10 de noviembre de 2010

Desgraciada naturaleza.

Primera hora de la mañana y mi cerebro ya está en funcionamiento, aunque desgraciadamente está demasiado activo y se pone a cavilar en zonas que se veían clausuradas.
Caigo en la rutina, en los días donde mi guardia personal hace un recorrido lento y tedioso. Y ayer tocó la zona, esa, zona. La guardia se acercó al edificio y rompió el cordón policial, haciendo que el jefe policial se manchase los dedos, y que al abrir la puerta una nube de polvo se deslizase por el suelo.
Los policías entraron sin contemplación y empezaron a ventilar el edificio. Pero algo había cambiado. El polvo, contaminado y tóxico como era la última vez que se intentó inspeccionar, había mutado. Ahora cuando aspiraban y las partículas se introducían en las fosas nasales, no provocaban espasmos en los pulmones e, irremediablemente, había que salir de allí, sino que, simplemente, se deslizaban hacia los pulmones sin provocar ninguna reacción atípica.
Los objetos vuelven a cobrar vida y las salas se llenan de luz. La puerta de una de las habitaciones se abre expectante. Y allí está, sentado al borde de la cama con las manos cruzadas. El que hizo que todo empezase y que nada terminase, al menos para mí.
Cuando vuelves al pasado y todo vuelve a estar como siempre. Nunca nada cambia, todo sigue igual.
Los pensamientos se confunden y yo sigo pensando en qué puede encontrarse detrás de esa puerta lo suficientemente entornada como para hacerse ilusiones. La posibilidad.
No, no, no, no... 
Sin querer vuelvo hacia atrás, recojo las migas de pan que fui tirando por el camino para no perderme. Pero en realidad lo que necesito es no encontrar el camino de vuelta, que venga un perro con escoba en la cola y en la cara y borre aquél camino por el que algún día pensé que iba bien.
Saber que es inútil, porque hagas lo que hagas se cometerán los mismo fallos, saber que por muy feliz que estés en ese momento el sufrimiento será mayor al final. Conseguir borrarlo todo durante un tiempo y que después vuelva a su sito, no tiene precio. Y pensar que algo podría cambiar, tampoco. Pero está en la naturaleza del hombre, es inevitable. Nuestro cerebro acumula y asimila información que después es difícil olvidar, porque se incrusta en nuestro cerebro y reniega de su verdadero sitio: el vertedero.
Sí, porque en realidad nuestro cerebro, sentimentalmente hablando, es un vertedero. Pero como en todo vertedero siempre hay restos que merecen la pena, y es por eso, queridos lectores, por lo que nunca nos desprendemos de la basura que absorbe la tierra y dejamos paso para algo más... ¿superficial?

4 comentarios:

  1. Está muy guay, pero no lo acabo de entender del todo, mañana me lo explicas? :3

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  2. *__* Me encantan tus metáforas.
    Lo del perro con la escoba es de Alicia e__e

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  3. Chenkiu, =3 I'm back yeah
    pornosa, para variar xDDDD
    qué mente más sucia tengo
    Ziii cambio invernal de plantilla, ya estaba harta de tanto negro

    Guahhh me encanta tu texto =P

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  4. me
    encanta
    solo digo eso *.*
    Mary*

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