20 de abril de 2012

Sin saber qué hacer

A Jul le encanta ver cómo sus manos quedan pequeñas cuando las rodeas con las de él, le encanta ver el contraste de su piel con la suya, le encanta sonreír simplemente por estar con él, le encanta que le chinche con pequeñas tonterías y que después le de un beso en la frente para solucionarlo, le encantan esos besos largos en la mejilla, que le acaricie el torso, la espalda, las muñecas...
A Jul le encanta todo él. Pero Jul creía que se moría. 

Y un beso de consuelo

 Bárbara esperaba con ansia que llegue el momento de encontrarse con él de nuevo, de que vea cómo es ahora que no está con él. Sin embargo nunca pasaba. Y sabía que nunca pasaría si seguía pensando en ello. Puede parecer tonto, pero Bárbara tenía la teoría de que cuanto más deseabas una cosa, cuánto más pensabas en conseguirlo, más tardabas en alcanzarlo. Y cada vez que Bárbara se descubría así misma pensando en ello, intentaba borrar esa idea de su cabeza, y acaba sentenciando que por culpa de ello, nunca pasaría. Y a pesar de que Bárbara odiaba que le pasase eso, asumió que no podía evitarlo. 
Tras una semana dándose cuenta de sus descuidos, casualmente siempre que volvía por el mismo camino, Bárbara, soñó con él. ¿Qué significaba aquello? ¿Por qué ahora? Bárbara no podía parar de pensar en aquella mano, en esa mirada, en ese sentimiento que le recorrió todo el cuerpo cuando vio sus ojos. Fue un sueño tan real...  Y ahora Bárbara quería más, quería otro sueño así, quería descubrir por qué ahora su mente le jugaba esa... ¿mala? pasada. 
Después, otro sueño, distinto, muy distinto, pero las mismas sensaciones, muy real. Bárbara roba un beso, pero está enfadada, resentida. Pero sigue queriendo más. Bárbara quiere más.
Bárbara se ha obsesionado, y no sabe cuándo parará. 

8 de abril de 2012

Nueva

Desgárrame, desángrame, haz que sufra dolor, que me olvide de todo lo vivido y que no consiga recordar nada. Destroza mis entrañas con tus pútridas manos. Raja mi garganta para que no pueda emitir ni un sonido más. Soy aquella mujer perfecta que prefiere morir antes que vivir. Soy la mujer perfecta a la que nadie entiende porque derrocha perfección allá por donde pasa. 
Ódiame, abandóname, olvídame, despréciame.
Corrompe tu alma olvidando a la perfección, dejándola de lado en su mundo ideal, y haciendo que se sienta como una desgraciada, no dudes de ello. 
Tengo sed de sangre, pero no de la tuya, sino de la que corre por mis venas y hace que cada vez sea más gélida. Me mojo los labios con un líquido carmesí, intenso carmesí. Se resbala por mi garganta y desliza por mis senos, haciendo gran contraste con mi blanca piel. 
Soy nueva. Me he desecho de todo cuanto he querido y me ha hecho sufrir. Soy alguien nueva... pero, ¿y mañana? Cuando vuelva a despertar, seré la misma, mis recuerdos volverán y ya no podré deshacerme de ellos hasta la noche. No soy feliz, y lo sé. Pero al menos me queda mi oscuridad, donde sé que puedo abstenerme de mostrar la realidad. 
Corre, huye, escapa de mí, soy una mujer nueva, y a partir de ahora, pocas palabras serán de arrepentimiento. Cállate de una puta vez y escucha lo que te digo: Ahora me controlo yo, sigo siendo la capulla prepotente, la mujer perfecta, y tú no lo vas a cambiar. Sigo siendo la que te dejó por los suelos con su arrogancia. Sigo siendo demasiado para ti. Soy perfecta y siempre lo seré. Entérate. 
Soy las sombras de mis sombras. Soy la mujer perfecta. 

5 de abril de 2012

Una pestaña

Vio una pestaña en la esquina, la cogió con la yema de su dedo índice y se la puso a la altura de los ojos. Ahora debería pedir un deseo, pensó, pero se quedó mirándola con la opción macro de sus ojos durante un buen rato, dejando la mente en blanco, sintiendo una tranquilidad y un silencio cómodos y absorbentes... 
Estaba sentada en una barca blanca, totalmente blanca, en mitad del mar cristalino y con una sola isla en todo el horizonte. Dejó que el viento y el oleaje la llevasen hasta allí poco a poco, sin prisas. A medida que se acercaba podía observar que al oeste de la isla manaba una cascada, de una nube tan alta en el cielo, que apenas se distinguía de dónde provenía. Debajo de la cascada se podía intuir un pequeño lago, y muy cerca de allí un árbol grande, ancho y frondoso, con numerosas cuerdas que se entrelazaban con otros árboles, y con una casa que parecía tallada directamente en el tronco. 
A medida que te adentrabas en la isla, pequeños brotes de hierba iban apareciendo, hasta llegar al límite del bosque donde, además de la gran variedad de plantas, también se podían ver algunos pájaros exóticos volando de una rama a otra. Al este de la isla continuaba ese espectacular bosque, que acababa terminando a la falda de una montaña completamente cubierta de nieve. 
Poco a poco la barca fue acercándose a la isla y hundiéndose en la clara arena. Con cuidado, posó un pie sobre la arena: los dedos, que se hundían poco a poco, notaban el peso de cada grano de arena que se hundían tras ellos, sentían el roce que le producían, al caer los de alrededor, en la piel; el cosquilleo agradable que le ocasionaban se iba propagando por el resto del pie hasta llegar al talón, una vez que posó el pie entero. Sacó el otro pie de la barca, dio un par de pasos más, y se tumbó sobre la arena, dejando que esa sensación que tenía en los pies se extendiese por todo su cuerpo. Permaneció así un buen rato, dejando que su cuerpo absorbiese el calor que emanaba de la arena, hundiendo sus manos para así poder atraparlo más fácilmente. Estaba saboreando los rayos del sol tras sus párpados, en sus mejillas, en su pecho... Se relame los labios con placer, le estaba entrando sed. Se levantó (no sin remolonear un poco más sobre la arena, girando sobre sí misma, dándole un abrazo a ésta) y se dirigió hacia la magnífica cascada. 
El agua, transparente en su totalidad, estaba fresca y deliciosa, como un elixir para la sed. Decidió darse un baño, así que lentamente se fue metiendo en las profundidades del lago, y una vez llegado al centro, se hundió: dando un pequeño salto de sirena se adentró en el agua y llegó hasta el fondo, allí, y con la ayuda del propio peso del agua, se mantuvo quieta con los ojos cerrados, dejando que cada molécula de agua se adentrase en su piel y la curasen. Que curasen todos los años malos, todos los momentos amargos, todos los corazones rotos y repuestos con parches, todas las lágrimas saladas que había derramado... No le importaba quedarse allí para siempre, pero poco a poco fue subiendo hacia la superficie, y allí permaneció, flotando boca arriba, fundiéndose con el agua y con el sol. 
Quería ir a la montaña nevada a través de los puentes que atravesaban el bosque, así que se acercó nadando hacia la orilla y subió por las escaleras del gran árbol. El tacto rugoso de la madera en los pies, la fuerza de la naturaleza en un conjunto de betas... la aspereza de las cuerdas en sus manos... todos los árboles llenos de frutas exóticas y variopintas... ¿a quién lo le gustaría vivir ahí el resto de su vida? Llegó a la montaña nevada tras un paseo en el que pudo ver todas las especies de pájaros, insectos y demás animales habidos y por haber, tanto venenosos como no, pero ninguno de ellos la atacó, eran pacíficos, y pudo tocar la escamosa piel de una serpiente, las suaves plumas de un loro hawaiano, posó una araña en sus manos... No hacía frío en aquella montaña, tan sólo corría una suave brisa, que echaba su pelo hacia atrás y refrescaba su rostro. Tocó la nieve y no pudo evitar que un escalofrío recorriese su cuerpo. ¡Qué delicia de lugar!
Decidió que ya era hora de regresar a la barca, así que regresó hacia la playa, pero ya no estaba allí. Libre de preocupaciones (¿qué otra cosa podía hacer si ya no estaba la barca?) se tumbó de nuevo en la arena, y ahí se quedó, aprovechando los últimos rayos de sol. Se frotó los ojos un segundo y cuando miró su mano, allí estaba, otra pestaña más, volvió a mirarla con la función macro, aislándose de aquella preciosa isla...
... y volvió a la realidad. 

4 de abril de 2012

Juliet

Jul estaba preocupada. Ella era así, se preocupaba mucho sin hacerlo notar, no le gustaba llamar la atención. No la había llamado Juliet (que era su nombre completo), pero las palabras de la pantalla sugerían un tono bastante amargo. 
Jul escribía, era la única de las tres amigas que escribía. Bárbara cocinaba y fotografiaba. Annie dibujaba y hacía manualidades. Jul escribía. Y aunque se enorgullecía de ello, siempre pensaba que tan sólo leían su blog un par de personas (independientemente de las estadísticas de internet) y que no causaba repercusiones; que podía hablar de lo que quería y de quién quería sin ser descubierta. Para Jul escribir significaba mucho: a veces podía no estar satisfecha con los textos que creaba, pero eran su manera de hacer perdurar las cosas en su recuerdo, de evadirse cuando no quería aguantar más en la realidad, de desahogarse. Jul no concebía su vida sin la escritura. Pero le estaba causando problemas, y no era la primera vez que le ocurría. Aunque esta vez no lo entendía. Jul reconocía que podría dar qué pensar, pero no pensó que él fuese a pensar así. Tiene las palabras que le ha dicho grabadas en las neuronas, no cree que las vaya a poder olvidar en bastante tiempo...
Jul dejaría de escribir, pero su naturaleza se lo prohíbe, desde que descubrió su gusto por la escritura (así como por la lectura), se le ha hecho inconcebible esa idea. Podría dejarlo durante un tiempo, de hecho ya lo hace, cuando ya no consigue exprimir más su cerebro, pero no para siempre. ¿Cómo se expresaría entonces? Posiblemente explotaría a todas horas y sería la persona más antisocial y borde del universo, piensa Jul a veces. Jul escribía sobre muchas cosas, algunas sobre sentimientos suyos, historias que se le ocurrían, deseos... e incluso a veces sobre los de otras personas, transcribía los pensamientos del resto de la gente. Y esta vez se limitó a expresar lo que Annie sentía con palabras. Y ahí estuvo el problema.:
Jul tenía novio (no pareja, como decía Annie). Jul se enteró ese mismo día de que él leía su blog; Jul ni siquiera pensaba en la posibilidad de que él se molestase en leer sus tonterías. Y ese mismo días Jul había escrito sobre lo que Annie pensaba sobre tener pareja. Pero él no lo interpretó bien. Y Jul se llevó otra vez el susto (el tercero o el cuarto ya), el susto de que la dejase. 
¿Pero por qué inseguro?¿Acaso era ella la que le causaba estar así? ¿Por qué?
¿No lo podría haber visto de otra manera? Podría haber pensado que ya encontré a esa persona, que no sabré qué hacer cuando por fin pueda irme de aquí. Que me gustaría que él viniese a todos lados conmigo, no soltarle nunca. ¿Pero inseguro? ¿Por qué?
Jul no paraba de darle vueltas y vueltas a esas preguntas sin respuesta. 
Sí, quería hacer cosas; sí, quería experimentar; sí, quería cosas nuevas, pero las quería hacer con él, que él estuviese en su vida... 
Yo...
Jul no quería nada más. 
Un resquicio de locura atisbaba en sus ojos. La sola idea le consumía la mirada; se podía ver en sus lágrimas no caídas, en su risa histérica. 
Al pensarlo me doy cuenta, necesitaba consuelo, y no se lo di, una parte de mí decía que no era el momento. Era como si al hacerlo le otorgara aquél conocimiento que ella no quería asimilar. 
Se oculta la verdad, pero creo que es porque sabe que si la acepta, sentirá que ha perdido el tiempo, el dolor será de verdad, y todo habrá sido mentira. Una mentira. 
Mientras, los mil kilómetros separan las verdades calladas, los pensamientos ocultos; vuelve todo vacuo e inútil. Ya no tiene sentido, pero ¿para qué darse cuenta si siempre es más fácil vivir en una mentira?
Ojalá despierte pronto...

2 de abril de 2012

Paranoia

¿Qué ha sido eso? se pregunta así misma. Está en su casa, a oscuras, en el pasillo con no más luz que la que entra por las ventanas de la calle. Y aun así está aterrada. El pasillo le parece más estrecho, y cada vez que pasa al lado de una puerta sus ojos se mueven inconscientemente hacia la luz tremebunda de la ventana, pensando que ha visto una silueta humana. Pero no, no hay nada. Su pánico aumenta y apremia su paso para entrar cuanto antes en su habitación, meterse en la cama y cubrirse con sus mantas de acero. Sin embargo, su paranoia crece y hace que el pasillo, que sólo consta de algunos metros, se vuelva interminable, y que tras cada rincón oscuro, aceche algún ser peligroso. Vuelve a pasar al lado de una puerta, esta vez entreabierta. Algo parece estar observándola desde la rendija, algo peligroso. Un ojo brilla en su perversa mente. Se acentúa el pánico. Quiere llegar ya, pero no puede. Sabe que sus pies se mueven, pero no llega a su destino. 
Por fin alcanza la puerta de su habitación. Ha ido todo el pasillo con los brazos extendidos como si así pudiese ensanchar más las paredes y lo mismo hace con los quicios de la puerta y ahora que ha llegado hasta allí, le da miedo pasar. ¿Y si me está esperando dentro? ¿Y si cuando pase la puerta me atrapa y me devora? Pero tampoco puede quedarse ahí, porque siente algo detrás suya, algo que la acecha. Se siente inmune, está en una encrucijada donde el dar un paso adelante o atrás, le provoca el mismo terror. Sin embargo da el paso adelante, no puede pegarse a la pared del pasillo y estar ahí toda la noche, necesita el calor de su cama, el peso de sus sábanas. Sigue con las manos en las paredes, el tacto rugoso del gotelé hace que aquello no parezca tan terrorífico y mórbido. La casa sigue sumida en un absoluto silencio. La luz que entra por la ventana parece más amarillenta, más terrorífica, más enfermiza. Se separa de la pared y corre hacia su cama, con la esperanza de que aquello que la observa y aguarda no salga a correr al mismo tiempo que ella y la atrape antes de poder meterse tras la esperanzadora coraza de algodón. Pero nada ni nadie la ataca. No obstante ella sabe que algo sigue ahí, tras el cristal de la ventana de su balcón. Puede sentir la silueta negra, los ojos amarillos y febriles clavados en el bulto que su cuerpo hace debajo de las sábanas. Sigue muerta de miedo, de terror, de pánico. Algo le dice que su cazador ha entrado en su habitación y se acerca a ella. Cierra los ojos y espera, con el corazón en un puño, no sentir unos colmillos clavados en su cuello antes de quedarse dormida.  

1 de abril de 2012

Aun sin haberlo encontrado todavía

¿Qué pasa si ya no puedo más?
La pregunta le vino de golpe a Annie, como una revelación. Se dio cuenta, de repente, de lo que pasaba en realidad; de lo que le pasaba en realidad: todavía tenía ganas de vivir mil y una aventuras.
Porque ¿qué pasa cuando no se pueden tener más aventuras porque has encontrado al amor de tu vida, porque lo has encontrado?
Ya lo ha visto en muchas personas, y ella no quiere ser así, no quería ser así. Por eso nunca se ataba. Y ahora, que está sola en su habitación, lo comprende; comprende que siempre ha tenido esas ganas de experimentar, de tener descaro, desparpajo, la posibilidad de poder cambiar de personalidad, de ropa, de estilo, cuando quisiese, de irse sin ninguna repercusión... no quiere oír un has cambiado o un ya no eres la misma; no quiere tener que despedirse de nadie, de llorar por nadie. Cosas que ya ha hecho y no quiere volver a vividlas. 
Annie piensa en su amiga Juliet, ¿cómo lo hará ella? A Annie le da miedo que si encontrase al amor de su vida y ella se diese cuenta, ya no pudiese irse de ese pueblucho en el que está, de no probar cosas nuevas. Lo peor de todo sería despedirse. ¿Cómo te despides del definitivo? ¿Qué le dices?: ¿me esperarás?, ¿relación a distancia?, ¿seguiremos en contacto? ¿simplemente adiós? 
A mucha gente puede parecerle una tontería; de hecho, Annie sabe que a Jul eso le parece una tontería. Pero eso es porque Annie sabe que a Jul le da igual quedarse donde lleva viviendo toda su vida, que le da igual no probar cosas nuevas, porque le da igual... todo. A Jul no le importaría hacer todas esas cosas en compañía de una sola persona, mientras sea capaz de irse de casa de sus padres. Con eso ella es feliz. 
Annie no. Lo sabía. Lo sabía desde hoy. 
Annie tenía miedo de dejar escapar lo que mucha gente busca a lo largo de su vida.