24 de enero de 2013

Los pasos


Y las zarpas del tiempo se abalanzaron sobre ella, inocente y joven, mientras absorbía los colores del cielo. Ajena a su ataque, seguía soñando en su eterna primavera, en el suave roce de su piel, en su larga y briosa cabellera. Sin embargo, el peligro acechaba, y su juventud huía despavorida por segundos. Las garras de la vejez se iban incrustando en su cuerpo poco a poco sin que apenas se notasen. Todo a su alrededor parecía eterno, incluso las fugaces olas que se arrimaban a la orilla.
Allí, tumbada, percibió el leve murmullo de lo efímero, pero volvió la cara al sol, ignorando los lentos pasos que pronto llegarían.  

13 de enero de 2013

Pero te callas, sobre todo, te callas

Dina se levantó otra tarde más con un dolor en el pecho; no era ninguna enfermedad física, Dina había desarrollado ansiedad cuando era pequeña, pero eso no le afectaba para nada al corazón, esto era distinto. Pero, aun así, Dina no le dio importancia, y se levantó de la cama para prepararse, tenía que ir a trabajar e iba con el tiempo justo. 
Todos los domingos, desde hacía unos pocos meses, Dina trabajaba en una pequeña cafetería. No conllevaba mucho esfuerzo y sin embargo ella siempre llegaba muy cansada a casa. Pero este día en concreto, Dina estaba exhausta, y era tal su agotamiento, que no tenía fuerzas ni para ir a correr veinte minutos, despejarse y sentir el placer de la adrenalina recorriendo su cuerpo. Así que se dejó caer rendida en el sofá, mirando fijamente a la nada y empezando a pensar en cosas que no debería. 
Dina llevaba unos meses muy malos, la vida no la estaba tratando bien, nada bien. Y, a pesar de ello, Dina siempre enseñaba una sonrisa a todo el mundo. Pero a su almohada no la podía engañar, y todas las noches, cuando Dina se iba a dormir, apoyaba la cabeza en ella y vaciaba todo su interior, quedándose fría y ausente. No pensaba. No reía. No engañaba. 
Todo el mundo se ha sentido así alguna vez: profundamente triste; y todo el mundo ha llorado silenciosamente contra su almohada. Sin embargo, la pena que Dina experimentaba era tal, que no conseguía soltar ni una sola lágrima, y el dolor inundaba su cuerpo rápidamente, recreándose en el ataque a su corazón. La llama que iluminaba su vida se había extinguido, y tan sólo podía usar las brasas para hacerle creer a los demás que se encontraba bien. 
Llora, le suplicaba una de sus amigas en su cabeza; abrázame, repetía cada vez que la veía. No obstante, la amiga de Dina sabía que no lo haría. Porque a Dina no le gusta llamar la atención, no le gusta que le traten como si fuese de cristal, no le gusta, incluso, que su mente le hable del tema. Pero lo que Dina no sabía, es que, a veces, tenía todo el derecho del mundo a decir: 
Basta, hoy no. No quiero escuchar a nadie, así que te callas, sobre todo, te callas
Y el día que lo aprenda, Dina será un poco más feliz y no tendrá que fingir sus sonrisas. Dina podrá relajarse. Dina podrá respirar. Dina no sentirá dolor. 

Socorro. 



Fuente de la frase: "Pero te callas, sobre todo, te callas".
http://myyuppiworld.blogspot.com.es/2012/09/silencio_12.html

11 de enero de 2013

Socorro: un grito de ayuda en el último renglón.

Annie quería salvarse de ella misma, de los monstruos de su caja fuerte en la que se hallaba atrapada. Y gritaba y gritaba y gritaba y gritaba y gritaba... y siempre lo mismo: socorro. 
Para Annie esa palabra había cobrado gran sentido en su vida, y, tras años, había acumulado  muchos significados:
"Socorro", gritaba Annie cuando no quería pensar. 
"Socorro", gritaba Annie cuando quería llorar a lágrima viva y no se atrevía. 
"Socorro", gritaba Annie cuando, en su loca desesperación, su rostro parecía de piedra. 
"Socorro", cuando sus sentimientos se hacían un nudo. 
"Socorro", cuando no veía sombras con un cielo despejado. 
Socorro... tenía tanta consistencia para Annie. No era para que la rescatasen de un edificio en llamas, de una isla desierta, de un atracador, de un asesino... 
Era para salvarla de lo que Annie consideraba vergonzoso, de lo que jamás diría por falta de valor. 
Annie era una cobarde. Y todos los días reafirmaba su postura. 
Los pulmones de Annie ya no querían respirar más, querían apagarse junto con el resto de su cuerpo. Pero Annie no podía permitirlo y arrancaba ese vacío del pecho con un sonoro suspiro o bostezo. 
Annie desesperaba día a día, y no sabía porqué el resto del mundo no veía lo que ella sí, lo que para ella era tan obvio. Socorro. Vuelta a la carga. Socorro. 
Y, de vez en cuando, Annie se permitía soltar alguna lágrima; así conseguía Annie aguantar un poco más.
Annie resiste. Es una chica fuerte, Annie. Es una chica grande. Y las chicas grandes no lloran. 

10 de enero de 2013

Mi miel

Me pusieron la miel en los labios, me dejaron saborearla, pero a la hora de tragarla, me la cambiaste por el ácido de tu boca. 
Te apoyaste en mi regazo, maldiciéndome por querer la miel, mientras yo ardía de dolor y culpa. 
 - ¿Ya? -te preguntaste a ti misma- Vamos a curarte. 
Y sin esperar siquiera a que yo hablase, me pusiste una tirita en el dedo. 
 - Solucionado. 
Y ahí me dejas, como cada día, muerta por dentro, lamentando y blasfemando mi gusto por la miel. 
Y ésta ya se fue, como la nieve en primavera, dejando pequeñas gotas de su existencia. 
Mi cuerpo acumula esa toxicidad tuya, y todos los días me pregunto cuánto más falta para que llegue la mañana en que mi cuerpo esté agarrotado, morado y rajado, supurando tu viscoso veneno negro. 
Ya queda poco de esa miel que un día, hace año y medio, me dieron a probar; pero siempre me digo lo mismo, y siempre queda algún consuelo en las comisuras de la boca. 
Quiero miel. Necesito miel. 

Socorro. 

4 de enero de 2013

Y quemar los pétalos de rosa para poder olvidar la suavidad de tus manos, borrar el recuerdo de tus palabras, hacerte desaparecer de mi vida.
Cuanto me cuesta imaginarme vivir sin ti, y cuando  estoy lejos, apenas recuerdo el  por qué de esa adicción. Querer ser perfecta y sentir que jamás llegarás a una milésima parte.
Estar despierta en mitad de la oscuridad, intentando descifrar lo que tu corazón siente.