18 de diciembre de 2011

Annie


Érase una vez una chica. Pero no una chica cualquiera, sino una que era capaz de imaginarse los pájaros volando del revés, gatos que hablaban o, incluso, las conversaciones que pasaban a través de los cables telefónicos. Esa chica, se llamaba Annie. Su gran imaginación provocaba que la gente la viese muchas veces como un bicho raro, o una niña tonta, que no era capaz de madurar. Pero Annie, era en realidad muy madura: siempre derrochaba sus horas en cosas imaginarias, para poder soportar el dolor de su vida real.
Annie, nunca fue una chica muy afortunada, los chicos siempre se metían con ella en el colegio, y a medida que aumentaba de curso, la indiferencia hacia ella, crecía, tanto, que cuando llegó a segundo de bachillerato, sólo le hablaban los pocos amigos que había conseguido hacer a lo largo de su vida. Además, estaba su familia: sus padres se habían separado hace mucho y cada vez se iba distanciando más de ellos. Annie siempre albergaba en su cabeza unas conversaciones muy distintas con sus padres, y cuando no le gustaba lo que oía, porque ellos no la entendían, simplemente asentía con paciencia hasta que terminaban de soltar su perorata. Pero a pesar de que sus padres estaban separados, su familia seguía estando jerarquizada y su padre ocupaba el primer puesto de la pirámide: él implantaba sus normas, y sólo él tenía razón. Y su madre, aunque fingiese que ya no le quería, le odiaba por haberle roto el corazón y seguía albergando en el fondo de su corazón los restos de aquél amor despreciado.
A Annie le gustaba mucho leer, y escribir, y dibujar, y escuchar música, y la fotografía, y todo lo que fuese creativo o fomentase la imaginación y la cultura. Pero le daba mucha vergüenza expresarse, y cuando le preguntaban el significado de alguna creación suya, se irritaba y envenenaba su obra. Tampoco le gustaba que le corrigiesen, es más, lo odiaba. Si ella lo había hecho así, ¿por qué la corregían?
Y se preguntarán ¿y qué pasa con la vida amorosa de Annie? Pues no pasaba absolutamente nada. Annie había sido herida, y ella había hecho sufrir también, pero en ese momento de su vida, Annie estaba sola.
Y no le importaba, pero el año escolar no le iba bien a Annie, y llevaba mucho tiempo con una depresión que la estaba consumiendo por dentro, y de vez en cuando no podía evitar irse a la cama con una sabor salado en la boca.
A Annie le gustaba mucho el sarcasmo y la ironía. Eso y la facilidad que tenía para entablar más amistad con los chicos, siempre la habían hecho distinguirse entre las demás compañeras de su clase. Además, era fácil hacer reír a Annie, muy fácil, y ese año tuvo la mísera suerte de poder caer con un conocido del instituto, lo que significaba un pequeño muro en el que poder apoyarse. Dicho amigo le presentó a alguien ese año. Hacía que Annie se riese mucho, y eso estaba bien; consiguió otro trocito de muro. Pero no fue hasta un sábado por la noche de invierno, que sus amigas le dijeron que le gustaba a ese chico. Annie ni siquiera se lo pensó, y su primera afirmación fue un no rotundo. ¿Cómo le voy a gustar? Además, tiene novia. Soltó después de su afirmativa, y no paró de repetirse, a ella y a sus amigas, que eso no era posible. Pero Annie, por muy rara que fuese y por mucha imaginación que tuviese, no podía evitar verle de otra manera desde esa noche. Y por desgracia, en ese momento, y por suerte, en un futuro, Annie no pudo parar de pensar en él.
Es verdad que el chico tenía novia, pero cortaron, y las cosas se complicaron: teniendo novia, el chico era inalcanzable, Annie no iba a ser la que se metiese en medio, ella no era así. Pero ahora que no la tenía, las cosas se complicaban: ¿cómo saber si le seguía gustando a él?, ¿cuánto tenía que esperar para poder contarle lo que sentía? y por último, (pero no menos importante) ¿cómo decírselo? Annie era muy reservada y no se atrevía abrirse a alguien, por si lo estropeaba, y el chico que le gustaba le dejaba de hablar. Así que Annie decidió esperar. Quería asegurarse de lo que realmente sentía. O al menos eso quería hacerse creer, porque Annie estaba muerta de miedo.
Pero el plan de Annie no resultó, esperó demasiado, y una tarde soleada de mediados de primavera a alguien se le ocurrió darle la noticia: el chico, su amigo, él, había vuelto con su ex. El rostro de Annie enmudeció. Annie había quedado con sus amigas para ir a la playa por la tarde, así que puso buena cara (su cara de estoy bien, no me ha dolido) y salió de casa. Annie habló con sus amigas sobre lo ocurrido antes de ir a la playa.
-         ¿Y qué piensas hacer?
-         Nada, no puedo hacer nada. Así que dejaré que lo que siento haga lo que quiera y ya acabará yéndose.
Pero sus amigas no lo veían tan claro, y tenían razón, no acabó marchándose, sino incrementándose.
Annie no pudo quitar su cara de estoy bien, no me ha dolido hasta que llegó a su casa, pero después tuvo que seguir fingiendo un poco más: había cogido la costumbre de hablar con él por Messenger y cada vez que uno veía conectado al otro, se hablaban, y aunque esa noche Annie no tenía ganas de seguir pensando en nada, no pudo evitar sentirse un poco mejor cuando él le habló.  Era tan necia la pobre, que incluso cuando él no le contó que había vuelto con su ex, Annie seguía pensando que lo hacía sin darse cuenta. Y es que entre él y Annie había una enorme complicidad: ambos sabían que se gustaban. Por eso, el dolor de Annie fue tan profundo.
Sin embargo, Annie siguió con su cara de estoy bien, no me ha dolido, y siguió como si nada hubiese ocurrido. Annie sólo quería seguir viéndole.

Pero pasado un tiempo, cuando Annie ya había aceptado que él quería a su novia y que no la iba a dejar, él empezó a confiarle el estado de su relación: Él no estaba bien con su novia, ésta había cambiado, y la relación no era como antes, apenas se hablaban, y mucho menos se veían. Pero la necedad de Annie impedía aprovecharse de la situación, y en vez de intentar separar a la pareja, le intentaba consolar y le daba consejos para arreglar su situación. ¿Qué otra cosa podía hacer?, ella era así.
A pesar de los necios esfuerzos de Annie por ayudarle a conservar la relación de su amigo, un día éste le dijo que no lo soportaba más y que iba a cortar con su novia. Annie esperó. Esperó como si fuese la amante de un marido que le promete que va a dejar a su mujer. En realidad no pasó tanto tiempo, como mucho un par de semanas, pero para Annie fueron años luz, y cada vez que le veía la chispa que sentía por él se reanimaba, pensando que tal vez había dejado a su novia y se dirigía a ella a decirle lo que sentía. Pero no, Annie esperó impaciente montada en una montaña rusa… y al final sucedió: él cortó con su novia. Y aunque Annie era feliz por ello, había otro problema de por medio que Annie llevaba pensando en él desde antes que su amigo cortase con su novia: el curso se acababa.
La relación entre Annie y su amigo no estaba del todo afianzada, quizás por la complicidad, porque ambos eran libros cerrados, o quién sabe por qué en realidad. Así que Annie pensó que quizás un modo de mantenerle junto a ella era ayudándole con sus estudios, y le propuso un plan:
-         Si quieres, podríamos ir en las vacaciones por la mañana a la biblioteca juntos… tú estudiarías Historia y yo Historia del Arte…
-         Vale, ¿a qué hora?
-         ¿A las diez? Es cuando abren.
Y así Annie se aseguró de poder verle al acabar el curso.
Afortunadamente, Annie sabía ocultar bien sus altibajos y sus padres no se dieron cuenta por un tiempo. Pero su madre no era tonta, y sabía cuándo le gustaba alguien a Annie, y cuando Annie se lo contó a su madre y vio su cara, le preguntó:
-         ¿Qué?
-         Que me suena a que eres su segundo plato.
-         No es así, mamá.
-         ¿Estás segura? Yo no diría lo mismo.
-         Estoy segura.
Fin de la conversación.
Su madre no fue la única que le sugirió esa misma idea, varias personas la habían avisado ya, pero ella estaba convencida de que no era así, lo de su ex había sido un contratiempo, pero no malo, en realidad. Annie necesitaba saber qué era lo que sentía, y la situación le ayudó a esclarecerlo.
Pasado un tiempo, cuando él ya estaba soltero, seguía habiendo complicidad entre los dos, pero ambos seguían disimulándolo. Seguían quedando, quizás con más frecuencia que antes, y aunque Annie era feliz así, seguía habiendo algo dentro de ella que le susurraba que había dejado algo pendiente con él: millones de momentos en los que sus miradas se cruzaban, en los que alguno de los dos podría haber dado el paso. Pero siempre había demasiada gente alrededor. Hasta que llegó el día:
Había sido un día casi normal: Annie había planeado una tarde de películas en su casa con palomitas y sus amigos, la única excepción era él. Toda la tarde transcurrió como Annie esperaba, pero cuando la noche cayó, sus amigos empezaron a marcharse y él fue detrás de ellos.
-         Puedes quedarte un poco más… si quieres.
-         Sí, quédate –respaldó una de las amiga de Annie.
-         No… yo también me voy, no quiero molestar.
Annie lo intentó un poco más, pero no se molestó demasiado, no era la primera vez que él rehusaba su invitación, y sabía que era inútil, así que Annie cerró la puerta de su casa quedándose sola y dudando si él seguía teniendo interés por ella o no; Annie se inclinaba más por el no. Diez o quince minutos más tarde, el móvil de Annie empezó a sonar. Annie quería convencerse que sería alguna de sus amigas diciendo que se les había olvidado algo, pero ella sabía que era él. Y efectivamente.
-         ¿Annie?
-         Sí.
-         ¿Puedes bajar un momento?
-         Mmm… claro.
Annie estaba nerviosa, sabía que algo iba a pasar, lo sentía. Estaba feliz por ello, así que se cambió en unos minutos y bajó lo más rápido que el ascensor le permitió.
Annie sabía de qué quería hablarle, y después de un rato esperando a que él saliese del lío en el que se había metido hablando, le cortó.
-         Sé que te gusto.
-         ¿Y?
¿Y? ¿Cómo que “y”? Pensó Annie. A pesar de que Annie había estado esperando ese momento desde hacía mucho no sabía qué decir exactamente, así que empezó a soltar estupideces. Annie tenía miedo de no ser la pareja que él esperaba, sobre todo después de verlo con su ex, y le entró el pánico.
Terminaron de dar el pequeño paseo alrededor de la manzana, regresaron al portal de Annie, y Annie seguía sin aclararse y él se estaba impacientando. Annie hubiese preferido que fuese él quién diese el paso, pero se iba a ir, y Annie no podía permitir que se marchase, así que se abalanzó sobre él y le dio un beso. Tenía miedo, no quería volver a equivocarse, pero tampoco quería perderlo.
Le besó. Ella le besó. Y ahí empezó todo.