17 de mayo de 2011

Sólo dime que lo entiendes.

A lo largo de la tarde, acabé sintiendo odio hacia ti (supongo que era hacia ti, todavía no tengo muy claro cómo describirlo), después estuve a punto de llorar, volvió el odio, depresión, y ahora las lágrimas amenazan con volver a tirarse.
No puedo ver bien, veo todo borroso, y ese pequeño cristal se está deslizando por mi mejilla a un ritmo desesperante, remarcando el camino, haciendo que se note lo... ¿desesperada? no, esa no es la palabra.

Trata de... expulsarlo todo con el aire que echas.
No sirve de mucho, la verdad, porque vuelve a entrar por la nariz, y vuelve a depositarse en el pecho, oprimiéndolo. ¿Acaso tiene sentido lo que escribo? Me enfado conmigo misma, no contigo, no puedo; una rabia inunda mi cuerpo cuando lo pienso, ¿por qué soy tan jodidamente gilipollas? Ya lo escribí una vez, y en realidad ya me violaste, sin darme cuenta, fue ese fin de semana, cuando alguien caritativo me advirtió de la noticia. Y poco a poco fui siendo consciente de la noticia, de la tormenta que me avecinaba: pronto se acercan las vacaciones y ya no te volveré a ver, por lo menos no tanto, y no sé si eso es lo mejor, porque no quiero dejar de verte, pero estar contigo y no poder hacer nada es desesperante, me mata poco a poco, pero las horas que paso contigo... esas horas... 
Y pensar en qué hubiese pasado si yo hubiese hecho ese viaje contigo, en cómo estaríamos ahora si yo no hubiese sido tan [insertar insulto] de no ir, todo hubiese sido distinto, lo sé, pero me lo tengo merecido, por cobarde.
No sé lo que piensas, y ya no hablemos de lo que sientes... los super poderes tendrían que existir, no son malos si uno sabe como utilizarlos, y en estos momentos a mí me gustaría saber leer la mente, saber leerte la mente y poder quitarme este peso de encima, cerciorarme de que al menos te llegué a gustar. 

El peso del amor es demasiado para llevarlo una sola persona, pero si nadie se ofrece a ayudarte, en realidad sería mejor dejarlo apartado en el camino. 

Adoro las cosas que me dices, y cuando me pediste eso a mi corazón le dio un vuelco de placer, pero al mismo tiempo se comprimió, ¿cómo decírtelo si no quiero complicarte la vida?, ¿cómo decirte todo sin que te enteres de nada?
Hoy me has ofrecido tu ayuda en cualquier momento, y yo te dije que no podría, que me daría cosa, pero es más la vergüenza de demostrarte lo que te quiero, es más la vergüenza de que ella nos vea así. Pero siempre hay alguien de por medio, y sé que aunque te de un simple abrazo, los cristales volverán a aparecer por mis mejillas, rajándolas hasta que éstos se fundan con mi vida, y ésta llegue hasta mi boca, para yo poder tragarla y que todo el proceso se repita.
Alguien me dijo una vez que ojalá sintiese lo que yo, aunque no fuese correspondido, qué equivocada está esa desesperada persona. No sabe lo que dice. Sé lo que digo. Yo vivía muy bien en mis trece.

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