30 de octubre de 2012

No mires atrás

Corre, salta, tropieza, sigue corriendo, HUYE. Huye de ellos, van detrás de ti, van a por ti. 
No te detengas, no mires atrás, no repares en los cortes de las ramas en tu piel, no te detengas cuando el bosque enganche tu ropa: rómpela; no te pares, no pienses, no te relajes, HUYE. 
Corre hasta que te quedes sin aliento, y cuando notes el hierro en tu boca, y cuando tu corazón esté desbocado  y cuando tus piernas tiemblen convulsivamente... Huye. No te pares, no te confíes. Siempre te perseguirán, no pararán nunca, no te dejarán nunca. 
Son los muertos del pasado, los muertos de tu pasado. Son los silencios erróneos, tus pensamientos suicidados. 

20 de octubre de 2012

Muerte inexistente y vergüenza mojada

El terror recorrió su piel y, momentáneamente, su cuerpo se tiñó de morado, verde, azul y amarillo.
Se encontraba tirada en el suelo de la cocina; una cocina estrecha, pequeña y lúgubre, con no más luz que la de los viejos fluorescentes. No recordaba cómo había llegado allí, sólo que antes estaba peleándose en medio de un pasillo. Ni si quiera estaba pensando en levantarse del frío suelo. No, frío no. No percibía ninguna temperatura del éste, ni de los muebles de la cocina, ni del aire, ni de su cuerpo. Estaba sola. Totalmente sola.
Sin saber cuánto tiempo había pasado, o estaba pasando, se dedicó a escudriñarse unas oscuras marcas en la pierna, mezcla entre rojo y morado, visualizando mientras unos dedos que se hundían en su carne en ese mismo punto. No se encontraba mal, no le dolía nada, pero sí tenía miedo. Miedo de revivir otra vez aquella etapa de la que aun intentaba salir poco a poco. Se acarició las marcas con la yema de los dedos, después su largo y oscuro cabello, y por último su rostro. No había cicatrices, ni arañazos, ni puntos. Su piel estaba suave como la porcelana... pero no lisa, tenía un bulto en la frente y el labio inferior y una mejilla un poco hinchados. Se quedó mirando al frente, palpándose la cara; porque aunque no lo viese, y no le doliese, sabía que su ojo derecho estaba morado, su inflamación de la frente, verde, y su labio, más rojo que la sangre que empezó a brotarle del otro lado de su chichón. Acarició la herida sin que siquiera le escociese y dejó caer la mano, extendiendo el líquido por toda su cara, tapando su vergüenza, mojando sus lágrimas vacías.    
Era un sueño, estaba claro; más claro que el agua. Pero el terror seguía ahí, y no podía hacer que se marchase, así que cuando despertó, apagó la alarma y se quedó sentada en la cama, envuelta en el edredón, pensó: un poco más, y me mato en el sueño.