21 de noviembre de 2011

Mi mochila tenía hambre

Recuerdo que en aquella época sentía los huesos contra el asiento; recuerdo que pocas veces me sentía realmente cómoda, y recuerdo que sentía que el viento me iba a volver loca. Pero nada más. Sé que en aquella época salía con alguien, que había empezado la universidad y que mi madre estaba entrando en la época HORMONAS DESCONTROLADAS, FIN DE LA RACIONALIDAD. Y lo primero que recuerdo de esa época es un pinchazo en la espalda mientras leía en un banco al sol. Duma key era el libro que me estaba leyendo en aquél momento; tenía muchos en mi mesilla de noche, y muchos más en las estanterías de mi casa, pero me estaba tomando mi tiempo con él. Lo leía siempre que estaba en la universidad, y cuando terminaba mis clases, y tenía que esperar a que mis amigos terminasen las suyas, me iba al jardín de su universidad y me sentaba en las mesas de piedra. Era un sitio tranquilo y a menudo dejaba vagar mi mente tranquilamente por la nada hasta que volvía a darme cuenta de que el viento hacía revolotear las hojas de mi libro y me volvía a concentrar en mi lectura. 
Pero esos paseos por la nada eran largos y cuantiosos y muchas veces me costaba salir de aquél lugar. Cuando estaba allí mi mente pensaba por sí sola, no me concentraba en nada, simplemente dejaba que lo primero que me cruzaba por la mente tomase su propia forma, su propia autonomía. Y funcionaba, mi cuerpo entero se relajaba y el mundo de mi alrededor desaparecía, dejándome sola en un lugar creado por mi propia mente, una mente que yo no controlaba. Sé que al principio de empezar la universidad, aprovechaba el tiempo de después de mis clases para pasar apuntes y adelantar trabajo, pero cada vez me era más difícil reprimir las ganas de dar paseos y a la semana ya había desistido del todo de cualquier tipo de obligación. Sólo tenía ganas de sentarme en las mesas de piedra, sacar mi libro de la mochila, y ponerme a leer.
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Mis paseos no eran como soñar despierta, siempre sabía lo que pasaba a mi alrededor. Más bien era como una multiplicación de mentes, siempre había dos mentes: la real, la que siempre sabía qué ocurría de verdad a mi alrededor y la que se encargaba de decidir cuándo se terminaban mis paseos; y la “imaginaria”, esa que me agarraba de la mano y decidía cómo sería el camino a seguir. Y la pongo entre comillas porque no sé muy bien cómo definirla, no es imaginaria, existe, es real, pero no la puedo llamar clon de la otra porque no son iguales, simplemente está ahí, es como en una relación donde uno de la pareja es infiel: es la otra. A veces creo que estuve mucho tiempo yendo agarrada de la mano de la otra. No sabría muy bien cuánto, pues para mí el tiempo es muy relativo, a veces un mes me parece una eternidad, pero en el momento me parece que ha pasado volando, y dudo mucho que en aquella época fuese distinto.
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Había adelgazado, no sé cómo, ni por qué, pero había adelgazado. Me dijeron que llegué “chupada”, pero no me acuerdo quién me lo dijo, ni tampoco de dónde llegué. Que yo recuerde, en esa época no había hecho ningún viaje, por lo menos no físicos. En muchas ocasiones, cuando estaba un tiempo sentada, los huesos empezaban a clavarse en el asiento, ejercían tanta presión que a veces creía que el hueso iba a traspasar mi piel, creándome desagradables y dolorosas heridas. Y menos mal que a la otra no se le ocurrió llevarme por aquél camino, porque sino, tal y como se pusieron las cosas, lo habría pasado realmente mal. Afortunadamente, los paseos sólo afectaban a la vida real cuando la persona que resultaba herida era yo. Muchas veces le ocurrían desgracias a seres queridos, conocidos, o incluso a gente que sólo había visto una vez en mi vida. Y afortunadamente, descubría que si experimentaba aquellas cosas durante mis paseos, después no ocurrirían en la vida real. Sin embargo, no podía forzar que ciertas cosas pasasen. Lo había intentado infinitud de veces pero siempre había algo que me bloqueaba y mis tentativas se veían frustradas.
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Me daba igual cómo terminase el paseo. Una vez decidí soltarme de la mano y exploré el camino por mi cuenta, la universidad era enorme y tenía un montón de recovecos que todavía no conocía. Descubrí dónde estaban secretaría y el salón de actos, y descubrí que había un muro con ventanas en mitad de la nada, sin embargo, ese día encontré algo más interesante que una sala de cine para dar conferencias. Cuando me aburrí de abrir puertas y no encontrar nada interesante, decidí que era hora de volver a perseguir personas, a lo mejor pensé que así encontraría algo más interesante. Y lo encontré. La persona a la que seguía volvió a desaparecer en un abrir y cerrar de ojos delante de una puerta cualquiera, y en vez de darme la vuelta, abrí la puerta. Al instante estaba colgando del pomo de la puerta, sin más suelo que el aire que había entre mis pies y las baldosas de la planta de abajo. Estaba histérica, pero aun así me solté y me dejé caer, creo que no se me ocurrió nada mejor. Sé que me vi tirada en el suelo con la cabeza encima de lo que hubiese sido un gran charco de sangre, pero no me impresionó mucho verme así, sabía que en la vida real no me había pasado nada, pero aun así mascullé un ¡¿qué gilipollas pone ahí una puerta?! Y sin más, volví al mundo real y me fui, no recuerdo a dónde, pero supongo que no tiene mucha importancia.
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