20 de octubre de 2013

A contrareloj (I)

Otra vez me he vuelto a quedar dormida y ahora tengo que correr para no llegar tarde a la gasolinera, pero mis ojos son incapaces de abrirse. Cual topo, arrastro los pies hasta el cuarto de baño y me doy una ducha abrasadora. Un poco más despejada después de la ducha salgo envuelta en la bata y me hago el desayuno, pero sin darme cuenta se me ha hecho demasiado tarde y ahora tengo que engullir las tostadas a toda prisa. Tampoco hay tiempo para contemplarse en el espejo o probarse veinte modelitos, así que cojo lo primero que encuentro y me lo pongo; termino de arreglarme cojo la mochila y salgo disparada por la puerta.

Por suerte vivo a menos de cinco minutos de la gasolinera, pero cuando uno tiene prisa los cordones de los zapatos se atan alrededor de tus dedos, no encuentras las llaves, te chocas con todo, el ascensor tarda un milenio en llegar, hay un vecino lento y pesado en la puerta y ningún coche se para en el paso de cebra. Las 8:07 y ni vista del choche, por fin voy a poder respirar y terminar de atarme los cordones, subirme los pantalones, ponerme la pulsera y el collar, recolocarme la camisa, meter el otro brazo en la manga de la chaqueta y peinarme el pelo con la mano. 

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