26 de octubre de 2013

Ñam

La apacible ciudad despertaba mientras yo me preparaba para salir esa noche. No tardé mucho y decidí dar un paseo después de cenar hasta el lugar donde había quedado con mis amigos. Quedé fascinado: los coches dejaban estelas tras de sí, las luces de los luminosos carteles me deslumbraban y los sonidos y gritos de la gente me desorientaban y abrumaban. Era tarde, muy tarde, pero el tiempo no era capaz de frenar la locura de la noche. 
Estaba observando un cartel de neón rosa que decía "Naughty but nice", preguntándome qué significaría aquello, cuando oí que me llamaban, me giré buscando a quien gritaba mi nombre una y otra vez pero me olvidé de ello cuando vi las desnudas y largas piernas de una chica, apoyada sobre la esquina de la calle, fumándose un cigarro. Era una preciosidad, estrafalaria, toda de rojo, con los hombros totalmente descubiertos, la cara muy pintada y enseñando el sujetador, pero maravillosa. Sin quererlo me fui acercando a ella, atraído por sus sinuosas curvas y su exagerado escote, pero cuando ya estaba casi a su lado un hombre se aproximó a ella y empezaron a discutir. Me di prisa por llegar y separar a ese gorila de ahí, pero en menos de dos segundos él sacó una navaja y, sin dificultad ni duda, se la clavó en el estómago. 
Mientras todo el mundo se alejaba corriendo, yo acudí en su ayuda. Ya se había formado un charco de sangre en el suelo y la pobre ni siquiera se quejaba. Nada más tocarla, asustada, se arrastró huyendo de mí hacia el callejón. Sin saber por qué renegaba de mi ayuda intenté seguirla, pero mis amigos ya me habían alcanzado e insistían en que la dejase. Vi cómo la chica sacaba el móvil de su pequeño bolso y hacía una llamada, en ese momento pude comprender que la ciudad no era un sitio para mí. 
Era una jungla llena de plantas carnívoras. 

25 de octubre de 2013

Los tres adictos

Los tres hermanos Jackson acababan de terminar el instituto y ardían en deseos de comenzar su nueva vida de universitarios, lejos de sus padres. Todo ese curso habían estado buscando el lugar perfecto para poder vivir los tres, pero en ninguno de los casos consiguieron un piso para ellos, por lo que decidieron vivir en la misma ciudad pero en casas distintas. Desde el primer momento sus personalidades afectaron a su forma de vida: el pequeño adicto a la juerga (lo que le llevó a la droga), el mediano a la pereza (borracho empedernido) y el mayor al trabajo (trabajólico). No había término medio. Además, la responsabilidad del mayor junto con sus sermones aumentaban las otras cualidades de sus hermanos. Sin embargo tras meses de constantes riñas de uno y burlas de otros llegó el momento en el que el mayor se deleitaría de su adicción:
El timbre de la puerta no paraba de sonar al mismo tiempo que alguien aporreaba la puerta a las seis de la mañana, gruñendo se dirigió a la puerta pero nada más abrir una rendija ésta le dio en las narices, dejando entrar dos fugaces sombras que cerraron tras de sí y se dejaron caer jadeantes sobre el suelo. En un principio supuso que eran sus dos hermanos pequeños que habían salido de fiesta y se habían emborrachado y colocado hasta las cejas, pero cuando les miró a la cara no estaba tan seguro de ello: tenían la ropa y la cara manchados de sangre seca, al pequeño todavía le estaba chorreando la nariz, y sus agraciados rostros ahora estaban teñidos de morado, verde, azul y amarillo. Aquello parecía una mezcla entre un Jackson Pollock y un Picasso. Lo lógico sería que el mayor se compadeciese de sus hermanos y les ayudase a reponerse pero, siendo como era, lo único que le salió de la boca fue un despectivo insulto hacia su propia madre y recolocándose el pijama se fue directo a la cama.
A la mañana siguiente no había cambiado mucho la cosa: sus hermanos seguían con la cara igual de pintoresca, aunque se habían limpiado la sangre y quitado las sucias ropas, pero debían de ir tan puestos la noche anterior que cuando el mayor les levantó apenas se acordaban de lo que había pasado. Sin embargo, alguien empezó a aporrear la puerta de nuevo y, sin dar tiempo de que alguien respondiese, empezaron a gritar amenazas, a meterse con la madre que los parió y a decirles de todo menos bonitos. Querían su dinero, eso lo dejaron claro y con sólo ver el poema que tenían por cara los otros dos, se sabía que iban en serio.
A pesar de que su instinto era echarlos a patadas de su casa y que se las arreglaran solos, estaba claro que no podía dejarlos a merced de aquellos lobos, por lo que cerró a cal y canto la casa y se puso a pensar en un plan. Obviamente no podía llamar a la policía ni tampoco a sus padres. Sus hermanos le decían que se tranquilizara, que se cansarían y les dejarían en paz, pero el mayor quería cortar esto de raíz, no estaba dispuesto a que le arruinasen todos sus fines de semana ni que ellos acabasen tirados en una cuneta. Lo peor de todo no era que le debiesen dinero a un camello, sino que le debían dinero a un camello de la mafia, eso era imposible de esquivar por lo que decidió pagarles la deuda.
Sobre las cinco del día siguiente, los matones de la mafia volvieron a aporrear su puerta por décimo quinta vez, el hermano mayor abrió la puerta y, mirándoles fijamente a la cara, extendió su brazo el cual agarraba una bolsa con dinero. Decepcionados por no poder devorar a nadie, los lobos cogieron el dinero de su jefe y se largaron de allí.
El hermano mayor sabía que nunca se libraría de ellos siempre que viviesen en la misma ciudad y tuviesen un mínimo de contacto y esa última experiencia fue la gota que colmó el vaso: sin siquiera explicarles qué hacía, a dónde iba, ni por qué, cogió sus maletas, su pertenencias de gran valor, que cabían en una pequeña mochila y se largó de su casa. Años más tarde, cuando por fin decidió que era hora de volver a su hogar, sus padres le dieron la noticia: los lobos por fin comieron. 

20 de octubre de 2013

A contrareloj (II)

Se ha vuelto a quedar dormida; oyó el despertador, pero lo apagó sin darse cuenta. Se levantó tirando de su cuerpo, el cual pesaba una tonelada, y se arrastró hasta la ducha. Tras tirarse un rato bajo un chorro de agua ardiendo por fin pudo abrir los ojos. No se daba cuenta de que el tiempo corría y de que, en su caso, volaba. Mientras se preparaba el desayuno por fin vio que era demasiado tarde como para andar todavía en bata y empezó a correr: al igual que un torbellino, fue de un lado a otro de la casa buscando ropa limpia que ponerse y haciendo la mochila. No tardó mucho en “vestirse” pero el tiempo no perdona y ya eran las ocho y cinco. Echa una maraña salió de casa y llamó al ascensor pulsando una y otra vez el botón nerviosamente. No quería llegar tarde, este año no.
Al salir a la calle le golpeó el frío matinal en toda la cara, por suerte llevaba una chaqueta en la mano, pero con las prisas tan sólo pudo ponerse una manga. Corrió cuesta arriba, con los cordones enredándose entre sus pies, la mochila cayéndose de un hombro y la chaqueta del otro. Al final llegó sin aliento a la gasolinera, pero lo consiguió: las 8:07 y el coche todavía no había llegado. Respiró aliviada y terminó de arreglarse antes de que el coche llegase dos minutos más tarde.

A contrareloj (I)

Otra vez me he vuelto a quedar dormida y ahora tengo que correr para no llegar tarde a la gasolinera, pero mis ojos son incapaces de abrirse. Cual topo, arrastro los pies hasta el cuarto de baño y me doy una ducha abrasadora. Un poco más despejada después de la ducha salgo envuelta en la bata y me hago el desayuno, pero sin darme cuenta se me ha hecho demasiado tarde y ahora tengo que engullir las tostadas a toda prisa. Tampoco hay tiempo para contemplarse en el espejo o probarse veinte modelitos, así que cojo lo primero que encuentro y me lo pongo; termino de arreglarme cojo la mochila y salgo disparada por la puerta.

Por suerte vivo a menos de cinco minutos de la gasolinera, pero cuando uno tiene prisa los cordones de los zapatos se atan alrededor de tus dedos, no encuentras las llaves, te chocas con todo, el ascensor tarda un milenio en llegar, hay un vecino lento y pesado en la puerta y ningún coche se para en el paso de cebra. Las 8:07 y ni vista del choche, por fin voy a poder respirar y terminar de atarme los cordones, subirme los pantalones, ponerme la pulsera y el collar, recolocarme la camisa, meter el otro brazo en la manga de la chaqueta y peinarme el pelo con la mano. 

11 de octubre de 2013

El primer amor

Se quedó mirando cómo caía la lágrima por su mejilla; su rostro era impasible pero sus ojos ardían de ira. Max había conocido la amargura del amor, y clamaba venganza.

Nicholas acababa de cortar con ella tras dos años de relación, la cual, si le preguntabais a Max, antes de la ruptura, era maravillosa. Una pareja donde los dos se querían y se preocupaban el uno por el otro. Sin embargo, nada más lejos de la realidad; Max podía ver ahora cómo Nicholas la había tratado en este último año y medio, absorbiéndola, manipulándola y destruyéndola. Pero ese día todo cambió:

Max llevaba sospechando varias semanas de que Nicholas le estaba engañando y, una tarde que habían quedado, éste anuló la cita, como Max ya se encontraba fuera de su casa, decidió llamar a Bárbara, una de las pocas amigas que le quedaban, e ir al cine. Cuando llegaron, no vieron más que un montón de parejas súper acarameladas, pero, para desgracia de Max, una de ellas era Nicholas con una chica que, inmediatamente, se convirtió en la más guarra de toda la ciudad. Se acercaron a ello y Max explotó:

― ¡¿Qué haces aquí?!  ¡¿Y con ella?!

La chica se excusó, mirando a Nicholas como si Max no existiese y no fuera su novia.

― Ahora te veo. Cielo…

Para sorpresa de todos los que estaban mirando la escena, Nicholas no se disculpó, sino que, con la excusa de que quería conocer a gente nueva porque se estaba aburriendo en la relación, cortó con ella. La dejó, la abandonó, la tiró y la pisoteó. Cuando Nicholas terminó su penoso discurso, Max salió corriendo de allí, perseguida por decenas de ojos, abandonando a su amiga Bárbara y dejando caer los cachos de su corazón roto.

Se fue como alma que lleva el diablo al lugar más seguro de toda la ciudad: su cama. Llegó a su casa sin aliento, empapada en una mezcla de sudor y lágrimas y se enterró entre las sábanas. Lloró. Lloró y gritó hasta que le dolían la cara y la garganta. Cuando por fin perdió la voz, se levantó y fue al baño, abrió la puerta, y la imagen que vio nada más entrar le chocó tanto, que empezó a invadirla una rabia descomunal. Max se dio cuenta de que había estado saliendo con un déspota pretencioso que se había aprovechado de su amor incondicional (y tan incondicional). Pero a pesar de las ganas que tenía de devolverle la jugada, comprendió que, si seguía por ese camino, seguiría atada a él de por vida. Max decidió hacer lo más sensato de toda su vida: olvidarle. Pero aún hoy, años después de aquello, Max se sigue acordando de Nicholas y de todo lo que sintió por él.

El primer amor nunca se olvida, por muy doloroso que haya sido.

1 de octubre de 2013

El crepúsculo del presente

Nos negábamos a la llegada de las estrellas mientras perseguíamos al sol por el cielo; como las golondrinas al calor de la primavera. 
Las estrambóticas formas de las nubes evocaban los mejores sueños de los hombres, haciendo olvidar a cualquier temeroso los miles de kilómetros de vacío bajo sus pies. 
Volviendo a cielo abierto, el paraíso se cernía ante nuestras alas: pequeños y esponjosos islotes cubrían el grisáceo mar, mientras que, a lo lejos, un volcán en erupción se fundía con el grueso muro de fuego, que luchaba por no extinguirse. 
Un pequeño recuerdo; un rápido gesto con el dedo inmortalizaría las delicias de la naturaleza. El crepúsculo del presente. 
No queda más que esperar al futuro.