Oh, dioses de los dioses, cuan horrible suceso me ha acontecido esta noche: el amor ha llegado a mí, con todas sus penas y alegrías.
Ocultos entre las sombras de los escalones nos encontrábamos, sintiendo nuestros labios, nuestros cuerpos, nuestro calor. Era como vuestro dulce néctar, mas por desgracia vuestra posesión se hacía notar, pues cuanto mas tiempo estaban unidos nuestra bocas, más deseaba yo que el tiempo se detuviese, sin embargo éste no hacía más que correr. ¡Y digo que si corría! puesto que sin darnos cuenta, ya nos hallábamos comentando el mismo tema de todas las noches: la solitaria despedida. ¡Y ay de mí! si alguien, tan poderoso como vosotros, me niega mis ganas y mi deseo por dormir entre sus brazos, sin embargo, imposible se hace ante el hecho de que estamos atrapados entre la moral y la cortesía. Pues cuando me dijo que ardería por tan sólo pasar una noche conmigo, yo no podía pensar nada más que en el que dirían, mientras mi corazón se desbocaba y mi estómago se descomponía.
Me colmaba de abrazos, me colmaba de besos, me colmaba de halagos y no sabía nunca que responder, pudiendo tan solo regalarle mil sonrisas. Pero no me interpretéis mal. No cabe en mi más gozo por este gran invitado, mas más me gustaría si, en vez entre las sombras, pudiésemos, él y yo, enseñarles lo que es el amor, y aprovechar esta visita, y disfrutar su compañía; mas no puede ser más imposible. Y, sin más opción, y una amarga y esperanzada despedida, se alejó de entre mis brazos, tragado por una luz, dejándome sola ante el vacío de las sombras.
Pero no lloréis, no, vosotros no dioses, pues podéis ayudarme, y conseguir que este amor no se vaya nunca, haciendo que no olvide su rostro, que no olvide sus ojos, sus labios, sus manos, el tacto de ellas contra mi mejilla. Que no olvide el amor que me profesa. Que no olvide que él me espera a mí como yo a él. Como el anochecer al amanecer.
11 de noviembre de 2012
10 de noviembre de 2012
El tormento
¿Cuánto tiempo seguiré aquí? Sentado en una roca, sin saber qué hacer, hastiado, torturado y abandonado.
Aquí, a las puertas del infierno y el cielo. Oh, Dios, ¿qué puedo hacer? Aislado de los mundos me dedico a redimirme de mi vida, ¿pero qué puedo redimir?, si tan solo recuerdo que tiempo atrás respiraba. No recuerdo mi vida, no recuerdo mi muerte, mas buen hombre no pude ser si me hallo aquí, hastiado, torturado y abandonado; es mi cuerpo cicatrizado quien más lo corrobora .
No como, no duermo, no hablo. Oh, Dios, ¡tan sólo pienso! Me hallo fuera de mí, fuera de todo: estoy entre tres mundos y ni mi mente me lo oculta. Espero a que la locura se apodere de mí, pero no llega y cuando en mi desesperación y esperanza, creo que ya es la hora, algo en mi ser me recuerda que es imposible. Tengo que averiguar cómo morí, pero, oh, Dios, ¡¿cómo conseguirlo?! si no puedo salir de mi obsesión; vivo en una jaula sin barrotes. Mas si averiguase cuán terrible fue mi despedida y cuán despiadado era mi ser, ¿qué me sucederá a continuación? ¿Atravesaré las llamas hacia el infierno, por mi vida de pecados? o ¿me cubrirán de luz, por mis arrepentimientos?
Y aquí me hallo, y siempre me hallaré, pues por el miedo de acabar quemado por mis errores prefiero seguir en el olvido: hastiado, torturado y abandonado.
Socorro.
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16:21
7 de noviembre de 2012
La muchacha de la ventana
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La muchacha de la ventana, Salvador Dalí. |
Horas estuvo esperando en esa grisácea habitación, sin más movimiento que el de las azules cortinas con la brisa, y sin más sonido que el de las azules olas del mar. Horas estuvo pensando cuándo llegarían para llevarla a pasear.
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23:03
4 de noviembre de 2012
¿Quién?
Un goteo incesante machaca mis deseos de dormir, un come come que no se devora nunca por mucho que intente parar de pensar en ello. ¿Qué es esta ansiedad que habita mi pecho cada vez que estoy contigo, o el deseo de sentir tu calor, o tus huellas marcadas por todo mi cuerpo?
¿Quién iba a pensar que mis pensamientos iban a dirigirse casi siempre hacia ti?; que cada vez que salgo por la puerta de mi casa, camino pensando que me gustaría estar contigo; que todas las noches me acuesto en mi cama vacía sin poder evitar pedirte que te duermas conmigo. ¿Quién?
Conmigo, contigo, sin ti, sin mí, solos, separados, juntos, otra vez.
Te quiero.
¿Quién iba a pensar que mis pensamientos iban a dirigirse casi siempre hacia ti?; que cada vez que salgo por la puerta de mi casa, camino pensando que me gustaría estar contigo; que todas las noches me acuesto en mi cama vacía sin poder evitar pedirte que te duermas conmigo. ¿Quién?
Conmigo, contigo, sin ti, sin mí, solos, separados, juntos, otra vez.
Te quiero.
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23:28
30 de octubre de 2012
No mires atrás
Corre, salta, tropieza, sigue corriendo, HUYE. Huye de ellos, van detrás de ti, van a por ti.
No te detengas, no mires atrás, no repares en los cortes de las ramas en tu piel, no te detengas cuando el bosque enganche tu ropa: rómpela; no te pares, no pienses, no te relajes, HUYE.
Corre hasta que te quedes sin aliento, y cuando notes el hierro en tu boca, y cuando tu corazón esté desbocado y cuando tus piernas tiemblen convulsivamente... Huye. No te pares, no te confíes. Siempre te perseguirán, no pararán nunca, no te dejarán nunca.
Son los muertos del pasado, los muertos de tu pasado. Son los silencios erróneos, tus pensamientos suicidados.
No te detengas, no mires atrás, no repares en los cortes de las ramas en tu piel, no te detengas cuando el bosque enganche tu ropa: rómpela; no te pares, no pienses, no te relajes, HUYE.
Corre hasta que te quedes sin aliento, y cuando notes el hierro en tu boca, y cuando tu corazón esté desbocado y cuando tus piernas tiemblen convulsivamente... Huye. No te pares, no te confíes. Siempre te perseguirán, no pararán nunca, no te dejarán nunca.
Son los muertos del pasado, los muertos de tu pasado. Son los silencios erróneos, tus pensamientos suicidados.
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0:13
20 de octubre de 2012
Muerte inexistente y vergüenza mojada
El terror recorrió su piel y, momentáneamente, su cuerpo se tiñó de morado, verde, azul y amarillo.
Se encontraba tirada en el suelo de la cocina; una cocina estrecha, pequeña y lúgubre, con no más luz que la de los viejos fluorescentes. No recordaba cómo había llegado allí, sólo que antes estaba peleándose en medio de un pasillo. Ni si quiera estaba pensando en levantarse del frío suelo. No, frío no. No percibía ninguna temperatura del éste, ni de los muebles de la cocina, ni del aire, ni de su cuerpo. Estaba sola. Totalmente sola.
Sin saber cuánto tiempo había pasado, o estaba pasando, se dedicó a escudriñarse unas oscuras marcas en la pierna, mezcla entre rojo y morado, visualizando mientras unos dedos que se hundían en su carne en ese mismo punto. No se encontraba mal, no le dolía nada, pero sí tenía miedo. Miedo de revivir otra vez aquella etapa de la que aun intentaba salir poco a poco. Se acarició las marcas con la yema de los dedos, después su largo y oscuro cabello, y por último su rostro. No había cicatrices, ni arañazos, ni puntos. Su piel estaba suave como la porcelana... pero no lisa, tenía un bulto en la frente y el labio inferior y una mejilla un poco hinchados. Se quedó mirando al frente, palpándose la cara; porque aunque no lo viese, y no le doliese, sabía que su ojo derecho estaba morado, su inflamación de la frente, verde, y su labio, más rojo que la sangre que empezó a brotarle del otro lado de su chichón. Acarició la herida sin que siquiera le escociese y dejó caer la mano, extendiendo el líquido por toda su cara, tapando su vergüenza, mojando sus lágrimas vacías.
Era un sueño, estaba claro; más claro que el agua. Pero el terror seguía ahí, y no podía hacer que se marchase, así que cuando despertó, apagó la alarma y se quedó sentada en la cama, envuelta en el edredón, pensó: un poco más, y me mato en el sueño.
Se encontraba tirada en el suelo de la cocina; una cocina estrecha, pequeña y lúgubre, con no más luz que la de los viejos fluorescentes. No recordaba cómo había llegado allí, sólo que antes estaba peleándose en medio de un pasillo. Ni si quiera estaba pensando en levantarse del frío suelo. No, frío no. No percibía ninguna temperatura del éste, ni de los muebles de la cocina, ni del aire, ni de su cuerpo. Estaba sola. Totalmente sola.
Sin saber cuánto tiempo había pasado, o estaba pasando, se dedicó a escudriñarse unas oscuras marcas en la pierna, mezcla entre rojo y morado, visualizando mientras unos dedos que se hundían en su carne en ese mismo punto. No se encontraba mal, no le dolía nada, pero sí tenía miedo. Miedo de revivir otra vez aquella etapa de la que aun intentaba salir poco a poco. Se acarició las marcas con la yema de los dedos, después su largo y oscuro cabello, y por último su rostro. No había cicatrices, ni arañazos, ni puntos. Su piel estaba suave como la porcelana... pero no lisa, tenía un bulto en la frente y el labio inferior y una mejilla un poco hinchados. Se quedó mirando al frente, palpándose la cara; porque aunque no lo viese, y no le doliese, sabía que su ojo derecho estaba morado, su inflamación de la frente, verde, y su labio, más rojo que la sangre que empezó a brotarle del otro lado de su chichón. Acarició la herida sin que siquiera le escociese y dejó caer la mano, extendiendo el líquido por toda su cara, tapando su vergüenza, mojando sus lágrimas vacías.
Era un sueño, estaba claro; más claro que el agua. Pero el terror seguía ahí, y no podía hacer que se marchase, así que cuando despertó, apagó la alarma y se quedó sentada en la cama, envuelta en el edredón, pensó: un poco más, y me mato en el sueño.
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