19 de febrero de 2013

Lloró sin hacer ruido

Por fin era martes, ¡martes! Annie había estado una semana esperando el resultado de su examen desde el momento en que lo entregó y salió despavorida de la clase con la idea de tirarse en el sofá y no mover ni un músculo, dispuesta a encender su portátil y echar la tarde entera jugando y cotilleando a la gente por las redes sociales sin tener que preocuparse de nada. Y, efectivamente, fue lo que hizo. Annie no había terminado todavía su período de exámenes, pero tenía dos días para repasar tranquilamente algo que ya se sabía. Así que se tumbó entre los mullidos cojines y rogó a Dios que ese día su Internet no le fallase. 
Y pasaron los días lentamente, entre papeles de apuntes y apuntes de lo que un día llegaría a ser el futuro de Annie. Pero por fin llegó el martes. Ese día por la mañana, Annie, tenía otro examen, y hasta la una de la tarde no pudo intentar conectarse. Estaba nerviosa, quería saber ya su nota, así que encendió su portátil, para entrar en la página de la universidad, y mientras esperaba a que sus muchas pestañas de Internet se cargasen, su ansiedad siguió creciendo. Al fin cargado. Abrió una nueva pestaña, introdujo la dirección a la que quería ir y esperó. Esperó dos segundos, pero para Annie fueron una eternidad, una eternidad que se pasó rezando por haber aprobado, pero rezándole a la página que estaba en proceso, como si Internet fuese el que se encarga de decidir quién aprueba y quién no. Cargado. Introdujo su cuenta y su contraseña y volvió a esperar. Y volvió a rezar. Por fin estaba dentro de sus datos personales y pinchó en “mis asignaturas”, pero… Nada, la profesora todavía no había colgado las notas, y Annie la estaba maldiciendo por mentirosa. Miró el reloj y vio que tenía que irse a estudiar, así que comió rápidamente, se lavó los dientes, cogió su mochila y bajó a encontrarse con su amiga.
Cuatro horas más tarde, Annie no aguantaba más sentada en esas sillas marrones de la biblioteca y además era la hora de cerrar. Nada más cruzar la puerta, Annie recibió un “whatsupp” de una de sus compañeras de clase exclamando que había aprobado, lo que le recordó que ella todavía no sabía su nota. Con tranquilidad, se tiró todo el camino rezando haber aprobado mientras su amiga hablaba sin cesar sobre algo; pero Annie no escuchaba,  estaba demasiado ocupada suplicando su nota. Llegó a casa y, desesperada, volvió a realizar lo mismo de antes; esta vez la espera era mucho peor, pues tenía la certeza de que podría ver su nota. Pero la cruel tecnología decidió que no era el momento de que Annie la supiese y maquinó para que el servidor de la universidad se estropease.
Annie no comprendía lo que estaba pasando, se repetía ¿pero qué pasa?, ¿por qué no puedo entrar? Y tras varios intentos, que iban aumentando la rabia de Annie, se dio por vencida y decidió que era hora de marcharse a sus clases de baile. Lo intentaré por el móvil antes de entrar a clase pensó justo cuando salía por la puerta de su casa. Y, efectivamente, lo intentó, pero tenía que descargarse una aplicación para poder acceder a la página, y Annie no quería hacerlo (ella no quería una aplicación para el móvil, ella quería su nota), así que decidió que esperaría hasta llegar a casa. La paciencia de Annie iba menguando cada vez más y se temía que la escasa (por no decir inexistente) habilidad de la profesora para con la tecnología provocase algún problema por el cuál no pudiese ver su nota y tuviese que ir a su despacho para poder comprobarla en el papel que dijo que iba a colgar en su puerta.
Dos horas más tarde, Annie se encontraba de nuevo en casa, exhausta y ansiosa. Y otra vez más, volvió a repetir lo que ya se estaba convirtiendo en un ritual. Nada, absolutamente nada. Seguía sin poder acceder a la página puesto que, suponía Annie, todavía no habían arreglado el problema con el servidor, así que decidió irse a dormir, mañana tenía un duro día de estudio por delante y tenía que descansar.
Al día siguiente, Annie ni se molestó en intentarlo, decidió que era mejor no agobiarse y que quizás era algún problema con su propio internet. Con la tecnología nunca se sabe, a veces el problema suele ser la cosa más tonta. Así que se levantó y se propuso olvidarlo hasta llegar a la biblioteca por la tarde y mirarlo desde los ordenadores de allí. A las cinco de la tarde, Annie no podía más y se rindió ante su curiosidad: pidió un ordenador y comenzó su ritual. No tardó mucho en comprobar que todavía no habían arreglado el problema con la página. Indignada ya por la ineficacia de los informáticos de la universidad (nunca se le echa la culpa a la tecnología, es demasiado avanzada ya como para tener la culpa de algo) le mandó un correo a su profesora preguntándole por la nota, y esperando que no tardase demasiado en mirar su correo. Pasaban las horas y nada, no contestaba. Annie se fue a correr, necesitaba despejarse, había estado otra tarde entera sentada en la biblioteca estudiándose nombres italianos y alemanes que poco podrían hacer por ella para ayudarla con su problema.
Tras llegar a su casa reventada y sin ánimos de nada, se sentó en la cama y, a través del móvil, miró su email. De pronto, el nombre de su profesora le llamó la atención y sus pulsaciones se elevaron por las nubes. ¡Qué emoción! Pero ahora que iba a saber su nota, no estaba segura de si quería verla. Pinchó con temor en el correo. Era un mensaje sencillo:

Buenas noches, la nota de su examen es 4. La tutoría será el viernes, de 10:00 a 11:30. Un saludo.

Un cuatro… el mundo de Annie se calló a sus pies, y por un momento, no se lo creía. ¿Tanto follón para un cuatro? El dios de la Tecnología fue cruel con Annie: la dejó a las puertas de un verano sin obligaciones, hundiéndole la moral. Fue desalmado y desconsiderado.
Annie sabía que esa nota estaba mal, ella había aprobado, aunque no pudo evitar dejar caer alguna que otra lágrima. Tenía que dejar a un lado los dioses, he ir a reclamar como siempre se había hecho: en persona.  

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