19 de mayo de 2011

Imprégnate de ella

Se le iba rompiendo el alma poco a poco.
Inspeccionándose en el espejo notó algo entre los dedos: una pestaña, una pequeña y frágil pestaña. La desechó inmediatamente, sin sentimientos, tras observarla durante unas milésimas de segundo en los que pudo divisar la raíz de la pestaña y pensar lo increíble que era. Hay veces que analizar las cosas te lleva tan sólo un segundo, como le pasó a ella con la pestaña, pero hay otras veces en las que inspeccionar durante unos segundos no es suficiente para darse cuenta de toda la realidad.
Ella esperaba que algún día su alma se recompusiese como por arte de magia, chasqueando los dedos, despertándose una mañana después de algún sueño olvidado.
Sueños...
Hacía mucho que no soñaba, hacía mucho que se acostaba tarde todas las noches pensando en él sin saber por qué, y hacía muchas noches que no dormía con la sonrisa en la almohada.
Todos los días, cuando puede, desvía sus ojos hacia él, le escruta con la mirada hasta que él se siente observado y después, para disimular, pestañea rápidamente, pensando si le habrá visto hacerlo. Y así repetidas veces todas las semanas y cómo mínimo un par de veces al día. Pero antes no era así, y su angustia amorosa crece en su pecho más y más, sin control; y las miradas aumentan. 
Sus pensamientos se repiten una y otra vez:
Deja de mirarme como si tú nunca lo hubieses hecho; deja de mirarme como si a ti nunca te hubiese pasado; deja de mirarme con esos ojos penetrantes que amenazan mi felicidad.
Y siempre se le repiten las mismas frases en la cabeza sin saber de dónde han salido:
Toma, corre, imprégnate de esta dorada brillantina que dará luz y color a tu vida.
Toma, corre, no me ignores y no desesperes en tu tristeza. La felicidad se te pegará al igual que hace la brillantina una vez que la tocas sin miedo.
Pero su brillantina era negra; y aunque sus manos intentasen cubrir las lágrimas de sus mejillas con esa purpurina amarilla, ésta se quedaba pegada en sus dedos y resbalaba de su cara sin dificultad alguna.
Ella tenía sutileza en los ojos, esperanza en el corazón, risas en la boca e ironía y sarcasmo en los pensamientos. Porque su purpurina amarilla y brillante no se adhería a ella, ni a él; la purpurina había olvidado qué era impregnarse.

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