21 de marzo de 2011

Desaliño.

Que estaba muerto de hambre; eso le pasaba.
Quieto, inmóvil, esperaba la muerte llegar. Sin apenas pestañear. No le tenía miedo, era su naturaleza: nacer, vivir, morir. Lo sabía, y no se iba a mover, no había necesidad.
El cuerpo demacrado dejaba ver la ausencia de materia, los huesos traspasaban la piel y los ojos opacos no hablaban. La pureza de su cuerpo estaba manchada y sus crines destrozadas, enmarañadas. Apartado del resto, esperando.

El animal necesitaba un último adiós, un último pensamiento. Iba a morir, y lo sabía desde el momento en el que se paró. Ahora sólo necesitaba tumbarse, pero ¿de dónde sacaría las fuerzas?

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