10 de enero de 2013

Mi miel

Me pusieron la miel en los labios, me dejaron saborearla, pero a la hora de tragarla, me la cambiaste por el ácido de tu boca. 
Te apoyaste en mi regazo, maldiciéndome por querer la miel, mientras yo ardía de dolor y culpa. 
 - ¿Ya? -te preguntaste a ti misma- Vamos a curarte. 
Y sin esperar siquiera a que yo hablase, me pusiste una tirita en el dedo. 
 - Solucionado. 
Y ahí me dejas, como cada día, muerta por dentro, lamentando y blasfemando mi gusto por la miel. 
Y ésta ya se fue, como la nieve en primavera, dejando pequeñas gotas de su existencia. 
Mi cuerpo acumula esa toxicidad tuya, y todos los días me pregunto cuánto más falta para que llegue la mañana en que mi cuerpo esté agarrotado, morado y rajado, supurando tu viscoso veneno negro. 
Ya queda poco de esa miel que un día, hace año y medio, me dieron a probar; pero siempre me digo lo mismo, y siempre queda algún consuelo en las comisuras de la boca. 
Quiero miel. Necesito miel. 

Socorro. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Comenta! Mi blog tiene mucha hambre y ¡sólo se alimenta de comentarios!