30 de marzo de 2013

Y la habitación se sumió en un profundo silencio. Ambas querían decir algo, empezar de alguna manera, nombrar lo indescriptible, aquello que les pasaba por la mente. Aquello que las torturaba.Aquello que las oprimía. 
¿Pero cómo se puede hablar de algo que no se sabe qué es? ¿Cómo describir el agujero que se siente en el pecho? 
No era un silencio incómodo, hace mucho que ellas los dejaron atrás. Pero era un silencio que decía mucho:
Demasiado cansadas para estar hasta las tantas de la madrugada (casi el amanecer) hablando. 

De esto de querer hacer lo que quieras, cuando quieras y donde quieras. Seguir tus impulsos. 
El volumen inundando tu cuerpo, taponando tus oídos, dejándote sordo, desinhibido, liberado; sentir tus pulsaciones al ritmo de la música, tu piel erizándose lentamente...Un escalofrío por tus brazos hasta la nuca. 
... Oh, fuck... 
No te hace falta a nadie más, sin embargo bailar solo no es divertido, es mejor si estás rodeado por decenas de vidas ajenas. Y alguien que te entienda. 

Quiero bailar. 
Socorro. 

17 de marzo de 2013

Todo

Max se levantó con mucha desgana esa mañana, sabía que algo malo iba a pasar. Su madre le gritaba desde la cocina para despertarla, y, mientras se acercaba hacia su cuarto, le preguntaba:
 -Max, ¿vas a venir, con tu hermana y tu prima a hacer la compra?
 -No, no puedo, he quedado con él
Su madre la miró con mala cara, y a Max le molestó, porque siempre la miraba de esa forma cuando se quedaba a solas con él. Pero aun así se marchó, y dejó que Max se preparase tranquila, con la condición de que la casa estuviese recogida cuando volviesen. Y eso hizo Max: se duchó, vistió y se puso a recoger, y al rato, sonó el porterillo. Era él. Max le abrió la puerta y siguió recogiendo mientras esperaba, demasiado calmada, a que él llegase. El timbre. 
 -Hola. 
 -Hola. 
Max se apartó para que él pasase y le indicó que fuese al despacho. 
 -Siéntate. Tengo que terminar de recoger, así que te dejo la tele mientras termino. 
Él no dijo nada, sencillamente observó cómo Max se marchaba esquiva a acabar su tarea. 
Cinco minutos más tarde Max volvió al despacho a por una botella vacía, bromeó, y se fue rápidamente a la cocina. Él la siguió. 
 -No he venido para ver la tele, para eso me hubiese quedado en mi casa. 
A Max le molestó mucho ese comentario, aunque, más que eso, le dolió, porque para Max sonó a "no te necesito más". 
 -Tenemos que hablar. 
Prosiguió él. Y allí, en medio de la cocina, de pie, y a plena luz del día, la dejó. Él lloró, pero fue Max quien sufrió. Y cuando hoy lo piensa, Max no sabe realmente por qué ambos lloraban. Max pensaba que era porque le quería, pero mirándose más de cerca, deteniéndose en la escena, Max se daba cuenta de que en realidad no era por eso: le había dejado de querer hace mucho, hace demasiado. ¿Entonces por qué? Y algo conectó dentro de la cabeza de Max: arrepentimiento. Max se dio cuenta de lo mal que había hecho en bajar sus defensas, en mostrarle sus miedos, en mostrarse a ella misma. 
Él la abrazó y Max se abandonó a él y le entregó todo su dolor, dándole, quizás, lo que él más quería: su integridad. 
Max se lo dio todo. 

Aun hoy, Max no sabe realmente por qué él lloró al dejarla, y no espera saberlo, sabe que su destino es no volver a verle, pero Max necesita que él le devuelva lo que le robó, que no fue mucho, pero fue lo necesario, para así poder volver a sentirse segura, para oír que la gente deja de comentar.

16 de marzo de 2013

Donar tu vida

Pon un poquito de tu parte, le dijo. Y entonces ella se abrió la cabeza, sacó su cerebro, y contestó:
-Toma, porque no me hará falta entonces.

Annie necesitaba  un cambio grande, un cambio importante. Annie quería estar sola. Annie odiaba querer. Lo odiaba profundamente; tanto, que le dolía. Annie no quería dejar de sentir, pero no quería estar llena de amor. Annie quería un pequeño vacío en el que poder refugiarse de vez en cuando.  
Annie quería un botón. Un botón para poder apagarse. 
Annie estaba confusa. Como siempre. 

Cómo odio quererte. 

2 de marzo de 2013

Todo cansa. Escúchame

Confundir vacío con solo suele pasar. Tu yo eterno intenta que lo descubras, pero tú intentas que eso no salga de tu boca, que tus ojos no lo vean, que tus oídos no lo escuchen. Intentas seguir ignorando el hecho de que ya nada era como antes y que, tan sólo, unas cuantas sombras siguen pegadas a tus pies. Sombras luminosas que evitan que tus días se nublen por completo. Sombras que evitan que caigas en la oscuridad del camino que tienes delante. 
No es tan difícil saber lo que los demás sienten, pero cansa que nadie te escuche, que nadie vea que estás ahí, prestando atención y absorbiendo todo lo que te cuentan, haciéndoles sentirse importantes. Cansa que nadie se de cuenta del esfuerzo que haces por seguir en pie. Cansa levantarse todos los días y ver que nada ha cambiado desde hace mucho tiempo. Cansa ver que todo va a peor. Cansa ver que nadie es feliz, por mucho que tú intentes que lo sean. 
Y no importa lo triste que pueda ser esta realidad porque nadie lo sabe, porque nadie te oye. 
Todo el mundo quiere ser escuchado pero con los oídos cerrados. 
Y ahí es donde nace tu vacío, tu soledad. Que no es soledad, tan sólo son las ganas de que alguien te mire, y sepa que estás ahí. 

Socorro.