29 de abril de 2011

Taconcitos de cristal, que parecen de cristal, pero son una copia barata del original (I)

Ese día Max se levantó con el pelo revuelto y sin saber dónde se encontraba. Tras un largo y sonoro bostezo se levantó de la cama y arrastrando lo pies se dirigió al cuarto de baño; su reflejo se erguía somnoliento. Lo primero, asegurarse de que todo está en su sitio: Max empezó a hacer muecas con la boca, a inspeccionar su rostro acercándolo más al espejo. Hoy le apetecía ir de compras: zapatos; aunque quizás se compre alguna cosa más.
Tras una larga y relajante ducha, Max se enfunda sus baqueros cortos y una camiseta holgada pero que deja ver su figura femenina, Max no tenía mucho pecho, pero eso no le importaba, tenía el suficiente para que se notase; se puso las botas estilo militar, se ató los cordones, se lavó los dientes, se puso las lentillas, y antes de salir cogió la cartera y el bolso que estaba en el suelo, y salió despreocupada por el desorden de su casa.
El sol brillaba ese día, y aunque hiciese calor, se contrarrestaba con la brisa fría que corría entre los edificios de la ciudad. Max desbordaba felicidad, pero no de esta que hace que no pares de sonreír, sino de la otra, de esa que ilumina tu presencia y hace notar que eres feliz, de esa que hace que la gente se vuelva para mirarte y siga tu estela de felicidad, pero Max también desbordaba indiferencia. Indiferencia por lo que el resto de la gente pensaba, y sin embargo ella misma iba pensando, y observando, desde detrás de los cristales negros de sus gafas, en la vida de los demás: a dónde irían, con quién quedarían, si tenían trabajo, familia, un amante... La vida de Max no era para nada complicada, tenía sus clases en la universidad, trabajaba por las tardes en una pequeña cafetería, y cuando llegaba a su casa cogía un buen libro o se ponía a ver películas, y los fines de semana, se reunía con sus amigos. En definitiva, Max era feliz. Y sé que os estaréis preguntando: ¿y el novio?, ¿dónde está el novio? Max no tenía novio, ni novia, ni nada que se le pareciese, por las noches cuando salía a lo mejor se divertía con alguna que otra persona, pero siempre desconocidos, gente que le dio buena impresión y que sabía que no iba a volver a ver más. Pobrecita, diréis, pero a Max no le importa, porque ella es feliz así, sin ataduras, sin presiones.
Max iba mirando de reojo los escaparates de la calle, no había nada en particular que le llamase la atención... un momento, sí, sí que lo había. Max divisó una pequeña tienda de antigüedades nueva en medio de dos tiendas extravagantes y con altos precios en los escaparates (Max sabía que si entraba ahí le echarían una mirada de desconfianza tan sólo por sus viejas botas militares y su pelo despreocupadamente suelto). Cuando abrió la puerta de la pequeña tienda, una pequeña campanilla sonó encima de su cabeza, Max miró, y acto seguido se quitó las gafas para poder ver el pequeño encanto que tenía la tienda. Max se fijó en que no había nadie para atenderla, así que se puso a deambular por la pequeña tienda sin preocuparse por el tiempo, estaba de vacaciones, no tenía nada mejor que hacer. Max tenía la música muy alta mientras escuchaba una balada de rock, porque aunque a Max no le gustase tener pareja, adoraba escuchar letras melódicas que hablasen de lo maravilloso que es el amor, por eso, cuando el dependiente de la pequeña tienda salió de la cortina detrás del mostrador y vio a Max inspeccionando sus estanterías y le preguntó si quería ayuda, Max no fue capaz de responder, así que el dependiente de la pequeña tienda se acercó a Max y tocó tu hombro con un "¿señorita?". Max se sobresaltó y dejó caer el viejo libro que tenía en las manos. El dependiente de la pequeña tienda recogió el pobre libro que tuvo un aterrizaje forzoso y sonrió a Max. 
-No se preocupe. 
-Lo siento, no pretendía...
-No se preocupe, muy poca gente entra en la tienda así que no me preocupo mucho cuando estoy en la trastienda. 
-Lo siento.
Y Max agachó la cabeza avergonzada mientras el dependiente de la pequeña tienda le mostraba una sonrisa inocente. 
-¿Está buscando algo en concreto?
-¿Eh? Pues la verdad es que no, estaba andando y me llamó la atención la tienda.
-Pues será de las pocas, porque mucha gente prefiere utilizar su tiempo en tiendas más nuevas y lujosas. 
-Ya, pero esas muchas personas perdieron su muchedad hace mucho.
Sentenció Max, que había cambiado su dirección para poder hablar sin encontrarse con la mirada del dependiente, que la había respetado y se refugió detrás del mostrador mientras hacía unas cuantas tareas.
-Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll o para los más expertos, por Charles Lutwidge Dodgson.
Max sonrió desde su escondite detrás de unas bolas de cristal, el comentario le pilló por sorpresa pero le gustó mucho. 
-Al parecer tú no la has perdido. 
Susurró, pero el dependiente de la pequeña tienda no consiguió oírlo, ya que estaba inmerso en sus cosas detrás del mostrador. 

3 comentarios:

  1. Bonito bonito bonito =F
    Espero leer la continuación muy pronto.
    Y si, me encanta, se parece a nosotras ^-^

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  2. Eje... me gusta =P Tienes que seguirlo eh?

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  3. Tranquila, que tengo en mente seguirlo e_e

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