30 de marzo de 2012

"Estás sola" le dijo en voz alta y sin ningún reparo. Y ahora que está sola y piensa en ello, le acongoja la sensación que esa frase le produce. ¿De verdad estaba sola?
-Me gusta estar a tu lado.
Le dijo mientras tenía apoyada la cabeza en su regazo y ella le acariciaba el pelo.
Le recordaba a un niño pequeño, pidiendo amor. 
Y ella se lo dio. 
Se lo dio toda la noche. 
Como hacían cuando eran niños pequeños de verdad. 

23 de febrero de 2012

Qué suave y fresco el roce de tus labios contra mi mejilla. Cuánto desearía tener también esa piel tersa, blanca y relente; ser tan despreocupada por todo, siempre alegre y despierta. Y sin embargo, aquí estoy yo, con mi piel grasienta, con imperfecciones, mi inseguridad y siempre con el sueño arrastrando mis pies y cerrando mi párpados. Y qué decir de tu larga y preciosa cabellera, con tanta vida como tus ojos; mientras que la mía se apelmaza y evita el movimiento.
Cómo me gustaría ser capaz de formar parte de tu rutina, que me contases tus problemas, reírnos juntas, saber de tus miedos, verte bailar un sábado por la noche...
¿Cuántas veces habré deseado ser tú? No, perdón: ¿cuántas veces habré pensado en tener la confianza que tienes tú en ti misma?
No quiero ser tú, sino ser como tú.

11 de febrero de 2012

Bueno o malo, ya se verá.

Me acabo de dar cuenta de lo que significaba ese comentario, ese "tienes el pelo muy largo".
A veces pienso en ti, no me da vergüenza admitirlo, ni siquiera pavor; hace poco que me enfadaba por ello, por siquiera dejar que atravesases mis pensamientos. Pero me he dado cuenta de que es normal, e incluso inevitable. También me he dado cuenta de por qué me enfadaba: no sabía muy bien cómo definir lo que afloraba en mí cada vez que te recordaba. Pero ahora lo sé, y me doy cuenta de que lo mejor que puedo hacer es aceptar esto. 
Llevo tiempo queriendo encontrarte de casualidad, demostrarte lo feliz que soy ahora, pero hay una diferencia en el modo en el que quiero enseñártelo: antes tenía ganas de que te murieras de envidia, que vieses que era tan feliz sin ti; quería que te doliese verme con él, de verme besarle. Atribuí ese sentimiento al orgullo, el orgullo de no querer que veas lo que sufrí en su momento, de todo el dolor que tuve que soportar desde de que me dejaste. Esto no quita que me diese cuenta de que eso estaba mal y que es la peor parte de mí que podría desarrollar. Y a pesar de ello, seguía pensando así, y me enfadaba conmigo misma aún más. Ahora quiero demostrártelo siendo la persona de la que te enamoraste: quiero hablar contigo, volver a ser amigos, que me cuentes tus problemas, poder ayudarte con ellos... Casi lo conseguimos una vez después de mi metedura de pata... 
Ayer comprendí que si quería ser feliz de verdad con él debía dejar de pensar en ti como alguien a quien le tengo que demostrar lo dichosa que soy en estos momentos, en esta etapa de mi vida. Tú no tienes nada que ver con ella. Es como si se lo intentase hacer ver a un desconocido. No tiene sentido.
Me siento distinta.
Me siento bien. 
Gracias. 

28 de enero de 2012

Así, simple, sin dolor.

Todavía recuerdo cuando me rompiste el corazón. El mundo ni siquiera se paró para que yo pudiese asimilarlo. No hasta que tú me lo confirmases... pero no lo hiciste, y seguí viviendo en mi ignorancia...
Como mi corazón seguía roto, cuando te vi con ella, algo dentro de mí dio un vuelco y pulverizó los cachitos de esperanza que me quedaban. No quería verte. Ninguno de los días que tuve que pasar contigo quería mirarte a la cara; me dolía, sufría: ver cómo la observabas, cómo la abrazabas, deseando ser yo la que ocupase ese espacio, la que pudiese proporcionarte felicidad.
Pero eras como una droga, y, por mucha agonía que me causase verte, necesitaba confirmar que todavía me prestabas atención, que me mirabas igual que cuando creía que te gustaba.
Me destrozaste, me vapuleaste, martirizaste, desgarraste, despedazaste, sacudiste, apaleaste, mortificaste, hiciste añicos y atravesaste mi corazón; te llamé de todo, la llamé de todo, todos los insultos que se me ocurrían se los decía a mi almohada pensando que erais vosotros. Siempre en la noche, para ver si el día las borraba. 
Pasó el tiempo y afortunadamente me acostumbré a poner mi cara de "estoy bien, no me pasa nada". Pero eso no significa que dejase de llorar. ¿Acaso no quería yo que también me comieses con la mirada? Pues claro que quería. ¿Acaso llegó a pasar? Pues claro que sí.

Baby please remember.

Aún recuerdo esas noches en las que me susurrabas al oído, en las que oía tu risa atravesarme el cerebro; ahí tumbada en mi cama, a mi lado, tapadas con la manta hasta la nariz, y haciéndonos una foto con tu móvil "pochoso". 
Aún recuerdo la primera vez que nos conocimos, no sabías ni mi nombre pero igualmente te tiraste encima mía y empezaste a jugar conmigo. Cuando te comiste la tarta en mitad de la noche, sin esperar a nadie, silencioso, en el pasillo. Cuando por fin nos acostamos en ese colchón pinchado y por la mañana acabamos siendo engullidos por él y contra el suelo.
Aún recuerdo cuando convenciste para probar una clase de baile y acabé enganchándome por completo. Ahora no soy capaz de pasar una semana sin ellas. 
Aún recuerdo esa primera vez que te vi llorar de pena, esas noches en vela, cada una en una cama a distinta altura, pero a menos de un metro de distancia. 
Aún recuerdo la primera vez que me invitaste a un cumpleaños, a mí y a ella. Llegar allí y que todo fuese como si nos conociésemos de toda la vida. 


Todavía me acuerdo de cuando me decepcionaste. 
Todavía me acuerdo de cuando lloré por ti.
Todavía me acuerdo de cuando nos peleamos. 
Todavía me acuerdo de cuando te di la bofetada en la cara. 
Todavía me acuerdo de cuando no me escuchaste. 

Me alegra ver que han pasado más cosas buenas que malas.
Me alegra saber lo que sé y que ya no tenga ganas de sincerarlo por aquí.