30 de noviembre de 2010

Revelaciones... ¿inútiles?

No puedo evitar no verte igual, verte como hace unas horas hacía, verte como la romántica
Arde la venda de mis ojos y descubre mi ceguera. 


Cierra la lógica y abre la ventana de tu cuarto...


Cabrón.


Palabras soltadas como un suspiro en una noche de verano, mentiras acaecidas por el alba que las teñía de rosa. Y ahora soy yo la que vuelve a caer. 


Estoy enfadada, conmigo, contigo, con ella, con él, con todos. No consigo lo que quiero y tampoco me ayudan los mundos paralelos, que me cierran la puerta y echan la llave. Todo a mi alrededor se derrumba, excepto mi muralla, que hace que mi sonrisa no demuestre su lado putrefacto y que al hablar, salga de ella, un perfecto aliento gélido pero gustoso a la vez, con olor a menta, diría yo. 


¿Me habrán ocultado algo más? ¿Seré una simple paralítica que no consigue avanzar, desarrollar sus carencias? tengo la cabeza tapada por un saco que no me deja ni ver, ni oír, ni hablar. Coarta mi libertad y a la vez se mofa de mis intentos. 


¿Pero por qué? Él tenía derecho a hacerlo, y ella más. Y ahora verla así me produce... ¿horror? No, no es esa la palabra(, creo). Es un sentimiento indescriptible, una sensación que no se me irá hasta pasado un tiempo, o hasta que le pregunte la pregunta que tengo en mente, que distrae mi atención en cada segundo: ¿cuándo parasteis?

Eso dirigiría todo mi odio hacia él y la idea que tenía de volver a hablarle habrá desaparecido. Mentira. Le hecho de menos; esas risas, eso besos, esos abrazos... Sólo me siento bien cuando estoy en compañía, pero nadie sabe lo que me pasa, ni el por qué de mis inminentes exigencias. Quiero contarlo, pero el saco no me deja.


Tan serena a la vez que alterada. 


Querer perdonar sin ser capaz de ello, saber que has hecho mal sin poder remediarlo, autoconvencerte de algo pero sin resultados. Escuchas música para poder distraerte, pero como también estás sorda, no consigues oír nada que merezca la pena.


El otro día me revelaron que estaba muerta, y mi reacción fue preguntar qué es lo que comeré mañana. Pero como no me contestaron, decidí preguntar por qué nací. 

20 de noviembre de 2010

It (eso)



No era maquillaje lo que el payaso lucía. Tampoco estaba envuelto en un montón de vendas. Eran vendas, sí, casi todas alrededor del cuello y las muñecas, agitadas hacia atrás por el viento pero Ben le veía la cara con claridad. Tenía arrugas profundas; su piel era un mapa de pergamino que trazaba arrugas, mejillas desgarradas, carne árida. La piel de la frente estaba partida, pero sin sangre. Labios muertos sonreían desde unas fauces en que los dientes se inclinaban como lápidas. Sus encías estaban agujereadas y negras. Ben no le vio los ojos, pero algo centelleaba muy atrás, en los fosos de carbón de aquellas cuencas, algo así como las frías gemas en los ojos de los escarabajos egipcios.

Stephen King.

16 de noviembre de 2010

Cuando haces algo que no quieres sin posibilidad de remediar. 
La posibilidad de fallar y volver a intentar no existe, se evapora en el aire y deja paso a la recaída. 
Caer a un pozo sin fondo donde la luz no se apaga  pero no la puedes ver porque tu vestido te tapa la cara.
Sin inspiración, 
sin cerebro,
sin ganas... 
sin nada.

10 de noviembre de 2010

Desgraciada naturaleza.

Primera hora de la mañana y mi cerebro ya está en funcionamiento, aunque desgraciadamente está demasiado activo y se pone a cavilar en zonas que se veían clausuradas.
Caigo en la rutina, en los días donde mi guardia personal hace un recorrido lento y tedioso. Y ayer tocó la zona, esa, zona. La guardia se acercó al edificio y rompió el cordón policial, haciendo que el jefe policial se manchase los dedos, y que al abrir la puerta una nube de polvo se deslizase por el suelo.
Los policías entraron sin contemplación y empezaron a ventilar el edificio. Pero algo había cambiado. El polvo, contaminado y tóxico como era la última vez que se intentó inspeccionar, había mutado. Ahora cuando aspiraban y las partículas se introducían en las fosas nasales, no provocaban espasmos en los pulmones e, irremediablemente, había que salir de allí, sino que, simplemente, se deslizaban hacia los pulmones sin provocar ninguna reacción atípica.
Los objetos vuelven a cobrar vida y las salas se llenan de luz. La puerta de una de las habitaciones se abre expectante. Y allí está, sentado al borde de la cama con las manos cruzadas. El que hizo que todo empezase y que nada terminase, al menos para mí.
Cuando vuelves al pasado y todo vuelve a estar como siempre. Nunca nada cambia, todo sigue igual.
Los pensamientos se confunden y yo sigo pensando en qué puede encontrarse detrás de esa puerta lo suficientemente entornada como para hacerse ilusiones. La posibilidad.
No, no, no, no... 
Sin querer vuelvo hacia atrás, recojo las migas de pan que fui tirando por el camino para no perderme. Pero en realidad lo que necesito es no encontrar el camino de vuelta, que venga un perro con escoba en la cola y en la cara y borre aquél camino por el que algún día pensé que iba bien.
Saber que es inútil, porque hagas lo que hagas se cometerán los mismo fallos, saber que por muy feliz que estés en ese momento el sufrimiento será mayor al final. Conseguir borrarlo todo durante un tiempo y que después vuelva a su sito, no tiene precio. Y pensar que algo podría cambiar, tampoco. Pero está en la naturaleza del hombre, es inevitable. Nuestro cerebro acumula y asimila información que después es difícil olvidar, porque se incrusta en nuestro cerebro y reniega de su verdadero sitio: el vertedero.
Sí, porque en realidad nuestro cerebro, sentimentalmente hablando, es un vertedero. Pero como en todo vertedero siempre hay restos que merecen la pena, y es por eso, queridos lectores, por lo que nunca nos desprendemos de la basura que absorbe la tierra y dejamos paso para algo más... ¿superficial?