15 de octubre de 2011

Y se dio cuenta de que era feliz

Fijamente se inspeccionaba la cara mientras pasaba la mano por ella. ¿Cómo podía haber llegado a esa situación? A ese vaivén de emociones, a esas ganas, a ese todo. Sus ojos verdes no se veían cansados (si sabías leer bien en ellos), estaban contentos, estaban felices, eran felices. Se apartó un mechón de pelo para poder ver mejor sus propios ojos. Escrutaba su rostro como si no fuese el suyo, como si fuese el de un desconocido. Los poros de la piel, la barbilla, los labios rojos, la nariz, los pómulos, el flequillo que tapaba su frente, sus ojos. Paseaba las yemas de su mano incrédula ante el reflejo.
Sin avisar, el reflejo movió la mano por sí sola y la acercó a la superficie, un par de segundos más tarde estaba tocando la mano de sí misma. Éste le agarró de la muñeca, y tironeó levemente de ella hacia abajo, mientras con su otro reflejo de mano le acariciaba el mentón y le obligaba a mirarse a los ojos. Pero de otra manera, más intensa. Se fijó en todas las muescas de su iris, que se concentraban dando forma a un volcán visto desde el cielo, donde la pupila se erguía en el centro, negra, profunda, abismal; y a medida que se alejaba de la boca del volcán unos tonos azules iban apareciendo.
Su reflejo la estaba absorbiendo por completo, pero no le importaba. Podría haber luchado, haber roto el espejo, pero no lo hizo. Ella siempre se había fiado de la gente que le hacía sentir bien, de la gente que se sentía bien consigo misma, de la gente que reía, de la que hacía reír, de la que siempre estaba ahí, de la que era feliz; y ¿quién mejor para seguir hacia un espejo que así misma?  

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