Jul estaba preocupada. Ella era así, se preocupaba mucho sin hacerlo notar, no le gustaba llamar la atención. No la había llamado Juliet (que era su nombre completo), pero las palabras de la pantalla sugerían un tono bastante amargo.
Jul escribía, era la única de las tres amigas que escribía. Bárbara cocinaba y fotografiaba. Annie dibujaba y hacía manualidades. Jul escribía. Y aunque se enorgullecía de ello, siempre pensaba que tan sólo leían su blog un par de personas (independientemente de las estadísticas de internet) y que no causaba repercusiones; que podía hablar de lo que quería y de quién quería sin ser descubierta. Para Jul escribir significaba mucho: a veces podía no estar satisfecha con los textos que creaba, pero eran su manera de hacer perdurar las cosas en su recuerdo, de evadirse cuando no quería aguantar más en la realidad, de desahogarse. Jul no concebía su vida sin la escritura. Pero le estaba causando problemas, y no era la primera vez que le ocurría. Aunque esta vez no lo entendía. Jul reconocía que podría dar qué pensar, pero no pensó que él fuese a pensar así. Tiene las palabras que le ha dicho grabadas en las neuronas, no cree que las vaya a poder olvidar en bastante tiempo...
Jul dejaría de escribir, pero su naturaleza se lo prohíbe, desde que descubrió su gusto por la escritura (así como por la lectura), se le ha hecho inconcebible esa idea. Podría dejarlo durante un tiempo, de hecho ya lo hace, cuando ya no consigue exprimir más su cerebro, pero no para siempre. ¿Cómo se expresaría entonces? Posiblemente explotaría a todas horas y sería la persona más antisocial y borde del universo, piensa Jul a veces. Jul escribía sobre muchas cosas, algunas sobre sentimientos suyos, historias que se le ocurrían, deseos... e incluso a veces sobre los de otras personas, transcribía los pensamientos del resto de la gente. Y esta vez se limitó a expresar lo que Annie sentía con palabras. Y ahí estuvo el problema.:
Jul tenía novio (no pareja, como decía Annie). Jul se enteró ese mismo día de que él leía su blog; Jul ni siquiera pensaba en la posibilidad de que él se molestase en leer sus tonterías. Y ese mismo días Jul había escrito sobre lo que Annie pensaba sobre tener pareja. Pero él no lo interpretó bien. Y Jul se llevó otra vez el susto (el tercero o el cuarto ya), el susto de que la dejase.
¿Pero por qué inseguro?¿Acaso era ella la que le causaba estar así? ¿Por qué?
¿No lo podría haber visto de otra manera? Podría haber pensado que ya encontré a esa persona, que no sabré qué hacer cuando por fin pueda irme de aquí. Que me gustaría que él viniese a todos lados conmigo, no soltarle nunca. ¿Pero inseguro? ¿Por qué?
Jul no paraba de darle vueltas y vueltas a esas preguntas sin respuesta.
Sí, quería hacer cosas; sí, quería experimentar; sí, quería cosas nuevas, pero las quería hacer con él, que él estuviese en su vida...
Yo...
Jul no quería nada más.
4 de abril de 2012
Un resquicio de locura atisbaba en sus ojos. La sola idea le consumía la mirada; se podía ver en sus lágrimas no caídas, en su risa histérica.
Al pensarlo me doy cuenta, necesitaba consuelo, y no se lo di, una parte de mí decía que no era el momento. Era como si al hacerlo le otorgara aquél conocimiento que ella no quería asimilar.
Se oculta la verdad, pero creo que es porque sabe que si la acepta, sentirá que ha perdido el tiempo, el dolor será de verdad, y todo habrá sido mentira. Una mentira.
Mientras, los mil kilómetros separan las verdades calladas, los pensamientos ocultos; vuelve todo vacuo e inútil. Ya no tiene sentido, pero ¿para qué darse cuenta si siempre es más fácil vivir en una mentira?
Ojalá despierte pronto...
Al pensarlo me doy cuenta, necesitaba consuelo, y no se lo di, una parte de mí decía que no era el momento. Era como si al hacerlo le otorgara aquél conocimiento que ella no quería asimilar.
Se oculta la verdad, pero creo que es porque sabe que si la acepta, sentirá que ha perdido el tiempo, el dolor será de verdad, y todo habrá sido mentira. Una mentira.
Mientras, los mil kilómetros separan las verdades calladas, los pensamientos ocultos; vuelve todo vacuo e inútil. Ya no tiene sentido, pero ¿para qué darse cuenta si siempre es más fácil vivir en una mentira?
Ojalá despierte pronto...
Publicado por
La que mató al gato
a las
1:58
2 de abril de 2012
Paranoia
¿Qué ha sido eso? se pregunta así misma. Está en su casa, a oscuras, en el pasillo con no más luz que la que entra por las ventanas de la calle. Y aun así está aterrada. El pasillo le parece más estrecho, y cada vez que pasa al lado de una puerta sus ojos se mueven inconscientemente hacia la luz tremebunda de la ventana, pensando que ha visto una silueta humana. Pero no, no hay nada. Su pánico aumenta y apremia su paso para entrar cuanto antes en su habitación, meterse en la cama y cubrirse con sus mantas de acero. Sin embargo, su paranoia crece y hace que el pasillo, que sólo consta de algunos metros, se vuelva interminable, y que tras cada rincón oscuro, aceche algún ser peligroso. Vuelve a pasar al lado de una puerta, esta vez entreabierta. Algo parece estar observándola desde la rendija, algo peligroso. Un ojo brilla en su perversa mente. Se acentúa el pánico. Quiere llegar ya, pero no puede. Sabe que sus pies se mueven, pero no llega a su destino.
Por fin alcanza la puerta de su habitación. Ha ido todo el pasillo con los brazos extendidos como si así pudiese ensanchar más las paredes y lo mismo hace con los quicios de la puerta y ahora que ha llegado hasta allí, le da miedo pasar. ¿Y si me está esperando dentro? ¿Y si cuando pase la puerta me atrapa y me devora? Pero tampoco puede quedarse ahí, porque siente algo detrás suya, algo que la acecha. Se siente inmune, está en una encrucijada donde el dar un paso adelante o atrás, le provoca el mismo terror. Sin embargo da el paso adelante, no puede pegarse a la pared del pasillo y estar ahí toda la noche, necesita el calor de su cama, el peso de sus sábanas. Sigue con las manos en las paredes, el tacto rugoso del gotelé hace que aquello no parezca tan terrorífico y mórbido. La casa sigue sumida en un absoluto silencio. La luz que entra por la ventana parece más amarillenta, más terrorífica, más enfermiza. Se separa de la pared y corre hacia su cama, con la esperanza de que aquello que la observa y aguarda no salga a correr al mismo tiempo que ella y la atrape antes de poder meterse tras la esperanzadora coraza de algodón. Pero nada ni nadie la ataca. No obstante ella sabe que algo sigue ahí, tras el cristal de la ventana de su balcón. Puede sentir la silueta negra, los ojos amarillos y febriles clavados en el bulto que su cuerpo hace debajo de las sábanas. Sigue muerta de miedo, de terror, de pánico. Algo le dice que su cazador ha entrado en su habitación y se acerca a ella. Cierra los ojos y espera, con el corazón en un puño, no sentir unos colmillos clavados en su cuello antes de quedarse dormida.
Por fin alcanza la puerta de su habitación. Ha ido todo el pasillo con los brazos extendidos como si así pudiese ensanchar más las paredes y lo mismo hace con los quicios de la puerta y ahora que ha llegado hasta allí, le da miedo pasar. ¿Y si me está esperando dentro? ¿Y si cuando pase la puerta me atrapa y me devora? Pero tampoco puede quedarse ahí, porque siente algo detrás suya, algo que la acecha. Se siente inmune, está en una encrucijada donde el dar un paso adelante o atrás, le provoca el mismo terror. Sin embargo da el paso adelante, no puede pegarse a la pared del pasillo y estar ahí toda la noche, necesita el calor de su cama, el peso de sus sábanas. Sigue con las manos en las paredes, el tacto rugoso del gotelé hace que aquello no parezca tan terrorífico y mórbido. La casa sigue sumida en un absoluto silencio. La luz que entra por la ventana parece más amarillenta, más terrorífica, más enfermiza. Se separa de la pared y corre hacia su cama, con la esperanza de que aquello que la observa y aguarda no salga a correr al mismo tiempo que ella y la atrape antes de poder meterse tras la esperanzadora coraza de algodón. Pero nada ni nadie la ataca. No obstante ella sabe que algo sigue ahí, tras el cristal de la ventana de su balcón. Puede sentir la silueta negra, los ojos amarillos y febriles clavados en el bulto que su cuerpo hace debajo de las sábanas. Sigue muerta de miedo, de terror, de pánico. Algo le dice que su cazador ha entrado en su habitación y se acerca a ella. Cierra los ojos y espera, con el corazón en un puño, no sentir unos colmillos clavados en su cuello antes de quedarse dormida.
Publicado por
La que mató al gato
a las
15:59
1 de abril de 2012
Aun sin haberlo encontrado todavía
¿Qué pasa si ya no puedo más?
La pregunta le vino de golpe a Annie, como una revelación. Se dio cuenta, de repente, de lo que pasaba en realidad; de lo que le pasaba en realidad: todavía tenía ganas de vivir mil y una aventuras.
Porque ¿qué pasa cuando no se pueden tener más aventuras porque has encontrado al amor de tu vida, porque lo has encontrado?
Ya lo ha visto en muchas personas, y ella no quiere ser así, no quería ser así. Por eso nunca se ataba. Y ahora, que está sola en su habitación, lo comprende; comprende que siempre ha tenido esas ganas de experimentar, de tener descaro, desparpajo, la posibilidad de poder cambiar de personalidad, de ropa, de estilo, cuando quisiese, de irse sin ninguna repercusión... no quiere oír un has cambiado o un ya no eres la misma; no quiere tener que despedirse de nadie, de llorar por nadie. Cosas que ya ha hecho y no quiere volver a vividlas.
Annie piensa en su amiga Juliet, ¿cómo lo hará ella? A Annie le da miedo que si encontrase al amor de su vida y ella se diese cuenta, ya no pudiese irse de ese pueblucho en el que está, de no probar cosas nuevas. Lo peor de todo sería despedirse. ¿Cómo te despides del definitivo? ¿Qué le dices?: ¿me esperarás?, ¿relación a distancia?, ¿seguiremos en contacto? ¿simplemente adiós?
A mucha gente puede parecerle una tontería; de hecho, Annie sabe que a Jul eso le parece una tontería. Pero eso es porque Annie sabe que a Jul le da igual quedarse donde lleva viviendo toda su vida, que le da igual no probar cosas nuevas, porque le da igual... todo. A Jul no le importaría hacer todas esas cosas en compañía de una sola persona, mientras sea capaz de irse de casa de sus padres. Con eso ella es feliz.
Annie no. Lo sabía. Lo sabía desde hoy.
Annie tenía miedo de dejar escapar lo que mucha gente busca a lo largo de su vida.
La pregunta le vino de golpe a Annie, como una revelación. Se dio cuenta, de repente, de lo que pasaba en realidad; de lo que le pasaba en realidad: todavía tenía ganas de vivir mil y una aventuras.
Porque ¿qué pasa cuando no se pueden tener más aventuras porque has encontrado al amor de tu vida, porque lo has encontrado?
Annie piensa en su amiga Juliet, ¿cómo lo hará ella? A Annie le da miedo que si encontrase al amor de su vida y ella se diese cuenta, ya no pudiese irse de ese pueblucho en el que está, de no probar cosas nuevas. Lo peor de todo sería despedirse. ¿Cómo te despides del definitivo? ¿Qué le dices?: ¿me esperarás?, ¿relación a distancia?, ¿seguiremos en contacto? ¿simplemente adiós?
A mucha gente puede parecerle una tontería; de hecho, Annie sabe que a Jul eso le parece una tontería. Pero eso es porque Annie sabe que a Jul le da igual quedarse donde lleva viviendo toda su vida, que le da igual no probar cosas nuevas, porque le da igual... todo. A Jul no le importaría hacer todas esas cosas en compañía de una sola persona, mientras sea capaz de irse de casa de sus padres. Con eso ella es feliz.
Annie no. Lo sabía. Lo sabía desde hoy.
Annie tenía miedo de dejar escapar lo que mucha gente busca a lo largo de su vida.
Publicado por
La que mató al gato
a las
15:54
30 de marzo de 2012
Even if there is no way.
El humo se escapaba de la boca de la taza mientras ella divagaba en el sofá, con la cabeza boca abajo y el pelo rozando el suelo. En realidad no estaba pensando en nada, tenía la mente totalmente despejada, en blanco, ni siquiera sentía nada. Quizás era a eso a lo que le daba vueltas: no sabía cómo se sentía. ¿Se puede no sentir nada? Pero incluso en esa situación, ya sientes algo.
Una idea la manchó de lleno: ¿y si uno se sentía así cuando acaba de liberar a un roedor? Ella los llamaba así, le parecía gracioso (no era una chica corriente, nada normal). Para ella los roedores habitaban en su cuerpo, no sólo en su cabeza, y eran bichitos (les llamaba también) parecidos a ratones de campo, que correteaban de arriba abajo juguetones, cuando estaba feliz; comiendo, cuando sentía hambre; durmiendo, cuando tenía sueño; peleándose entre ellos, cuando estaba enfadada... Cada función o sentimiento tenía su bichito, incluso en cada uno podía haber más de un bichito por ahí deambulando.
Ella estaba pensando en un roedor del pasado; pensaba que por fin había sido capaz de liberarlo. El problema estaba en que no sabía qué hacer ahora con esa jaula que quedaba vacía. ¿Tenía que buscar otro roedor? ¿o simplemente esperar a que otro cayese en la trampa y quedase atrapado sin tener que hacer esfuerzo alguno?
No obtuvo respuesta hasta que pasado un tiempo se dio cuenta de que había dejado esas cuestiones a parte, y cuando volvió a sentarse en el sofá, con una taza de té humeante, se acordó de ello, y también de que ya tenía la solución. La simpleza de tal respuesta la llenó por completo, y descubrió, que, con el tiempo, todo vuelve a su lugar, que las cosas no desaparecen, sino que se transforman:
Su pequeño bichito no se había ido, se había convertido en un recuerdo, en la esencia de aquel momento pasado en el que había habitado durante meses.
Una idea la manchó de lleno: ¿y si uno se sentía así cuando acaba de liberar a un roedor? Ella los llamaba así, le parecía gracioso (no era una chica corriente, nada normal). Para ella los roedores habitaban en su cuerpo, no sólo en su cabeza, y eran bichitos (les llamaba también) parecidos a ratones de campo, que correteaban de arriba abajo juguetones, cuando estaba feliz; comiendo, cuando sentía hambre; durmiendo, cuando tenía sueño; peleándose entre ellos, cuando estaba enfadada... Cada función o sentimiento tenía su bichito, incluso en cada uno podía haber más de un bichito por ahí deambulando.
Ella estaba pensando en un roedor del pasado; pensaba que por fin había sido capaz de liberarlo. El problema estaba en que no sabía qué hacer ahora con esa jaula que quedaba vacía. ¿Tenía que buscar otro roedor? ¿o simplemente esperar a que otro cayese en la trampa y quedase atrapado sin tener que hacer esfuerzo alguno?
No obtuvo respuesta hasta que pasado un tiempo se dio cuenta de que había dejado esas cuestiones a parte, y cuando volvió a sentarse en el sofá, con una taza de té humeante, se acordó de ello, y también de que ya tenía la solución. La simpleza de tal respuesta la llenó por completo, y descubrió, que, con el tiempo, todo vuelve a su lugar, que las cosas no desaparecen, sino que se transforman:
Su pequeño bichito no se había ido, se había convertido en un recuerdo, en la esencia de aquel momento pasado en el que había habitado durante meses.
Publicado por
La que mató al gato
a las
13:50
Todo el mundo a su rollo
Estoy esperando mi turno para entrar en la consulta del médico.
La madre del niño al lado del que me he sentado le dice que se siente a su lado. Creo que no le caigo bien. faltan dos turnos por pasar delante mía y ya me estoy muriendo de aburrimiento y de sueño... ¿en qué momento decidí no coger un libro? Llega una mujer nueva, una anciana, mejor dicho, y se sienta en la esquina más alejada de la sala. Hay otra pareja madre-hija, ambas absortas en las pantallas iluminada de sus móviles de última generación, una escena bastante triste. Súbitamente la anciana se levanta, se acerca a la pareja madre-hija con un andar lento y acompasado, como en trance. Se para delante de ellas. Repentina y rápidamente la anciana ataca a la madre: se abalanza sobre su cuello y le muerde, arrancándole la piel, rompiéndole tendones, músculos y venas. La hija grita, pero la anciana la silencia con un manotazo que manda su cabeza directamente contra la pared, dejándola inconsciente.
La anciana se incorpora, tiene toda la boca y el pecho manchados de sangre. Un rastrojo del cuello de la madre le cuelga del escote del camisón.
Nadie dice nada, nadie hace nada. Todo el mundo sigue a su rollo.
La anciana se incorpora, tiene toda la boca y el pecho manchados de sangre. Un rastrojo del cuello de la madre le cuelga del escote del camisón.
Nadie dice nada, nadie hace nada. Todo el mundo sigue a su rollo.
Publicado por
La que mató al gato
a las
13:25
Suscribirse a:
Entradas (Atom)