25 de abril de 2010

¿Qué me hizo pensar que podía conseguirla?

Su pelo sedoso, suave y brillante me deslumbró y sus ojos me hipnotizaron y transformaron hasta la persona que ahora soy. Una persona ilusa con los sueños rotos por verla con otro cogida de la mano. Lo descubrí el otro día, paseando y pensando en ella. Sus manos se aparecieron ante mis ojos cuando iba andando por la calle. Mi corazón empezó a palpitar agitadamente y mi respiración se aceleró. No podía pensar y mi vista, desgraciadamente, se nubló. ¿O no tan desgraciadamente? Porque al segundo me di cuenta: Iba acompañada de otra mano, otra mano que, obviamente, no era la mía. Las emociones se rebobinaron: Mi corazón dejó de latir y mi vista se aclaró, como si quisiera que viese bien lo que tenía ante mí, como si quisiese que sufriese un shock irreparable. En ese momento pensé: ¿qué me hizo pensar que podía conseguirla? Era imposible que con mis ilusiones de niño chico y mi esperanza puesta en sus manos pudiese conseguir algo. Todo el mundo me lo dijo, pero igualmente no escuché, porque en mi cabeza sólo oía el melódico perdón que me dijo cuando un día bajando las escaleras del instituto me choque contra ella. Ahora lo pienso y en realidad fue un acto estúpido. Y aquí estoy yo, parado en miad de la calle sin saber qué hacer ni pensar. Todo yo soy un torbellino de emociones, como si la tormenta y el huracán ya hubiesen pasado y ahora no quedase nada más que una brisilla en comparación; y desgraciadamente los torbellinos no son mi fuerte.

7 de abril de 2010

Cicatrices

Tras largos surcos en mi piel, el dolor desaparece y se transforma en placer, ya no me duelen las heridas y pero sí las cicatrices. Ese recuerdo constante del dolor que sentí, ahora tan ambiguo por no saber si es dolor o tristeza. El recuerdo viene a mi mente y no me gusta su presencia, ni si quiera saber que puede reaparecer. Intento eliminar esa sensación y decirme a mí misma que no tengo motivos, pero es inevitable, y se hace insoportable incluso oírlo. Me parece ajena su presencia. Oigo hablar de ello y no encuentro sentido a las palabras de los demás y una pregunta me sobreviene a la cabeza, pero nunca la digo, nunca la pregunto, y nunca me la respondo. Son las cicatrices que conlleva pero su carga todavía es demasiado pesada para mí, y aunque en ocasiones me gustaría que volviese y romper con todo de una vez, mi otra mitad me dice que sería una tortura, que tengo que dejar que las cicatrices desaparezcan lentamente y que se vaya la obsesión de mi cabeza. Te vas, y me dejas, con mis sentimientos, colgada, con las cosas en la boca, con la mente bloqueada. Y cuando te devuelvo tus cosas, reclamas. No me hablas, no me miras, me ignoras pero lo que hago no te pasa desapercibido y lo rimero que s te ocurre hacer es decirme cobarde. Obviamente la claridad no es lo tuyo y tus palabras enmascaran lo que de verdad quieres decir: COBARDE. Las cicatrices se vuelven a abrir. Qué dolorosas pueden ser unas palabras.Que penosidad sentirme así. "Ven a devolvérmelo tú" ¿Cómo? Si dejamos de hablarnos. "No me mandes a otro para que lo haga" ¿Qué quieres, ver cómo te miran mis ojos? Mi indiferencia es abismal ante los que no tengo aprecio y por algún motivo consigues que vaya en aumento. No me hables, no me mires, no me importa... porque ya lo haré yo cada vez que te cea; te clavaré la mirada para que sepas lo que me has hecho. Las murallas se han cerrado. Bien por ti si es eso lo que querías, pero has fallado: se han cerrado, sí, pero sólo para ti. Y cuando te clave la mirada sé que apartarás la tuya, porque aquí lo único cobarde eres tú. COBARDE. Ni un ápice de emoción recorre mi cuero, ya me he enfriado. Vuelvo a ser fría como el hielo. COBARDE. Lo que hace una llamada.