13 de marzo de 2011

Otra época.

Alguien me clava las uñas en la cara, me marca el cuello, me obliga a mirarla y veo sus ojos, mal, borrosos, pero los veo: llenos de lujuria, de deseo, de ardor, de... ¿amor? No sé, no consigo distinguir eso, no voy tan bien.
Repetidas veces mi labios son usurpados antes del intento final, donde soy penetrado por otra lengua, un ser ajeno a mi ser. No devuelvo el gesto, pero tampoco lo rechazo, ¿por qué? No lo sé exactamente. Pero no quiero que sea así, no hoy, no ahora, no así.
Por fin pillan la indirecta y ya dejan de penetrarme. Ahora pasan de mí, olímpicamente. Ya no me miran, están concentrados.
Vuelvo a bajar mi máscara, ni siquiera sé porqué me la quité. Está todo tan vacío, es todo tan insustancial. La gente ríe sin control y desprende hipocresía como si de amor se tratase.
Yo no tengo a nadie con quien contar hasta diez pero sé que algún día llegará. Mientras, sucumbo a los deleites de la falsedad e intento parecer lo que en realidad no soy. Ni siquiera sé por qué estoy aquí. La invitación rezaba claramente:

Baile de máscaras a las diez. 
Obligatorio venir con máscara.
A las doce:
Gran beso.

Gran beso... Eso no sonaba muy bien, no al menos para mí, que intento zafarme de todos éstos desesperados que se me acercan con una expresión congelada, y si no fuese por la mirada, diría que sólo se acercan a mí por casualidad, porque al no ver, se chocarían conmigo, pero sé que no es así, sé que a mí se acercan por mi fortuna y mi físico. Idiotas. Al llegar explicaron qué era lo del gran beso: a las doce en punto, todos se descubrirán la máscara y se tendrán que dar un beso con la persona con la que estén. ¿Y si yo no quiero? Sólo un beso me merece la pena, y sé que sus labios no han venido hoy: porque ayer se fueron para siempre.
Se acercan las doce, la gente empieza a ponerse nerviosa. Aquella chica que está hablando está pensando quién será su enmascarado; él estará pensando: ojalá que esté buena. Yo me encuentro aquí hablando con alguien que me resulta familiar pero no consigo adivinar quién es. 
Dos minutos para las doce. 
La anfitriona, colocada en medio de la escalera principal, anuncia eufórica:
-Señores, señoritas: vayan raptando -se escuchan algunas risas- a su enmascarado ideal, por favor, porque tan sólo falta un minuto para las doce. Y para darle más emoción y posibilidad al amor, se apagarán las luces en cuanto suene el reloj.
Un escaso minuto.
Las luces se apagan.
Silencio, sólo se oyen las respiraciones agitadas.
Clon, clon, clon, clon...
Campanadas.
Me dispongo a terminar con esta estupidez simplemente dándole a mi pareja lo estipulado. Lo sé, menos romántico imposible. Pero algo me para. La chica misteriosa me ha frenado con un dedo sobre mis labios.
-No quiero robarte un beso sin que sepas quién soy.
-Tú...
-Yo...
Y como si no hiciese más falta (porque no la hacía) me abalancé sobre ella en una ilusión desesperada por que no desaparezca, la luz se encendió mientras me aseguraba de que el rostro que tocaba no era mentira, porque sabía que iba mal, demasiado alcohol en el cuerpo (aunque ya se me estaba pasando), y tenía que asegurarme. Me quedé sin beso. Ella sonrió, se bajó la máscara y se fue, aprovechando mi incertidumbre. "He visto un fantasma". No paro de repetírmelo en la cabeza una y otra vez. Una y otra vez. A veces como un eco, otras como un grito, y otras simplemente en un tono distanciado como si estuviera fuera de mí.
Intenté correr tras ella. Sé lo que pensáis: iba muy mal. Sí, pero no tan mal como para no ir tras ellas; si no hubiese sido por la muchedumbre que me rodeaba, que, a pesar de dejarla a ella correr, a mí me cerraban el paso despiadadamente.


La una. Las dos. Las tres.


Sólo quedan restos de la fiesta y ni rastro de mi enmascarada. Sucumbo al dramatismo y a la palabrería y en mi cabeza imagino conversaciones sin sentido que me alejan de la realidad y me transportan al romanticismo: a la tragedia, del romanticismo. Sé que no debería estar haciendo esto, pero qué otra solución tengo, sigo con alcohol en el cuerpo y aunque esté desapareciendo, siento que todo me da igual.
Quiero a mi enmascarada. Salgo del chalet donde la fiesta se celebró y
-Aquí estoy.
Sorprendido me giro con la esperanza en un puño. Y ahí está ella. Sí, mi enmascarada. Todavía con su traje de época y con su máscara. Las tres de la madrugada y ella ahí de pie. Ni estando sobrio me lo habría creído. No me importaba la hora, ni el lugar, ni el por qué, sólo me importaba que estuviese ahí.
-¿Por qué? ¿Por qué tanto tiempo?
-Shhh... si nos ven aquí nos podrían pillar. Vamos a mi casa. 
No lo creía.
A los tres minutos ya estábamos en su casa. Sí, vivía al lado de donde se celebró la fiesta. 
-¿Por qué te fuiste tanto tiempo? ¿Por qué me dejaste? 
-Es una larga historia. Mañana te la cuento, ahora...
Y empezó a quitarme el vestido: me quitó la sobrefalda y la falda. Yo empecé a hacer lo propio y le arranqué la chaqueta del cuerpo. Sin mucha oposición me olvidé de todas mis preguntas de toda mi tristeza. Después de quitarnos los guardainfantes nos quedamos en en enaguas y corpiño.
-¿Sabes?, te quedan muy bien los corsés.
-Cállate, vas demasiado lento.  
Y como si ya no tuviese nada en mi interior, le desabroché el corsé de un modo desenfrenado y pasional. 
Por fin desnudas nos dirigimos a su cuarto y nos tiramos sobre la cama.
El resto me lo guardo para mí señores. 




Una noche desenfrenada, dos mujeres apasionadas y una época en la que sentimientos no se pueden corresponder al mismo sexo. Las máscaras ocultan la verdad de lo que en realidad somos. Esa noche, ellas se quitaron las máscaras sin ningún remordimiento una vez que las sábanas las tapaban. Antes, ni se hubieran mirado a los ojos.

2 comentarios:

  1. Creo que no tengo palabras :_
    Solo podría darte un abrazo en silencio para demostrarte cuánto me gusta

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  2. Abrazo colectivo, qué genial.

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