20 de junio de 2010

The other day I was thinking...
Tengo los músculos resentidos, los movimientos me duelen y no puedo ni andar sin que note la tirantez de éstos. Y para qué, las cosas se van rápidamente, y a nadie parece importarle, porque, realmente, y aunque la gente lo diga, nadie se preocupa por lo que sentía la persona, por cómo era o por lo que se callaba. Lo que de verdad importa cuando estás vivo, es lo que haces, lo que dices, y lo que enseñas.
¿Escritor famoso? Se le recuerda por lo que escribía.
¿Estrella de cine? Por su compostura, ligues...
¿Políticos? Por si la piciaron o no.
¿Una tía? ...
¿Qué más dará? Nadie se acuerda de ellas, ni siquiera aunque sean tías de algún famoso. Su vida ha sido un desperdicio.

17 de junio de 2010

La gran... ¿decepción?

Las lágrimas se derramaron por mi cara, no pude aguantar más.
Ver cómo mi esfuerzo se echa por la borda y el tiempo utilizado se convierte en perdido.
Ya me imagino la decepción de... bueno, su decepción. Sé que es obvio que se decepcione, pero no soy una máquina, y por mucho que se lo repita, su contestación sigue siendo la misma, y aunque me intente engañar diciéndome que lo entiende y que es todo un logro el haber llegado hasta aquí, yo sé que es mentira; y no se da cuenta de que eso me mata.
No sé qué hacer. ¿Cómo puede ser que lo que más me gusta sea mi mayor fracaso?, ¿cómo puede ser que en lo que más trabajo, más fallo? El mundo se vuelve del revés y descoloca mis esquemas.
No sé qué hacer: ¿junio o septiembre?

13 de junio de 2010

En coma

¿Dónde estoy?... Abro los ojos después de un parpadeo y me encuentro en un mundo totalmente distinto. Los colores blanco y negro abundan y no se observa ningún atisbo de felicidad. Estoy en una habitación echa añicos, destrozada, derruida, echa escombros. Las cortinas están desgarradas y cada cajón fuera de su sitio; los cristales están rotos y los diminutos cachos se esparcen por todo el suelo; los muebles, arañados, están arrojados por la habitación y una pared derruida ocupa una pequeña esquina. El polvo y la suciedad abundan por donde mire, millones de telarañas se pueden ver a kilómetros de distancia. La mugre habita en esta habitación. Doy un paso adelante y me doy cuenta del suelo, roto y con socabones que dejan entrever perfectamente un salón igual de destrozado que la habitación. Alzo la mirada y compruebo que en el techo los agujeros se suceden y puedo llegar a ver la boardilla. ... Estoy en la calle. No existe nada en ella. los coches están abandonados fuera de sus sitios, tirados sin más sobre la carretera. Absolutamente todos los cristales están rotos, no queda ni un sólo reflejo no desfigurado. Mis pasos, lentos, comprueban que el caos ha reinado en la ciudad, sea cual sea, y que por alguna razón yo he sido el único superviviente. Pero algo hace que en mi cerebro se encienda algo. Ese cartel, en el que se puede leer perfectamente > con letra cursiva y estilo antiguo, llama mi atención. De pronto todo me suena y poco a poco las piezas se empiezan a juntar en mi cabeza. Mi cara de ignorante se torna a la de sorpresa cuando descubro que esta ciudad derruida, cubierta de polvo y suciedad, y que en la que el más mínimo ápice de vida es aquél donde habita más moho, es mi ciudad. Pero... ¿dónde está la gente? La obviedad está presente en el ambiente: no hay nadie más. ¿Y mi casa? Una imagen de cortinas desgarradas se alterna con otras limpias y recién compradas, como cuando estás en una discoteca y la luz empieza a parpadear. Mi casa. Aquél montón de escombros se había convertido en mi hogar, o más bien había destruido mi hogar. Otro parpadeo de ojos, y al abrirlos me encuentro en el salón de lo que había sido mi hogar. El sofá, antes de color blanco y con dos butacas al lado, estaba desgarrado totalmente y las tripas se salían de cada cojín, y las dos butacas, se encontraban esparcidas en su hueco de siempre; la estantería con mis libros favoritos estaba derrumbada, boca abajo en el suelo, mientras los libros decidían ponerse a barrer el suelo con sus pulcras palabras; la cristalera estaba abierta y, como en el resto de los lugares, las copas estaban rotas, echas añicos en la misma balda donde esa mañana puse la última copa limpia. Me acerqué a encender una luz, a ver si esto coge un poco de color, pero la bombilla explotó en cuanto le di al interruptor. Me sobresalté. De pronto me di cuenta. Mi piano. Desplacé la mirada hasta la esquina que me faltaba por supervisar, y allí estaba. Mi querido piano. Aquél que tantas veces me había acompañado en mis días de soledad, el que me había consolado y escuchado, aquél que había recogido todo mi dolor en unas solemnes melodías, estaba ahora destrozado por él. Me arrodillé en el suelo y toqué una tecla. Sonó. No estaba tan mal como parecía, simplemente se le habían caído las patas y ahora se encontraba totalmente echado en el suelo. Oh, mi piano. Después de una asimilación, me di cuenta de mi soledad, y las lágrimas llegaron a mis ojos. ¿qué iba a hacer yo sin nadie a quien amar, sin nadie a quien acariciar? ¿Qué iba a hacer yo sólo en una ciudad tan grande? ¿Qué... Notas. Ritmo. Melodía. Una canción se empezó a oír en el aire e impregnaba toda la casa. Sin saber por qué, los agujeros del techo y del suelo empezaron a desaparecer y se sustituían por lo que antiguamente había. Los cristales, misteriosamente, empezaban a recomponerse, y donde antes había añicos, surgían copas de cristal fino, y donde mi reflejo aparecía monstruosamente resquebrajado, se descubría mi cuerpo nítido y harapiento. Me giré para ver de una forma más cómoda la transformación de mi hogar. Aquella canción estaba haciendo lo imposible. Pero, ¿de dónde salía? La transformación de la casa había terminado, todo había vuelto a su sitio y nada podía hacer que mi alegría se disipase. Me asomé a la ventana para ver la ciudad, pero ya tenía una pequeña esperanza y como era de esperar, volvió a la normalidad: la gente paseaba tranquilamente, dirigiendo pequeños saludos cordiales en determinados momentos. Mi felicidad iba aumentando, pero mi amada seguía perdida, y nunca la recuperaré. Había fallecido años atrás en un accidente y desde entonces mi única esperanza de volver a verla era morirme yo también, pero todos mis intentos eran fallidos y mi dolor y desesperación aumentaban por segundos. Pero para mi sorpresa, en mi segunda inspección de la casa, cuando llegué a la última habitación y entré pude ver cómo un rayo de luz atravesaba la ventana y proyectaba en la cama una preciosa silueta. Un ángel se había posado entre mis sábanas y se hallaba dormida, pero tenía que despertarla, necesitaba robarle un beso. -Despierta amor mío. Le dije en un susurro. Y como si llevase toda la noche esperándolo, ella abrió los ojos con sumo cuidado, me miró a los ojos y me dijo: -Te quiero. Bienvenido a casa, cariño. Estaba en mi casa, desolado por lo inútil que podía llegar a ser. Un paciente mío había caído en coma y yo no podía hacer nada para aliviar su sufrimiento. Pero, por alguna razón, se me ocurrió regresar al hospital y tocarle algo con la guitarra. Así que cogí la guitarra, las llaves del coche y, una vez allí, me senté al lado suya y empecé a tocar. Sé que podía oírme, lo sentía. De pronto, en el monitor, las pulsaciones empezaron a bajar. 130, 120, 110, 100, 90... Seguí tocando, yo sólo quería aliviar su sufrimiento. 80, 70, 60... Lo sabía todo sobre el paciente, me había obsesionado en salvarle. 50, 40, 30... Pero ni siquiera pude salvarle a él. Su mujer, su amada, como le decía él, murió en mis manos en un accidente, y ni siquiera he sido capaz de compensarle. Le habría tocado el piano, pero sólo podrá conformase con esto... 20, 10, 0..............