15 de mayo de 2011

Taconcitos de cristal, que parecen de cristal, pero son una copia barata del original (II)

Taconcitos de cristal, que parecen de cristal, pero son una copia barata del original (I)


Max se levantó ese día como todos los sábados por la mañana, con el pelo revuelto y el cuerpo descansado, demasiado descansado. Se quedó tumbada en la cama pensando qué haría ese día. No tenía pensado nada especial, y sus amigos no podían quedar, tenían algo que hacer de no se qué; Max no se acordaba, eran datos irrelevantes, ya se acordaría cuando los viese de nuevo. No penséis mal, no es que Max no se preocupe por sus amigos, pero en ese momento lo importante no era lo que ellos estuviesen haciendo, sino qué haría ella. Ya llevaba un par de fines de semana sin poder quedar con ellos, y había devorado los pocos libros que le quedaban por leer en casa, así que Max decidió levantarse e ir a por refuerzos para ese fin de semana, ¿pero a dónde podría ir? Quería leer algo que le conmoviese, algo antiguo pero innovador para su época. En realidad le daba igual qué leer, pero sería una oportunidad perfecta para ir a la pequeña tienda del centro. Hacía meses que no iba, así que Max empezó todo el ritual que hacía siempre para salir de casa todos los fines de semana, para acabar cogiendo un bolso que encontraría por casualidad y abandonaría el desordenado piso, que otro fin de semana, quedaba abandonado a su suerte.
No hacía un día muy bueno, estaba bastante nublado, pero a Max no le importaba, le gustaba la lluvia, le encantaba estar sentada detrás de la ventana mirando cómo las gotas que chocaban sobre su ventana mientras se tomaba un chocolate caliente, siempre chocolate caliente, no le gustaba el café en esos días, ni en esos, ni en otros, de hecho, odiaba el café, según Max el café sólo servía para amargar y despertar la amargura. Sin darse cuenta llegó enseguida a la pequeña tienda y como la última vez, no había nadie en el mostrador para atenderla, así que entró directamente, y como la última vez, se puso a curiosear por la pequeña tienda. Y como la última vez, con la música a todo volumen, por lo tanto, Max no oyó al dependiente de la pequeña tienda cuando salió del almacén y se puso a trabajar detrás del mostrador. Pero el dependiente sí se percató de Max y esta vez, para que no se asustara, decidió seguir con sus cosas hasta que ella se diese cuenta de su presencia.
Max estaba tan absorta que no se dio cuenta de nada hasta pasado un tiempo.
-Hola.
Saludó avergonzada por su despiste. El dependiente le saludó con una sonrisa divertida pero respetuosa.
-Perdón, muchas veces no me doy cuenta de dónde estoy o de quién tengo alrededor hasta pasado un rato.
-Ya me he dado cuenta, no es la primera vez que pasa.
Max bajó la mirada mientras de su boca salía una pequeña risa abochornada.
-¿Le puedo ayudar en algo?
-¿Eh? Bueno, estaba buscando un o dos libros para entretenerme este fin de semana y pensé que aquí podría encontrarlos.
-Pues creo que puedo ayudarla. Veamos...
El dependiente dejó las cosas en el mostrador y se fue al otro lado de la estantería, en la que Max estaba, con una pequeña escalera.
-Supongo que lo que buscas es algo de fantasía, ¿no?
-Bueno...
El dependiente de la pequeña tienda se puso de cuclillas sobre la pequeña escalera para así quedar a la altura de los ojos de Max. Max, sorprendida por el gesto, le sostuvo la mirada, porque aunque Max compitiese pocas veces, las veces que lo hacía era para ganar. Sí, a Max no le gustaba ni perder a las canicas.
-A ver si adivino: una novela romántica de amor intenso y apasionado de final trágico, ¿verdad?
A Max se le pusieron los ojos como platos, porque Max no se lo había dicho, porque Max no sabía cómo lo había adivinado y porque Max sabía que era imposible que el dependiente de la pequeña tienda lo supiese con sólo mirarla a los ojos. Max estaba impresionada, pero complacida al mismo tiempo.
-Pues entonces creo que este le gustará.
Dijo el dependiente de la pequeña tienda mientras bajaba de la pequeña escalera.
-¿Cómo lo sabe?
La expresión de Max había cambiado, ahora Max sonreía divertida mientras esperaba la respuesta detrás de una gran estantería; el dependiente de la pequeña tienda le devolvió la sonrisa.
-Intuición.
Respondió el dependiente de la pequeña tienda mientras guardaba la pequeña escalera en la trastienda.
-Mentira cochina, a menos que tenga telepatía.
-¿Mentira cochina? Hacía mucho tiempo que no escuchaba esa expresión.
-Ya le dije una vez que...
-Todas esas otras personas han perdido su muchedad hace mucho.
Sentenciaron al unísono, y después sonrieron complacidos pero cada uno desde su escondite particular.
-No me ha respondido.
-Mmmm... es que sé que si se lo digo se enfadará conmigo.
-No, si no prueba.
El dependiente de la pequeña tienda no paraba de dar vueltas por la pequeña tienda, y cuando entró en la trastienda le respondió por fin:
-Lo supe porque todas las chicas siempre queréis leer lo mismo.-silencio- Lo ve, se ha...
Pero, cuando el dependiente de la pequeña salió de la trastienda, Max ya no estaba allí y la pequeña tienda sucumbió de nuevo al silencio y a los pensamientos del dependiente, que se preguntaba si la volvería a ver.

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