11 de junio de 2011

Y con el entrecejo fruncido

Esa tarde lloró, gimió, sufrió.
La primera lágrima surgió mientras veía la tele; últimamente le afectaba todo, y con la mínima escena entrañable se le intentaban saltar las lágrimas, pero ella las contenía rápidamente. Ya tuvo suficiente práctica. Pero ese día se superó, llegó un momento en el que dijo basta, y soltó parte de lo que había llevado mucho tiempo guardando dentro de ella.
El interior de uno mismo es el peor sitio para guardar las cosas, pues acaban pudriéndose demasiado rápido, y lo podrido siempre huele mal. Pero qué seríamos nosotros si no nos autoinflingiésemos.
Menos de quince minutos estuvo llorando, y fue poco, lo sabe, pero le hacía falta; nada le estaba saliendo bien ese año. Y mira que hizo todo lo posible por que eso no sucediese.
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
De estas veces que nos quedamos con una tecla pulsada cuando terminamos de escribir una palabra. De estas veces que no te das cuenta de que te has quedado así. De estas veces que piensas: por qué no cambia. Por qué yo. Por qué a mí. Ni ganas tiene de molestarse en escribir los signos de interrogación. Que vuelvan a leer si no se enteran, se dice. 
Pero para ella, lo peor de todo, no son las lágrimas derramadas, no es el dolor en el pecho, no es la confusión, no es la indecisión; es el no saber cómo arreglarlo.
Today, Charlie is not making her smile.

8 de junio de 2011

Eso.

Esa noche soñó con su cuerpo, con su mente, con sus risas, con su boca, con sus ojos, con él, con Eso.


Estaba sentada en el sofá, leyendo la página mil ochenta, en la que había una escena asquerosa relatada por el tenebroso Stephen King. It (Eso), rezaba la portada del libro. Había encendido todas las velas que encontró por la casa y las puso en el salón; quería ganar ambiente, y lo consiguió. Pero el horror y el asco no le impidieron quedarse dormida.
De pie frente al espejo del cuarto de baño espera a que ocurra algo; simplemente está mirando su propio reflejo. Se percata de que algo va mal en la imagen de su reflejo, la luz no incide en un punto y provoca un pequeño lunar negro en mitad del espejo. Poco a poco va acercando su rostro. Poco a poco el punto se hace más grande. Un agujero negro estaba creciendo en el espejo de su cuarto de baño. De repente unos guantes blancos le atrapan la cara con mucha fuerza y empiezan a tirar de ella hacia el agujero negro, mientras de él sale la cara de un payaso; pero no era un payaso en realidad, era un monstruo: 
La nariz roja fue lo primero que apareció de entre tanta negrura, estaba agrietada y sucia; le seguía una frente pintada con maquillaje blanco, también sucia, llena de sangre, y con gusanos saliendo de una prominente herida; empezó a aparecer pelo rojo al rededor de las sienes, pelo quemado, encrespado y con aspecto putrefacto; los ojos amarillos y absorbentes capturaron su mirada. Eran unos ojos pequeños e intensos, decorados con una línea negra en cada ojo que los atravesaba verticalmente; una de éstas líneas se alargaba hasta la herida de la frente, cuyos gusanos empezaban a caer al lavabo y comenzaban a chillar. 
El payaso conectó su nariz con la de ella, haciéndole ver que él tenía el control, que It tenía el control. Desesperada por saber que ya nada podía hacer, empezó a gritar; el sudor recorría su frente, y las lágrimas sus mejillas. No quería morir así, no de esa forma, no con It en el cuarto de baño. 
Los guantes blancos de It empezaron a resquebrajarse, de entre los hilos de algodón empezaban a salir unas manos cubiertas de pelo, y unas uñas corvas que arañaban su cara. El dolor le empezó a inundar el cuerpo, no lo soportaba más, y sabía que no iba a parar tan fácilmente. Su mente, nublada por los horrorosos chillidos de los gusanos viscosos del lavabo, y en un acto de última esperanza (desesperación) mandó coger las garras del payaso. Pero éstas apretaron con más fuerza, incrustándose en la cara y atravesando los carrillos, tocando los dientes, las encías, rajando la lengua. El gritó quedó ahogado en sangre. 
It todavía no había terminado de aparecer, y reservó lo mejor para el final. Su boca. Del espejo emanó la parte superior de un labio prominente debido a la mandíbula sobresalida. De dicha mandíbula flotaban unos dientes afilados, como colmillos, negros y podridos entre los cuales había restos de carne encarroñándose. La mandíbula inferior era igual de horrible que la superior, o incluso peor: los restos de carne eran más abundantes, y en la lengua se podían ver heridas pútridas y supurantes. Pero lo peor era el olor. De esa repulsiva boca procedía un hediondo olor que evitaba que ella pudiese gritar. Le provocaba arcadas.
La sangre seguía acumulándose en su boca, aunque parte escapaba por los orificios de la cara que It le había hecho. Pero no pudo más, abrió la boca para escupir toda esa sangre y poder chillar mientras las lágrimas caían encima de los gusanos y los quemaba cual agua bendita a un demonio. 
-Ven con nosotros Beverly. Todos flotamos aquí abajo, todos... 
Le sugería el payaso Pennywise entre horripilantes carcajadas durante las cuales se le escapaba la carne de entre los dientes, los gusanos se duplicaban en el fregadero y la fetidez se colaba por el aullido de Berverly, alojándose en su cuerpo y pudriéndolo por dentro. Beverly empezó a agitar la cabeza mientras apretaba más todavía las garras del monstruo, pero eso acentuó su dolor. 
-Ven, Berverly...
-¡NO!
Gritó.
It siguió riéndose mientras abría cada vez más la boca. Beverly se dio cuenta de la intención. El payaso despegó su nariz de la de Beverly y empezó a empujar su cabeza hacia su boca. Pero Beverly no se iba a rendir, y quemó su último cartucho. Aunque le costase la vida. No importaba, era mejor que morir entre restos de carne, pus y sangre. Agarró fuerte ambas garras del payaso, introduciendo sus dedos entre los de It. Ya los tenía firmemente amarrados, cerró los ojos, dejó caer una última lágrima, y entre las risas del monstruo y su angustiado alarido tiró de la mandíbula hacia el espejo.


Beverly despertó a tiempo de ver su trágico final, de ver su posible futuro. Despertó en el "clac" indicado. Despertó bañada en sudor, pálida, sin aliento y con regusto a sangre.
Beverly miró a su alrededor, y lo único que la calmó fueron las velas. Las velas, que seguían encendidas, y  rezumando calor.