23 de febrero de 2012

Qué suave y fresco el roce de tus labios contra mi mejilla. Cuánto desearía tener también esa piel tersa, blanca y relente; ser tan despreocupada por todo, siempre alegre y despierta. Y sin embargo, aquí estoy yo, con mi piel grasienta, con imperfecciones, mi inseguridad y siempre con el sueño arrastrando mis pies y cerrando mi párpados. Y qué decir de tu larga y preciosa cabellera, con tanta vida como tus ojos; mientras que la mía se apelmaza y evita el movimiento.
Cómo me gustaría ser capaz de formar parte de tu rutina, que me contases tus problemas, reírnos juntas, saber de tus miedos, verte bailar un sábado por la noche...
¿Cuántas veces habré deseado ser tú? No, perdón: ¿cuántas veces habré pensado en tener la confianza que tienes tú en ti misma?
No quiero ser tú, sino ser como tú.

11 de febrero de 2012

Bueno o malo, ya se verá.

Me acabo de dar cuenta de lo que significaba ese comentario, ese "tienes el pelo muy largo".
A veces pienso en ti, no me da vergüenza admitirlo, ni siquiera pavor; hace poco que me enfadaba por ello, por siquiera dejar que atravesases mis pensamientos. Pero me he dado cuenta de que es normal, e incluso inevitable. También me he dado cuenta de por qué me enfadaba: no sabía muy bien cómo definir lo que afloraba en mí cada vez que te recordaba. Pero ahora lo sé, y me doy cuenta de que lo mejor que puedo hacer es aceptar esto. 
Llevo tiempo queriendo encontrarte de casualidad, demostrarte lo feliz que soy ahora, pero hay una diferencia en el modo en el que quiero enseñártelo: antes tenía ganas de que te murieras de envidia, que vieses que era tan feliz sin ti; quería que te doliese verme con él, de verme besarle. Atribuí ese sentimiento al orgullo, el orgullo de no querer que veas lo que sufrí en su momento, de todo el dolor que tuve que soportar desde de que me dejaste. Esto no quita que me diese cuenta de que eso estaba mal y que es la peor parte de mí que podría desarrollar. Y a pesar de ello, seguía pensando así, y me enfadaba conmigo misma aún más. Ahora quiero demostrártelo siendo la persona de la que te enamoraste: quiero hablar contigo, volver a ser amigos, que me cuentes tus problemas, poder ayudarte con ellos... Casi lo conseguimos una vez después de mi metedura de pata... 
Ayer comprendí que si quería ser feliz de verdad con él debía dejar de pensar en ti como alguien a quien le tengo que demostrar lo dichosa que soy en estos momentos, en esta etapa de mi vida. Tú no tienes nada que ver con ella. Es como si se lo intentase hacer ver a un desconocido. No tiene sentido.
Me siento distinta.
Me siento bien. 
Gracias.