Me acabo de dar cuenta de lo que significaba ese comentario, ese "tienes el pelo muy largo".
A veces pienso en ti, no me da vergüenza admitirlo, ni siquiera pavor; hace poco que me enfadaba por ello, por siquiera dejar que atravesases mis pensamientos. Pero me he dado cuenta de que es normal, e incluso inevitable. También me he dado cuenta de por qué me enfadaba: no sabía muy bien cómo definir lo que afloraba en mí cada vez que te recordaba. Pero ahora lo sé, y me doy cuenta de que lo mejor que puedo hacer es aceptar esto.
Llevo tiempo queriendo encontrarte de casualidad, demostrarte lo feliz que soy ahora, pero hay una diferencia en el modo en el que quiero enseñártelo: antes tenía ganas de que te murieras de envidia, que vieses que era tan feliz sin ti; quería que te doliese verme con él, de verme besarle. Atribuí ese sentimiento al orgullo, el orgullo de no querer que veas lo que sufrí en su momento, de todo el dolor que tuve que soportar desde de que me dejaste. Esto no quita que me diese cuenta de que eso estaba mal y que es la peor parte de mí que podría desarrollar. Y a pesar de ello, seguía pensando así, y me enfadaba conmigo misma aún más. Ahora quiero demostrártelo siendo la persona de la que te enamoraste: quiero hablar contigo, volver a ser amigos, que me cuentes tus problemas, poder ayudarte con ellos... Casi lo conseguimos una vez después de mi metedura de pata...
Ayer comprendí que si quería ser feliz de verdad con él debía dejar de pensar en ti como alguien a quien le tengo que demostrar lo dichosa que soy en estos momentos, en esta etapa de mi vida. Tú no tienes nada que ver con ella. Es como si se lo intentase hacer ver a un desconocido. No tiene sentido.
Me siento distinta.
Me siento bien.
Gracias.
11 de febrero de 2012
28 de enero de 2012
Así, simple, sin dolor.
Todavía recuerdo cuando me rompiste el corazón. El mundo ni siquiera se paró para que yo pudiese asimilarlo. No hasta que tú me lo confirmases... pero no lo hiciste, y seguí viviendo en mi ignorancia...
Como mi corazón seguía roto, cuando te vi con ella, algo dentro de mí dio un vuelco y pulverizó los cachitos de esperanza que me quedaban. No quería verte. Ninguno de los días que tuve que pasar contigo quería mirarte a la cara; me dolía, sufría: ver cómo la observabas, cómo la abrazabas, deseando ser yo la que ocupase ese espacio, la que pudiese proporcionarte felicidad.
Pero eras como una droga, y, por mucha agonía que me causase verte, necesitaba confirmar que todavía me prestabas atención, que me mirabas igual que cuando creía que te gustaba.
Me destrozaste, me vapuleaste, martirizaste, desgarraste, despedazaste, sacudiste, apaleaste, mortificaste, hiciste añicos y atravesaste mi corazón; te llamé de todo, la llamé de todo, todos los insultos que se me ocurrían se los decía a mi almohada pensando que erais vosotros. Siempre en la noche, para ver si el día las borraba.
Pasó el tiempo y afortunadamente me acostumbré a poner mi cara de "estoy bien, no me pasa nada". Pero eso no significa que dejase de llorar. ¿Acaso no quería yo que también me comieses con la mirada? Pues claro que quería. ¿Acaso llegó a pasar? Pues claro que sí.
Pero eras como una droga, y, por mucha agonía que me causase verte, necesitaba confirmar que todavía me prestabas atención, que me mirabas igual que cuando creía que te gustaba.
Me destrozaste, me vapuleaste, martirizaste, desgarraste, despedazaste, sacudiste, apaleaste, mortificaste, hiciste añicos y atravesaste mi corazón; te llamé de todo, la llamé de todo, todos los insultos que se me ocurrían se los decía a mi almohada pensando que erais vosotros. Siempre en la noche, para ver si el día las borraba.
Pasó el tiempo y afortunadamente me acostumbré a poner mi cara de "estoy bien, no me pasa nada". Pero eso no significa que dejase de llorar. ¿Acaso no quería yo que también me comieses con la mirada? Pues claro que quería. ¿Acaso llegó a pasar? Pues claro que sí.
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La que mató al gato
a las
1:00
Baby please remember.
Aún recuerdo esas noches en las que me susurrabas al oído, en las que oía tu risa atravesarme el cerebro; ahí tumbada en mi cama, a mi lado, tapadas con la manta hasta la nariz, y haciéndonos una foto con tu móvil "pochoso".
Aún recuerdo la primera vez que nos conocimos, no sabías ni mi nombre pero igualmente te tiraste encima mía y empezaste a jugar conmigo. Cuando te comiste la tarta en mitad de la noche, sin esperar a nadie, silencioso, en el pasillo. Cuando por fin nos acostamos en ese colchón pinchado y por la mañana acabamos siendo engullidos por él y contra el suelo.
Aún recuerdo cuando convenciste para probar una clase de baile y acabé enganchándome por completo. Ahora no soy capaz de pasar una semana sin ellas.
Aún recuerdo esa primera vez que te vi llorar de pena, esas noches en vela, cada una en una cama a distinta altura, pero a menos de un metro de distancia.
Aún recuerdo la primera vez que me invitaste a un cumpleaños, a mí y a ella. Llegar allí y que todo fuese como si nos conociésemos de toda la vida.
Todavía me acuerdo de cuando me decepcionaste.
Todavía me acuerdo de cuando lloré por ti.
Todavía me acuerdo de cuando nos peleamos.
Todavía me acuerdo de cuando te di la bofetada en la cara.
Todavía me acuerdo de cuando no me escuchaste.
Me alegra ver que han pasado más cosas buenas que malas.
Me alegra saber lo que sé y que ya no tenga ganas de sincerarlo por aquí.
Aún recuerdo la primera vez que nos conocimos, no sabías ni mi nombre pero igualmente te tiraste encima mía y empezaste a jugar conmigo. Cuando te comiste la tarta en mitad de la noche, sin esperar a nadie, silencioso, en el pasillo. Cuando por fin nos acostamos en ese colchón pinchado y por la mañana acabamos siendo engullidos por él y contra el suelo.
Aún recuerdo cuando convenciste para probar una clase de baile y acabé enganchándome por completo. Ahora no soy capaz de pasar una semana sin ellas.
Aún recuerdo esa primera vez que te vi llorar de pena, esas noches en vela, cada una en una cama a distinta altura, pero a menos de un metro de distancia.
Aún recuerdo la primera vez que me invitaste a un cumpleaños, a mí y a ella. Llegar allí y que todo fuese como si nos conociésemos de toda la vida.
Todavía me acuerdo de cuando me decepcionaste.
Todavía me acuerdo de cuando lloré por ti.
Todavía me acuerdo de cuando nos peleamos.
Todavía me acuerdo de cuando te di la bofetada en la cara.
Todavía me acuerdo de cuando no me escuchaste.
Me alegra ver que han pasado más cosas buenas que malas.
Me alegra saber lo que sé y que ya no tenga ganas de sincerarlo por aquí.
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La que mató al gato
a las
0:15
18 de diciembre de 2011
Annie
Érase una vez una chica. Pero no una chica
cualquiera, sino una que era capaz de imaginarse los pájaros volando del revés,
gatos que hablaban o, incluso, las conversaciones que pasaban a través de los
cables telefónicos. Esa chica, se llamaba Annie. Su gran imaginación
provocaba que la gente la viese muchas veces como un bicho raro, o una niña
tonta, que no era capaz de madurar. Pero Annie, era en realidad muy madura:
siempre derrochaba sus horas en cosas imaginarias, para poder soportar el dolor
de su vida real.
Annie, nunca fue una chica muy afortunada,
los chicos siempre se metían con ella en el colegio, y a medida que aumentaba
de curso, la indiferencia hacia ella, crecía, tanto, que cuando llegó a segundo
de bachillerato, sólo le hablaban los pocos amigos que había conseguido hacer a
lo largo de su vida. Además, estaba su familia: sus padres se habían separado
hace mucho y cada vez se iba distanciando más de ellos. Annie siempre albergaba
en su cabeza unas conversaciones muy distintas con sus padres, y cuando no le
gustaba lo que oía, porque ellos no la entendían, simplemente asentía con
paciencia hasta que terminaban de soltar su perorata. Pero a pesar de que sus
padres estaban separados, su familia seguía estando jerarquizada y su padre
ocupaba el primer puesto de la pirámide: él implantaba sus normas, y sólo él
tenía razón. Y su madre, aunque fingiese que ya no le quería, le odiaba por
haberle roto el corazón y seguía albergando en el fondo de su corazón los
restos de aquél amor despreciado.
A Annie le gustaba mucho leer, y escribir,
y dibujar, y escuchar música, y la fotografía, y todo lo que fuese creativo o
fomentase la imaginación y la cultura. Pero le daba mucha vergüenza expresarse,
y cuando le preguntaban el significado de alguna creación suya, se irritaba y
envenenaba su obra. Tampoco le gustaba que le corrigiesen, es más, lo odiaba.
Si ella lo había hecho así, ¿por qué la corregían?
Y se preguntarán ¿y qué pasa con la vida amorosa de
Annie? Pues no pasaba
absolutamente nada. Annie había sido herida, y ella había hecho sufrir también,
pero en ese momento de su vida, Annie estaba sola.
Y no le importaba, pero el año escolar no
le iba bien a Annie, y llevaba mucho tiempo con una depresión que la estaba
consumiendo por dentro, y de vez en cuando no podía evitar irse a la cama con
una sabor salado en la boca.
A Annie le gustaba mucho el sarcasmo y la
ironía. Eso y la facilidad que tenía para entablar más amistad con los chicos,
siempre la habían hecho distinguirse entre las demás compañeras de su clase.
Además, era fácil hacer reír a Annie, muy fácil, y ese año tuvo la mísera
suerte de poder caer con un conocido del instituto, lo que significaba un
pequeño muro en el que poder apoyarse. Dicho amigo le presentó a alguien ese
año. Hacía que Annie se riese mucho, y eso estaba bien; consiguió otro trocito
de muro. Pero no fue hasta un sábado por la noche de invierno, que sus amigas
le dijeron que le gustaba a ese chico. Annie ni siquiera se lo pensó, y su
primera afirmación fue un no rotundo. ¿Cómo
le voy a gustar? Además, tiene novia. Soltó después de su afirmativa, y no
paró de repetirse, a ella y a sus amigas, que eso no era posible. Pero Annie,
por muy rara que fuese y por mucha imaginación que tuviese, no podía evitar
verle de otra manera desde esa noche. Y por desgracia, en ese momento, y por
suerte, en un futuro, Annie no pudo parar de pensar en él.
Es verdad que el chico tenía novia, pero
cortaron, y las cosas se complicaron: teniendo novia, el chico era
inalcanzable, Annie no iba a ser la que se metiese en medio, ella no era así.
Pero ahora que no la tenía, las cosas se complicaban: ¿cómo saber si le seguía
gustando a él?, ¿cuánto tenía que esperar para poder contarle lo que sentía? y
por último, (pero no menos importante) ¿cómo decírselo? Annie era muy
reservada y no se atrevía abrirse a alguien, por si lo estropeaba, y el chico
que le gustaba le dejaba de hablar. Así que Annie decidió esperar. Quería
asegurarse de lo que realmente sentía. O al menos eso quería hacerse creer,
porque Annie estaba muerta de miedo.
Pero el plan de Annie no resultó, esperó
demasiado, y una tarde soleada de mediados de primavera a alguien se le ocurrió
darle la noticia: el chico, su amigo, él,
había vuelto con su ex. El rostro de Annie enmudeció. Annie había quedado con
sus amigas para ir a la playa por la tarde, así que puso buena cara (su cara de
estoy bien, no me ha dolido) y salió
de casa. Annie habló con sus amigas sobre lo ocurrido antes de ir a la playa.
-
¿Y
qué piensas hacer?
-
Nada,
no puedo hacer nada. Así que dejaré que lo que siento haga lo que quiera y ya
acabará yéndose.
Pero sus amigas no lo veían tan claro, y
tenían razón, no acabó marchándose, sino incrementándose.
Annie no pudo quitar su cara de estoy bien, no me ha dolido hasta que
llegó a su casa, pero después tuvo que seguir fingiendo un poco más: había
cogido la costumbre de hablar con él
por Messenger y cada vez que uno veía
conectado al otro, se hablaban, y aunque esa noche Annie no tenía ganas de
seguir pensando en nada, no pudo evitar sentirse un poco mejor cuando él le habló. Era tan necia la pobre, que incluso cuando él no le contó que había vuelto con su
ex, Annie seguía pensando que lo hacía sin darse cuenta. Y es que entre él y Annie había una enorme complicidad:
ambos sabían que se gustaban. Por eso, el dolor de Annie fue tan profundo.
Sin embargo, Annie siguió con su cara de estoy bien, no me ha dolido, y siguió
como si nada hubiese ocurrido. Annie sólo quería seguir viéndole.
Pero pasado un tiempo, cuando Annie ya
había aceptado que él quería a su
novia y que no la iba a dejar, él
empezó a confiarle el estado de su relación: Él no estaba bien con su novia, ésta había cambiado, y la relación
no era como antes, apenas se hablaban, y mucho menos se veían. Pero la necedad
de Annie impedía aprovecharse de la situación, y en vez de intentar separar a
la pareja, le intentaba consolar y le daba consejos para arreglar su situación.
¿Qué otra cosa podía hacer?, ella era así.
A pesar de los necios esfuerzos de Annie
por ayudarle a conservar la relación de su amigo, un día éste le dijo que no lo
soportaba más y que iba a cortar con su novia. Annie esperó. Esperó como si
fuese la amante de un marido que le promete que va a dejar a su mujer. En
realidad no pasó tanto tiempo, como mucho un par de semanas, pero para Annie
fueron años luz, y cada vez que le veía la chispa que sentía por él se
reanimaba, pensando que tal vez había dejado a su novia y se dirigía a ella a
decirle lo que sentía. Pero no, Annie esperó impaciente montada en una montaña
rusa… y al final sucedió: él cortó
con su novia. Y aunque Annie era feliz por ello, había otro problema de por
medio que Annie llevaba pensando en él desde antes que su amigo cortase con su
novia: el curso se acababa.
La relación entre Annie y su amigo no
estaba del todo afianzada, quizás por la complicidad, porque ambos eran libros
cerrados, o quién sabe por qué en realidad. Así que Annie pensó que quizás un
modo de mantenerle junto a ella era ayudándole con sus estudios, y le propuso
un plan:
-
Si
quieres, podríamos ir en las vacaciones por la mañana a la biblioteca juntos…
tú estudiarías Historia y yo Historia del Arte…
-
Vale,
¿a qué hora?
-
¿A
las diez? Es cuando abren.
Y así Annie se aseguró de poder verle al
acabar el curso.
Afortunadamente, Annie sabía ocultar bien
sus altibajos y sus padres no se dieron cuenta por un tiempo. Pero su madre no
era tonta, y sabía cuándo le gustaba alguien a Annie, y cuando Annie se lo
contó a su madre y vio su cara, le preguntó:
-
¿Qué?
-
Que
me suena a que eres su segundo plato.
-
No es
así, mamá.
-
¿Estás
segura? Yo no diría lo mismo.
-
Estoy
segura.
Fin de la conversación.
Su madre no fue la única que le sugirió
esa misma idea, varias personas la habían avisado ya, pero ella estaba
convencida de que no era así, lo de su ex había sido un contratiempo, pero no
malo, en realidad. Annie necesitaba saber qué era lo que sentía, y la situación
le ayudó a esclarecerlo.
Pasado un tiempo, cuando él ya estaba soltero, seguía habiendo
complicidad entre los dos, pero ambos seguían disimulándolo. Seguían quedando,
quizás con más frecuencia que antes, y aunque Annie era feliz así, seguía habiendo
algo dentro de ella que le susurraba que había dejado algo pendiente con él: millones de momentos en los que sus
miradas se cruzaban, en los que alguno de los dos podría haber dado el paso.
Pero siempre había demasiada gente alrededor. Hasta que llegó el día:
Había sido un
día casi normal: Annie había planeado una tarde de películas en su casa con
palomitas y sus amigos, la única excepción era él. Toda la tarde
transcurrió como Annie esperaba, pero cuando la noche cayó, sus amigos
empezaron a marcharse y él fue detrás de ellos.
-
Puedes quedarte un poco más… si quieres.
-
Sí, quédate –respaldó una de las amiga de Annie.
-
No… yo también me voy, no quiero molestar.
Annie lo
intentó un poco más, pero no se molestó demasiado, no era la primera vez que él
rehusaba su invitación, y sabía que era inútil, así que Annie cerró la puerta
de su casa quedándose sola y dudando si él seguía teniendo interés por
ella o no; Annie se inclinaba más por el no. Diez o quince minutos más tarde,
el móvil de Annie empezó a sonar. Annie quería convencerse que sería alguna de
sus amigas diciendo que se les había olvidado algo, pero ella sabía que era él.
Y efectivamente.
-
¿Annie?
-
Sí.
-
¿Puedes bajar un momento?
-
Mmm… claro.
Annie estaba
nerviosa, sabía que algo iba a pasar, lo sentía. Estaba feliz por ello, así que
se cambió en unos minutos y bajó lo más rápido que el ascensor le permitió.
Annie sabía de
qué quería hablarle, y después de un rato esperando a que él saliese del
lío en el que se había metido hablando, le cortó.
-
Sé que te gusto.
-
¿Y?
¿Y? ¿Cómo que “y”? Pensó Annie. A
pesar de que Annie había estado esperando ese momento desde hacía mucho no
sabía qué decir exactamente, así que empezó a soltar estupideces. Annie tenía
miedo de no ser la pareja que él esperaba, sobre todo después de verlo
con su ex, y le entró el pánico.
Terminaron de
dar el pequeño paseo alrededor de la manzana, regresaron al portal de Annie, y
Annie seguía sin aclararse y él se estaba impacientando. Annie hubiese
preferido que fuese él quién diese el paso, pero se iba a ir, y Annie no podía
permitir que se marchase, así que se abalanzó sobre él y le dio un beso.
Tenía miedo, no quería volver a equivocarse, pero tampoco quería perderlo.
Le besó. Ella le besó. Y ahí empezó todo.
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La que mató al gato
a las
1:48
21 de noviembre de 2011
Mi mochila tenía hambre
Recuerdo que en aquella época sentía los huesos contra el asiento; recuerdo que pocas veces me sentía realmente cómoda, y recuerdo que sentía que el viento me iba a volver loca. Pero nada más. Sé que en aquella época salía con alguien, que había empezado la universidad y que mi madre estaba entrando en la época HORMONAS DESCONTROLADAS, FIN DE LA RACIONALIDAD. Y lo primero que recuerdo de esa época es un pinchazo en la espalda mientras leía en un banco al sol. Duma key era el libro que me estaba leyendo en aquél
momento; tenía muchos en mi mesilla de noche, y muchos más en las estanterías
de mi casa, pero me estaba tomando mi tiempo con él. Lo leía siempre que estaba
en la universidad, y cuando terminaba mis clases, y tenía que esperar a que mis
amigos terminasen las suyas, me iba al jardín de su universidad y me sentaba en
las mesas de piedra. Era un sitio tranquilo y a menudo dejaba vagar mi mente
tranquilamente por la nada hasta que volvía a darme cuenta de que el viento
hacía revolotear las hojas de mi libro y me volvía a concentrar en mi lectura.
Pero esos paseos por la nada eran largos y cuantiosos y muchas veces me costaba salir de aquél lugar. Cuando estaba allí mi mente pensaba por sí sola, no me concentraba en nada, simplemente dejaba que lo primero que me cruzaba por la mente tomase su propia forma, su propia autonomía. Y funcionaba, mi cuerpo entero se relajaba y el mundo de mi alrededor desaparecía, dejándome sola en un lugar creado por mi propia mente, una mente que yo no controlaba. Sé que al principio de empezar la universidad, aprovechaba el tiempo de después de mis clases para pasar apuntes y adelantar trabajo, pero cada vez me era más difícil reprimir las ganas de dar paseos y a la semana ya había desistido del todo de cualquier tipo de obligación. Sólo tenía ganas de sentarme en las mesas de piedra, sacar mi libro de la mochila, y ponerme a leer.
Pero esos paseos por la nada eran largos y cuantiosos y muchas veces me costaba salir de aquél lugar. Cuando estaba allí mi mente pensaba por sí sola, no me concentraba en nada, simplemente dejaba que lo primero que me cruzaba por la mente tomase su propia forma, su propia autonomía. Y funcionaba, mi cuerpo entero se relajaba y el mundo de mi alrededor desaparecía, dejándome sola en un lugar creado por mi propia mente, una mente que yo no controlaba. Sé que al principio de empezar la universidad, aprovechaba el tiempo de después de mis clases para pasar apuntes y adelantar trabajo, pero cada vez me era más difícil reprimir las ganas de dar paseos y a la semana ya había desistido del todo de cualquier tipo de obligación. Sólo tenía ganas de sentarme en las mesas de piedra, sacar mi libro de la mochila, y ponerme a leer.
(...)
Mis paseos no eran como soñar despierta, siempre sabía lo que pasaba a mi alrededor. Más bien era como una multiplicación de mentes, siempre había dos mentes: la real, la que siempre sabía qué ocurría de verdad a mi alrededor y la que se encargaba de decidir cuándo se terminaban mis paseos; y la “imaginaria”, esa que me agarraba de la mano y decidía cómo sería el camino a seguir. Y la pongo entre comillas porque no sé muy bien cómo definirla, no es imaginaria, existe, es real, pero no la puedo llamar clon de la otra porque no son iguales, simplemente está ahí, es como en una relación donde uno de la pareja es infiel: es la otra. A veces creo que estuve mucho tiempo yendo agarrada de la mano de la otra. No sabría muy bien cuánto, pues para mí el tiempo es muy relativo, a veces un mes me parece una eternidad, pero en el momento me parece que ha pasado volando, y dudo mucho que en aquella época fuese distinto.
(...)
Mis paseos no eran como soñar despierta, siempre sabía lo que pasaba a mi alrededor. Más bien era como una multiplicación de mentes, siempre había dos mentes: la real, la que siempre sabía qué ocurría de verdad a mi alrededor y la que se encargaba de decidir cuándo se terminaban mis paseos; y la “imaginaria”, esa que me agarraba de la mano y decidía cómo sería el camino a seguir. Y la pongo entre comillas porque no sé muy bien cómo definirla, no es imaginaria, existe, es real, pero no la puedo llamar clon de la otra porque no son iguales, simplemente está ahí, es como en una relación donde uno de la pareja es infiel: es la otra. A veces creo que estuve mucho tiempo yendo agarrada de la mano de la otra. No sabría muy bien cuánto, pues para mí el tiempo es muy relativo, a veces un mes me parece una eternidad, pero en el momento me parece que ha pasado volando, y dudo mucho que en aquella época fuese distinto.
(...)
Había adelgazado, no sé cómo, ni por qué, pero
había adelgazado. Me dijeron que llegué “chupada”, pero no me acuerdo quién me
lo dijo, ni tampoco de dónde llegué. Que yo recuerde, en esa época no había
hecho ningún viaje, por lo menos no físicos. En muchas ocasiones, cuando estaba
un tiempo sentada, los huesos empezaban a clavarse en el asiento, ejercían
tanta presión que a veces creía que el hueso iba a traspasar mi piel, creándome
desagradables y dolorosas heridas. Y menos mal que a la otra no se le ocurrió llevarme por aquél camino, porque sino,
tal y como se pusieron las cosas, lo habría pasado realmente mal.
Afortunadamente, los paseos sólo afectaban a la vida real cuando la persona que
resultaba herida era yo. Muchas veces le ocurrían desgracias a seres queridos,
conocidos, o incluso a gente que sólo había visto una vez en mi vida. Y
afortunadamente, descubría que si experimentaba aquellas cosas durante mis
paseos, después no ocurrirían en la vida real. Sin embargo, no podía forzar que
ciertas cosas pasasen. Lo había intentado infinitud de veces pero siempre había algo que me
bloqueaba y mis tentativas se veían frustradas.
(...)
Me daba igual cómo terminase el paseo. Una vez decidí soltarme de la mano y exploré el camino por mi cuenta, la universidad era enorme y tenía un montón de recovecos que todavía no conocía. Descubrí dónde estaban secretaría y el salón de actos, y descubrí que había un muro con ventanas en mitad de la nada, sin embargo, ese día encontré algo más interesante que una sala de cine para dar conferencias. Cuando me aburrí de abrir puertas y no encontrar nada interesante, decidí que era hora de volver a perseguir personas, a lo mejor pensé que así encontraría algo más interesante. Y lo encontré. La persona a la que seguía volvió a desaparecer en un abrir y cerrar de ojos delante de una puerta cualquiera, y en vez de darme la vuelta, abrí la puerta. Al instante estaba colgando del pomo de la puerta, sin más suelo que el aire que había entre mis pies y las baldosas de la planta de abajo. Estaba histérica, pero aun así me solté y me dejé caer, creo que no se me ocurrió nada mejor. Sé que me vi tirada en el suelo con la cabeza encima de lo que hubiese sido un gran charco de sangre, pero no me impresionó mucho verme así, sabía que en la vida real no me había pasado nada, pero aun así mascullé un ¡¿qué gilipollas pone ahí una puerta?! Y sin más, volví al mundo real y me fui, no recuerdo a dónde, pero supongo que no tiene mucha importancia.
(...)
(...)
Me daba igual cómo terminase el paseo. Una vez decidí soltarme de la mano y exploré el camino por mi cuenta, la universidad era enorme y tenía un montón de recovecos que todavía no conocía. Descubrí dónde estaban secretaría y el salón de actos, y descubrí que había un muro con ventanas en mitad de la nada, sin embargo, ese día encontré algo más interesante que una sala de cine para dar conferencias. Cuando me aburrí de abrir puertas y no encontrar nada interesante, decidí que era hora de volver a perseguir personas, a lo mejor pensé que así encontraría algo más interesante. Y lo encontré. La persona a la que seguía volvió a desaparecer en un abrir y cerrar de ojos delante de una puerta cualquiera, y en vez de darme la vuelta, abrí la puerta. Al instante estaba colgando del pomo de la puerta, sin más suelo que el aire que había entre mis pies y las baldosas de la planta de abajo. Estaba histérica, pero aun así me solté y me dejé caer, creo que no se me ocurrió nada mejor. Sé que me vi tirada en el suelo con la cabeza encima de lo que hubiese sido un gran charco de sangre, pero no me impresionó mucho verme así, sabía que en la vida real no me había pasado nada, pero aun así mascullé un ¡¿qué gilipollas pone ahí una puerta?! Y sin más, volví al mundo real y me fui, no recuerdo a dónde, pero supongo que no tiene mucha importancia.
(...)
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La que mató al gato
a las
17:16
15 de octubre de 2011
Y se dio cuenta de que era feliz
Fijamente se inspeccionaba la cara mientras pasaba la mano por ella. ¿Cómo podía haber llegado a esa situación? A ese vaivén de emociones, a esas ganas, a ese todo. Sus ojos verdes no se veían cansados (si sabías leer bien en ellos), estaban contentos, estaban felices, eran felices. Se apartó un mechón de pelo para poder ver mejor sus propios ojos. Escrutaba su rostro como si no fuese el suyo, como si fuese el de un desconocido. Los poros de la piel, la barbilla, los labios rojos, la nariz, los pómulos, el flequillo que tapaba su frente, sus ojos. Paseaba las yemas de su mano incrédula ante el reflejo.
Sin avisar, el reflejo movió la mano por sí sola y la acercó a la superficie, un par de segundos más tarde estaba tocando la mano de sí misma. Éste le agarró de la muñeca, y tironeó levemente de ella hacia abajo, mientras con su otro reflejo de mano le acariciaba el mentón y le obligaba a mirarse a los ojos. Pero de otra manera, más intensa. Se fijó en todas las muescas de su iris, que se concentraban dando forma a un volcán visto desde el cielo, donde la pupila se erguía en el centro, negra, profunda, abismal; y a medida que se alejaba de la boca del volcán unos tonos azules iban apareciendo.
Su reflejo la estaba absorbiendo por completo, pero no le importaba. Podría haber luchado, haber roto el espejo, pero no lo hizo. Ella siempre se había fiado de la gente que le hacía sentir bien, de la gente que se sentía bien consigo misma, de la gente que reía, de la que hacía reír, de la que siempre estaba ahí, de la que era feliz; y ¿quién mejor para seguir hacia un espejo que así misma?
Sin avisar, el reflejo movió la mano por sí sola y la acercó a la superficie, un par de segundos más tarde estaba tocando la mano de sí misma. Éste le agarró de la muñeca, y tironeó levemente de ella hacia abajo, mientras con su otro reflejo de mano le acariciaba el mentón y le obligaba a mirarse a los ojos. Pero de otra manera, más intensa. Se fijó en todas las muescas de su iris, que se concentraban dando forma a un volcán visto desde el cielo, donde la pupila se erguía en el centro, negra, profunda, abismal; y a medida que se alejaba de la boca del volcán unos tonos azules iban apareciendo.
Su reflejo la estaba absorbiendo por completo, pero no le importaba. Podría haber luchado, haber roto el espejo, pero no lo hizo. Ella siempre se había fiado de la gente que le hacía sentir bien, de la gente que se sentía bien consigo misma, de la gente que reía, de la que hacía reír, de la que siempre estaba ahí, de la que era feliz; y ¿quién mejor para seguir hacia un espejo que así misma?
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2:41
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