30 de agosto de 2012

Ella

Acariciaban las sábanas con sus cuerpos desnudos. Le besa el cuello mientras ella echa la cabeza hacia atrás para facilitarle el acceso, dirigiéndole hacia su pecho. Se estremece nada más sus labios tocan su clavícula. Mientras sigue besándole el pecho, su mano empieza a recorrer su sedosa piel: primero sube desde su mano hasta su hombro, baja y le acaricia un pecho, mueve su mano y roza una a una sus costillas, llega a la estrecha cintura y disfruta de sus angulosas caderas, de su marcada pelvis, de... Ella suelta un pequeño gemido ahogado y apretuja las sábanas entre sus dedos. Hábilmente mueve sus dedos mientras su boca se sigue acercando, haciendo el mismo recorrido que segundos antes ha hecho su mano; un sitio suave, húmedo, abierto...
Pero ahora le tocaba a ella. También quería las caricias, los besos, gemir, morder. Porque su obsesión era morderla, morder su marmórea piel mientras ella la complacía, demostrándole que ni siquiera sus cuerpos desnudos eran capaces de afirmar cuánto la amaba. 

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