desplomándose en el suelo de una calle vacía un domingo lluvioso a las seis de la tarde.

Max se despertó en un lugar desconocido, con mantas tapándola y una taza de algo caliente en la mesilla que había al lado de su cabeza. Max se intentó incorporar pero el dependiente de la pequeña tienda no se lo permitió. Max, atónita y sin saber qué decir, se quedó apoyada en los antebrazos, mirándole a los ojos.
-No te levantes. Estás en mi casa. Te desplomaste en mitad de la calle en frente de mi tienda, y como no sabía a quién llamar, porque no llevas el móvil, decidí traerte aquí. ¿Cómo te encuentras?
-…
-No te preocupes. Duerme un poco más.
Y suavemente la acostó de nuevo en la cama.



La segunda vez que Max se despertó, The pretender seguía sonando en su cabeza (Spinning infinity, boy. The wheel is spinning me. It's never-ending, never-ending. Same old story), o al menos eso creía ella. Se volvió a recostar en la cama, y esta vez no hubo nadie para impedírselo. Echó un vistazo al lugar en el que se encontraba: era un apartamento pequeño, con muebles antiguos (no viejos), las paredes forradas de papel y de pósters con grupos de música pop-rock que Max no conocía, y moqueta en todo el suelo del apartamento. Max vio al dependiente de la pequeña tienda sentado delante de un escritorio con un portátil (fue entonces cuando Max se dio cuenta de dónde provenía la música), pero no se molestó en hacer ruido alguno, todavía estaba muy cansada.

Si Max se levantó una tercera vez fue porque su estómago rugía de hambre. De alguna parte del apartamento venía un olor exquisito a comida. El dependiente de la pequeña tienda apareció súbitamente por la puerta, con una bandeja en las manos, y un plato de sopa en ella.
Ayudó a Max a incorporarse y le puso la bandeja sobre las piernas.
-Es sopa de pollo.
-Muchas gracias.
Respondió Max con timidez. La situación la incomodaba bastante: estaba en casa de un desconocido. Desconocido que le había dado de comer y que, por lo que había visto, le había cedido su cama. Aun así Max cogió la cuchara y empezó a comer. Cuando llevó la primera cucharada a la boca se percató de que la ropa que llevaba puesta no era la suya.
-¿Qué ha pasado con mi ropa?
-… te la quité. Lo siento -se apresuró a decir-, pero no podías quedarte con esa ropa puesta, estaba empapada y…
Antes de que el dependiente de la pequeña tienda terminase, Max le dio la bandeja con el plato sin acabar, se levantó de la cama, recogió su ropa y su bolso y se marchó. El dependiente de la pequeña tienda se quedó estupefacto con la bandeja en las manos. Tardó un par de segundos en reaccionar. Salió corriendo tras ella, pero cuando salió al portal Max ya no estaba. Ni rastro de ella. Ni después, ni nunca.

Max no sobrevivió a esa noche. Max no recordaba haberse caído en mitad de la calle, sin embargo sí se acordaba de ir paseando por la calle. Por eso Max se alarmó: en casa de un extraño y sin memoria de las últimas horas. Pero Max no murió por salir corriendo de la casa del dependiente de la pequeña casa; ni murió porque tuviese fiebre. Tampoco murió porque la atropellase un coche; ni porque la atracasen; ni porque la secuestrasen. Nada de eso ocurrió. Ni murió por ninguna otra razón que se os pueda ocurrir. Max murió esa noche porque al llegar a su casa, dejar el bolso en el suelo y dirigirse a su cuarto a dormir, volvió a desplomarse en el suelo, pero en el transcurso de la caída, la cabeza de Max dio contra la esquina de una silla que no estaba en su sitio. 
Max tenía miedo a desaparecer, a perder su consciencia, a dejar de tener todo lo que tenía, a morirse y que nadie la recordase, que acabase sin más peso que el de una tumba carcomida; simplemente le tenía pánico a dejar de existir. 
Por suerte o por desgracia, Max no tuvo tiempo de pensar en ello.

7 de julio de 2011

La primera gran noche

Como los dedos de un experto que llevan mucho tiempo sin tocar, él roza el filo de las blancas teclas del negro piano de cola. Lleva años sin tocar, pero se lo han pedido y él no ha querido sabido negarse.
Se sentó en la banqueta de terciopelo rojo, colocó los pies sobre los pedales y apoyó las manos sobre el teclado. Le habían pedido que tocase algo improvisado. ¿Chopin? ¿Beethoven? ¿Batch? ¿Martha Argerich? ¿Claudio Arrau? Les daba igual. En un principio, andaba perdido, no sabía por cuál decantarse, así que simplemente empezó a presionar las teclas, a coger confianza con el piano. Su padre siempre le decía: "Para tocar un piano, hace falta amor", "no se podía tocar un piano sin haberlo tocado antes al menos una vez". Y en parte tenía razón; ese piano estaba frío, limpio, sin una sola huella. Así que empezó con algo suave; era un ejercicio de solfeo, pero camuflado, así no se darían cuenta de lo perdido que estaba. Y poco a poco su mente se fue aclarando y sus dedos relajando. Sin siquiera decidir, continuó moviendo los dedos deliberadamente. Su mente no estaba programando ninguna sonata, ninguna sinfonía. La estaba componiendo.
Su obra duró largo rato, y, cuando acabó, la gente se levantó y aplaudió con gran entusiasmo. La música había llenado la sala, y todavía se podía oír el vibrar de las cuerdas en el aire. Su música estaba dejando huellas por toda la habitación.


-Será que sólo se puede escribir cuando uno no está feliz.
-Pues vaya mierda.

11 de junio de 2011

Y con el entrecejo fruncido

Esa tarde lloró, gimió, sufrió.
La primera lágrima surgió mientras veía la tele; últimamente le afectaba todo, y con la mínima escena entrañable se le intentaban saltar las lágrimas, pero ella las contenía rápidamente. Ya tuvo suficiente práctica. Pero ese día se superó, llegó un momento en el que dijo basta, y soltó parte de lo que había llevado mucho tiempo guardando dentro de ella.
El interior de uno mismo es el peor sitio para guardar las cosas, pues acaban pudriéndose demasiado rápido, y lo podrido siempre huele mal. Pero qué seríamos nosotros si no nos autoinflingiésemos.
Menos de quince minutos estuvo llorando, y fue poco, lo sabe, pero le hacía falta; nada le estaba saliendo bien ese año. Y mira que hizo todo lo posible por que eso no sucediese.
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
De estas veces que nos quedamos con una tecla pulsada cuando terminamos de escribir una palabra. De estas veces que no te das cuenta de que te has quedado así. De estas veces que piensas: por qué no cambia. Por qué yo. Por qué a mí. Ni ganas tiene de molestarse en escribir los signos de interrogación. Que vuelvan a leer si no se enteran, se dice. 
Pero para ella, lo peor de todo, no son las lágrimas derramadas, no es el dolor en el pecho, no es la confusión, no es la indecisión; es el no saber cómo arreglarlo.
Today, Charlie is not making her smile.

8 de junio de 2011

Eso.

Esa noche soñó con su cuerpo, con su mente, con sus risas, con su boca, con sus ojos, con él, con Eso.


Estaba sentada en el sofá, leyendo la página mil ochenta, en la que había una escena asquerosa relatada por el tenebroso Stephen King. It (Eso), rezaba la portada del libro. Había encendido todas las velas que encontró por la casa y las puso en el salón; quería ganar ambiente, y lo consiguió. Pero el horror y el asco no le impidieron quedarse dormida.
De pie frente al espejo del cuarto de baño espera a que ocurra algo; simplemente está mirando su propio reflejo. Se percata de que algo va mal en la imagen de su reflejo, la luz no incide en un punto y provoca un pequeño lunar negro en mitad del espejo. Poco a poco va acercando su rostro. Poco a poco el punto se hace más grande. Un agujero negro estaba creciendo en el espejo de su cuarto de baño. De repente unos guantes blancos le atrapan la cara con mucha fuerza y empiezan a tirar de ella hacia el agujero negro, mientras de él sale la cara de un payaso; pero no era un payaso en realidad, era un monstruo: 
La nariz roja fue lo primero que apareció de entre tanta negrura, estaba agrietada y sucia; le seguía una frente pintada con maquillaje blanco, también sucia, llena de sangre, y con gusanos saliendo de una prominente herida; empezó a aparecer pelo rojo al rededor de las sienes, pelo quemado, encrespado y con aspecto putrefacto; los ojos amarillos y absorbentes capturaron su mirada. Eran unos ojos pequeños e intensos, decorados con una línea negra en cada ojo que los atravesaba verticalmente; una de éstas líneas se alargaba hasta la herida de la frente, cuyos gusanos empezaban a caer al lavabo y comenzaban a chillar. 
El payaso conectó su nariz con la de ella, haciéndole ver que él tenía el control, que It tenía el control. Desesperada por saber que ya nada podía hacer, empezó a gritar; el sudor recorría su frente, y las lágrimas sus mejillas. No quería morir así, no de esa forma, no con It en el cuarto de baño. 
Los guantes blancos de It empezaron a resquebrajarse, de entre los hilos de algodón empezaban a salir unas manos cubiertas de pelo, y unas uñas corvas que arañaban su cara. El dolor le empezó a inundar el cuerpo, no lo soportaba más, y sabía que no iba a parar tan fácilmente. Su mente, nublada por los horrorosos chillidos de los gusanos viscosos del lavabo, y en un acto de última esperanza (desesperación) mandó coger las garras del payaso. Pero éstas apretaron con más fuerza, incrustándose en la cara y atravesando los carrillos, tocando los dientes, las encías, rajando la lengua. El gritó quedó ahogado en sangre. 
It todavía no había terminado de aparecer, y reservó lo mejor para el final. Su boca. Del espejo emanó la parte superior de un labio prominente debido a la mandíbula sobresalida. De dicha mandíbula flotaban unos dientes afilados, como colmillos, negros y podridos entre los cuales había restos de carne encarroñándose. La mandíbula inferior era igual de horrible que la superior, o incluso peor: los restos de carne eran más abundantes, y en la lengua se podían ver heridas pútridas y supurantes. Pero lo peor era el olor. De esa repulsiva boca procedía un hediondo olor que evitaba que ella pudiese gritar. Le provocaba arcadas.
La sangre seguía acumulándose en su boca, aunque parte escapaba por los orificios de la cara que It le había hecho. Pero no pudo más, abrió la boca para escupir toda esa sangre y poder chillar mientras las lágrimas caían encima de los gusanos y los quemaba cual agua bendita a un demonio. 
-Ven con nosotros Beverly. Todos flotamos aquí abajo, todos... 
Le sugería el payaso Pennywise entre horripilantes carcajadas durante las cuales se le escapaba la carne de entre los dientes, los gusanos se duplicaban en el fregadero y la fetidez se colaba por el aullido de Berverly, alojándose en su cuerpo y pudriéndolo por dentro. Beverly empezó a agitar la cabeza mientras apretaba más todavía las garras del monstruo, pero eso acentuó su dolor. 
-Ven, Berverly...
-¡NO!
Gritó.
It siguió riéndose mientras abría cada vez más la boca. Beverly se dio cuenta de la intención. El payaso despegó su nariz de la de Beverly y empezó a empujar su cabeza hacia su boca. Pero Beverly no se iba a rendir, y quemó su último cartucho. Aunque le costase la vida. No importaba, era mejor que morir entre restos de carne, pus y sangre. Agarró fuerte ambas garras del payaso, introduciendo sus dedos entre los de It. Ya los tenía firmemente amarrados, cerró los ojos, dejó caer una última lágrima, y entre las risas del monstruo y su angustiado alarido tiró de la mandíbula hacia el espejo.


Beverly despertó a tiempo de ver su trágico final, de ver su posible futuro. Despertó en el "clac" indicado. Despertó bañada en sudor, pálida, sin aliento y con regusto a sangre.
Beverly miró a su alrededor, y lo único que la calmó fueron las velas. Las velas, que seguían encendidas, y  rezumando calor.

19 de mayo de 2011

Imprégnate de ella

Se le iba rompiendo el alma poco a poco.
Inspeccionándose en el espejo notó algo entre los dedos: una pestaña, una pequeña y frágil pestaña. La desechó inmediatamente, sin sentimientos, tras observarla durante unas milésimas de segundo en los que pudo divisar la raíz de la pestaña y pensar lo increíble que era. Hay veces que analizar las cosas te lleva tan sólo un segundo, como le pasó a ella con la pestaña, pero hay otras veces en las que inspeccionar durante unos segundos no es suficiente para darse cuenta de toda la realidad.
Ella esperaba que algún día su alma se recompusiese como por arte de magia, chasqueando los dedos, despertándose una mañana después de algún sueño olvidado.
Sueños...
Hacía mucho que no soñaba, hacía mucho que se acostaba tarde todas las noches pensando en él sin saber por qué, y hacía muchas noches que no dormía con la sonrisa en la almohada.
Todos los días, cuando puede, desvía sus ojos hacia él, le escruta con la mirada hasta que él se siente observado y después, para disimular, pestañea rápidamente, pensando si le habrá visto hacerlo. Y así repetidas veces todas las semanas y cómo mínimo un par de veces al día. Pero antes no era así, y su angustia amorosa crece en su pecho más y más, sin control; y las miradas aumentan. 
Sus pensamientos se repiten una y otra vez:
Deja de mirarme como si tú nunca lo hubieses hecho; deja de mirarme como si a ti nunca te hubiese pasado; deja de mirarme con esos ojos penetrantes que amenazan mi felicidad.
Y siempre se le repiten las mismas frases en la cabeza sin saber de dónde han salido:
Toma, corre, imprégnate de esta dorada brillantina que dará luz y color a tu vida.
Toma, corre, no me ignores y no desesperes en tu tristeza. La felicidad se te pegará al igual que hace la brillantina una vez que la tocas sin miedo.
Pero su brillantina era negra; y aunque sus manos intentasen cubrir las lágrimas de sus mejillas con esa purpurina amarilla, ésta se quedaba pegada en sus dedos y resbalaba de su cara sin dificultad alguna.
Ella tenía sutileza en los ojos, esperanza en el corazón, risas en la boca e ironía y sarcasmo en los pensamientos. Porque su purpurina amarilla y brillante no se adhería a ella, ni a él; la purpurina había olvidado qué era impregnarse.

17 de mayo de 2011

Sólo dime que lo entiendes.

A lo largo de la tarde, acabé sintiendo odio hacia ti (supongo que era hacia ti, todavía no tengo muy claro cómo describirlo), después estuve a punto de llorar, volvió el odio, depresión, y ahora las lágrimas amenazan con volver a tirarse.
No puedo ver bien, veo todo borroso, y ese pequeño cristal se está deslizando por mi mejilla a un ritmo desesperante, remarcando el camino, haciendo que se note lo... ¿desesperada? no, esa no es la palabra.

Trata de... expulsarlo todo con el aire que echas.
No sirve de mucho, la verdad, porque vuelve a entrar por la nariz, y vuelve a depositarse en el pecho, oprimiéndolo. ¿Acaso tiene sentido lo que escribo? Me enfado conmigo misma, no contigo, no puedo; una rabia inunda mi cuerpo cuando lo pienso, ¿por qué soy tan jodidamente gilipollas? Ya lo escribí una vez, y en realidad ya me violaste, sin darme cuenta, fue ese fin de semana, cuando alguien caritativo me advirtió de la noticia. Y poco a poco fui siendo consciente de la noticia, de la tormenta que me avecinaba: pronto se acercan las vacaciones y ya no te volveré a ver, por lo menos no tanto, y no sé si eso es lo mejor, porque no quiero dejar de verte, pero estar contigo y no poder hacer nada es desesperante, me mata poco a poco, pero las horas que paso contigo... esas horas... 
Y pensar en qué hubiese pasado si yo hubiese hecho ese viaje contigo, en cómo estaríamos ahora si yo no hubiese sido tan [insertar insulto] de no ir, todo hubiese sido distinto, lo sé, pero me lo tengo merecido, por cobarde.
No sé lo que piensas, y ya no hablemos de lo que sientes... los super poderes tendrían que existir, no son malos si uno sabe como utilizarlos, y en estos momentos a mí me gustaría saber leer la mente, saber leerte la mente y poder quitarme este peso de encima, cerciorarme de que al menos te llegué a gustar. 

El peso del amor es demasiado para llevarlo una sola persona, pero si nadie se ofrece a ayudarte, en realidad sería mejor dejarlo apartado en el camino. 

Adoro las cosas que me dices, y cuando me pediste eso a mi corazón le dio un vuelco de placer, pero al mismo tiempo se comprimió, ¿cómo decírtelo si no quiero complicarte la vida?, ¿cómo decirte todo sin que te enteres de nada?
Hoy me has ofrecido tu ayuda en cualquier momento, y yo te dije que no podría, que me daría cosa, pero es más la vergüenza de demostrarte lo que te quiero, es más la vergüenza de que ella nos vea así. Pero siempre hay alguien de por medio, y sé que aunque te de un simple abrazo, los cristales volverán a aparecer por mis mejillas, rajándolas hasta que éstos se fundan con mi vida, y ésta llegue hasta mi boca, para yo poder tragarla y que todo el proceso se repita.
Alguien me dijo una vez que ojalá sintiese lo que yo, aunque no fuese correspondido, qué equivocada está esa desesperada persona. No sabe lo que dice. Sé lo que digo. Yo vivía muy bien en mis trece.

15 de mayo de 2011

Taconcitos de cristal, que parecen de cristal, pero son una copia barata del original (II)

Taconcitos de cristal, que parecen de cristal, pero son una copia barata del original (I)


Max se levantó ese día como todos los sábados por la mañana, con el pelo revuelto y el cuerpo descansado, demasiado descansado. Se quedó tumbada en la cama pensando qué haría ese día. No tenía pensado nada especial, y sus amigos no podían quedar, tenían algo que hacer de no se qué; Max no se acordaba, eran datos irrelevantes, ya se acordaría cuando los viese de nuevo. No penséis mal, no es que Max no se preocupe por sus amigos, pero en ese momento lo importante no era lo que ellos estuviesen haciendo, sino qué haría ella. Ya llevaba un par de fines de semana sin poder quedar con ellos, y había devorado los pocos libros que le quedaban por leer en casa, así que Max decidió levantarse e ir a por refuerzos para ese fin de semana, ¿pero a dónde podría ir? Quería leer algo que le conmoviese, algo antiguo pero innovador para su época. En realidad le daba igual qué leer, pero sería una oportunidad perfecta para ir a la pequeña tienda del centro. Hacía meses que no iba, así que Max empezó todo el ritual que hacía siempre para salir de casa todos los fines de semana, para acabar cogiendo un bolso que encontraría por casualidad y abandonaría el desordenado piso, que otro fin de semana, quedaba abandonado a su suerte.
No hacía un día muy bueno, estaba bastante nublado, pero a Max no le importaba, le gustaba la lluvia, le encantaba estar sentada detrás de la ventana mirando cómo las gotas que chocaban sobre su ventana mientras se tomaba un chocolate caliente, siempre chocolate caliente, no le gustaba el café en esos días, ni en esos, ni en otros, de hecho, odiaba el café, según Max el café sólo servía para amargar y despertar la amargura. Sin darse cuenta llegó enseguida a la pequeña tienda y como la última vez, no había nadie en el mostrador para atenderla, así que entró directamente, y como la última vez, se puso a curiosear por la pequeña tienda. Y como la última vez, con la música a todo volumen, por lo tanto, Max no oyó al dependiente de la pequeña tienda cuando salió del almacén y se puso a trabajar detrás del mostrador. Pero el dependiente sí se percató de Max y esta vez, para que no se asustara, decidió seguir con sus cosas hasta que ella se diese cuenta de su presencia.
Max estaba tan absorta que no se dio cuenta de nada hasta pasado un tiempo.
-Hola.
Saludó avergonzada por su despiste. El dependiente le saludó con una sonrisa divertida pero respetuosa.
-Perdón, muchas veces no me doy cuenta de dónde estoy o de quién tengo alrededor hasta pasado un rato.
-Ya me he dado cuenta, no es la primera vez que pasa.
Max bajó la mirada mientras de su boca salía una pequeña risa abochornada.
-¿Le puedo ayudar en algo?
-¿Eh? Bueno, estaba buscando un o dos libros para entretenerme este fin de semana y pensé que aquí podría encontrarlos.
-Pues creo que puedo ayudarla. Veamos...
El dependiente dejó las cosas en el mostrador y se fue al otro lado de la estantería, en la que Max estaba, con una pequeña escalera.
-Supongo que lo que buscas es algo de fantasía, ¿no?
-Bueno...
El dependiente de la pequeña tienda se puso de cuclillas sobre la pequeña escalera para así quedar a la altura de los ojos de Max. Max, sorprendida por el gesto, le sostuvo la mirada, porque aunque Max compitiese pocas veces, las veces que lo hacía era para ganar. Sí, a Max no le gustaba ni perder a las canicas.
-A ver si adivino: una novela romántica de amor intenso y apasionado de final trágico, ¿verdad?
A Max se le pusieron los ojos como platos, porque Max no se lo había dicho, porque Max no sabía cómo lo había adivinado y porque Max sabía que era imposible que el dependiente de la pequeña tienda lo supiese con sólo mirarla a los ojos. Max estaba impresionada, pero complacida al mismo tiempo.
-Pues entonces creo que este le gustará.
Dijo el dependiente de la pequeña tienda mientras bajaba de la pequeña escalera.
-¿Cómo lo sabe?
La expresión de Max había cambiado, ahora Max sonreía divertida mientras esperaba la respuesta detrás de una gran estantería; el dependiente de la pequeña tienda le devolvió la sonrisa.
-Intuición.
Respondió el dependiente de la pequeña tienda mientras guardaba la pequeña escalera en la trastienda.
-Mentira cochina, a menos que tenga telepatía.
-¿Mentira cochina? Hacía mucho tiempo que no escuchaba esa expresión.
-Ya le dije una vez que...
-Todas esas otras personas han perdido su muchedad hace mucho.
Sentenciaron al unísono, y después sonrieron complacidos pero cada uno desde su escondite particular.
-No me ha respondido.
-Mmmm... es que sé que si se lo digo se enfadará conmigo.
-No, si no prueba.
El dependiente de la pequeña tienda no paraba de dar vueltas por la pequeña tienda, y cuando entró en la trastienda le respondió por fin:
-Lo supe porque todas las chicas siempre queréis leer lo mismo.-silencio- Lo ve, se ha...
Pero, cuando el dependiente de la pequeña salió de la trastienda, Max ya no estaba allí y la pequeña tienda sucumbió de nuevo al silencio y a los pensamientos del dependiente, que se preguntaba si la volvería a ver.

9 de mayo de 2011

Viólame.

No lo estarás atorando, ¿verdad?
¿Qué es lo que escondes en esos deseos que pides? ¿Qué jugadas te pasa tu mente cuando atrapas esos pequeños deseos del aire? ¿Cómo no estás segura de que ese deseo no era de alguien más? ¿Cómo puedes estar tan ansiosa por robar uno y hacer que tu cerebro funcione y las esperanzas se creen?
Cojo una esperanza y la tiro por el retrete, y ya son 825 esperanzas que tiro por el retrete. 
Hoy me torturo con aquellos pensamientos que creo posibles dentro de un mundo en el que la imaginación está atascada y huele a podrido. Hoy me torturan haciendo que malgaste mis pensamientos en deseos imposibles, deseos que se hacen esperar y que apenas puedo quitarme de la cabeza [apenas te puedo quitar de mi cabeza].
Cojo una esperanza y la tiro por el retrete, y ya son 826 esperanzas que tiro por el retrete.
Quisiera saber qué es lo que se pasa por tu cabeza cuando haces que tire de la cadena una y otra vez, cuando me acuesto minutos tarde por esperar a ver si te veo y así quedarme aliviada descubriendo tu presencia, descubriendo que sigues vivo entre el resto de personas y que tu ser no es una mera sombra en mi cabeza.
Cojo una esperanza y la tiro por el retrete, y ya son 827 esperanzas que tiro por el retrete.
¿Cuándo te podré sacar de mi cabeza? ¿Cuándo me dejará mi podrida imaginación sacar esto de aquí? ¿Acaso se cree que puede convertirse en ocupa y hacerme crear esperanzas todos los días? Posiblemente no pasaría esto si yo no lo dejase, pero en estos momentos no sé qué soy. Ojalá no pudiese crear nada pero sí destruirlo todo, o al menos casi todo.
Cojo una esperanza y la tiro por el retrete, y ya son 828 esperanzas que tiro por el retrete.
Quiero que me violen, que me violes, que violes mi cerebro, mi alma, mi corazón, tan sólo para poder sentir el suficiente dolor para alejarme de ti y descubrir que el hediondo hedor que me rodea no es más que esa imaginación acumulada en el rincón de algún sitio de mi cuerpo al que no puedo llegar porque sino, toda mi verdad sería expuesta, todas mis preguntas respondidas, y un gran cataclismo se crearía dentro de mí.
Cojo una esperanza y la tiro por el retrete, y ya son 829 esperanzas que tiro por el retrete.
Rape me, te lo digo en otros idiomas por si no te ha quedado todavía claro, ayúdame: viole-moi, violami, brechen Sie mich, me viole, הפר אותי, Нарушите меня, etc.; y no te lo digo en más idiomas porque mi traductor no llega a más.
Cojo una esperanza y la tiro por el retrete, y ya son... qué más dará cuántas sean ya, ya ni siquiera puedo contarlas, son demasiadas, todas dolorosas, todas inútiles, pero, ¿dónde estás?
VIÓLAME.
Y te repetiría esa palabra una y mil veces más para que se te quedase grabada en el corazón, con una estaca clavada, el hediondo olor atravesando tus fosas nasales, y mi podrida imaginación cubriendo los restos de mi cuerpo junto al tuyo:
VIÓLAME.

4 de mayo de 2011

Mentiroso



Resalto tu faceta más nueva, resalto la mentira, tu mentira, mi mentira. 
Será mejor que escriba rápido, antes de que todo esto se desvanezca y ya no pueda desahogar todo lo que sentí, lo que siento y lo que por alguna r... toso, y toso, y toso. Quiere salir por mi garganta a la fuerza, quiere que lo suelte todo en un arrebato de ira, de desolación. ¿Te pasa algo? Pues claro que sí, ¿pero cómo decírtelo a ti?, ¿cómo poder hacer eso sin "herirte"?, sin que le des vueltas en tu cabeza. Vuelvo a toser, sigue insistiendo. Pero no quiero preocuparte, no, eso sería lo último, además, en estos momentos es inútil, tú ahora sigues otro camino en el que yo soy una piedra a la que poder darle patadas. Pero eso no quita que me hayas mentido; no quita que yo te haya mostrado un poquito de mí y tú hayas borrado el contrato de la mente como si de un recuerdo inservible se tratase. La cláusula era clara: en persona, y aun así decidiste tacharla y reescribirla a tu gusto. Y ahora no estás, y la que se aguanta soy yo, porque la piedra soy yo y el camino no es mío, sino tuyo, sólo tuyo.
Es difícil describir a una persona, es más difícil describirte a ti mismo, pero una vez que tienes el primer adjetivo ya nada importa, el cerebro funciona sólo y salen las palabras de la boca con la facilidad que tiene un niño chico de reír.
Muérdeme el labio de una vez para que pueda callar esta desdicha, porque poco a poco me está volviendo loca.


Eso sí, cuando juntasteis las mesas y tú te cambiaste de sitio a mi lado, me sentí la persona más afortunada del mundo, gracias.