20 de octubre de 2013

A contrareloj (II)

Se ha vuelto a quedar dormida; oyó el despertador, pero lo apagó sin darse cuenta. Se levantó tirando de su cuerpo, el cual pesaba una tonelada, y se arrastró hasta la ducha. Tras tirarse un rato bajo un chorro de agua ardiendo por fin pudo abrir los ojos. No se daba cuenta de que el tiempo corría y de que, en su caso, volaba. Mientras se preparaba el desayuno por fin vio que era demasiado tarde como para andar todavía en bata y empezó a correr: al igual que un torbellino, fue de un lado a otro de la casa buscando ropa limpia que ponerse y haciendo la mochila. No tardó mucho en “vestirse” pero el tiempo no perdona y ya eran las ocho y cinco. Echa una maraña salió de casa y llamó al ascensor pulsando una y otra vez el botón nerviosamente. No quería llegar tarde, este año no.
Al salir a la calle le golpeó el frío matinal en toda la cara, por suerte llevaba una chaqueta en la mano, pero con las prisas tan sólo pudo ponerse una manga. Corrió cuesta arriba, con los cordones enredándose entre sus pies, la mochila cayéndose de un hombro y la chaqueta del otro. Al final llegó sin aliento a la gasolinera, pero lo consiguió: las 8:07 y el coche todavía no había llegado. Respiró aliviada y terminó de arreglarse antes de que el coche llegase dos minutos más tarde.

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