30 de marzo de 2012

Even if there is no way.

El humo se escapaba de la boca de la taza mientras ella divagaba en el sofá, con la cabeza boca abajo y el pelo rozando el suelo. En realidad no estaba pensando en nada, tenía la mente totalmente despejada, en blanco, ni siquiera sentía nada. Quizás era a eso a lo que le daba vueltas: no sabía cómo se sentía. ¿Se puede no sentir nada? Pero incluso en esa situación, ya sientes algo.
Una idea la manchó de lleno: ¿y si uno se sentía así cuando acaba de liberar a un roedor? Ella los llamaba así, le parecía gracioso (no era una chica corriente, nada normal). Para ella los roedores habitaban en su cuerpo, no sólo en su cabeza, y eran bichitos (les llamaba también) parecidos a ratones de campo, que correteaban de arriba abajo juguetones, cuando estaba feliz; comiendo, cuando sentía hambre; durmiendo, cuando tenía sueño; peleándose entre ellos, cuando estaba enfadada... Cada función o sentimiento tenía su bichito, incluso en cada uno podía haber más de un bichito por ahí deambulando.
Ella estaba pensando en un roedor del pasado; pensaba que por fin había sido capaz de liberarlo. El problema estaba en que no sabía qué hacer ahora con esa jaula que quedaba vacía. ¿Tenía que buscar otro roedor? ¿o simplemente esperar a que otro cayese en la trampa y quedase atrapado sin tener que hacer esfuerzo alguno?
No obtuvo respuesta hasta que pasado un tiempo se dio cuenta de que había dejado esas cuestiones a parte, y cuando volvió a sentarse en el sofá, con una taza de té humeante, se acordó de ello, y también de que ya tenía la solución. La simpleza de tal respuesta la llenó por completo, y descubrió, que, con el tiempo, todo vuelve a su lugar, que las cosas no desaparecen, sino que se transforman:
Su pequeño bichito no se había ido, se había convertido en un recuerdo, en la esencia de aquel momento pasado en el que había habitado durante meses.

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