7 de julio de 2011

La primera gran noche

Como los dedos de un experto que llevan mucho tiempo sin tocar, él roza el filo de las blancas teclas del negro piano de cola. Lleva años sin tocar, pero se lo han pedido y él no ha querido sabido negarse.
Se sentó en la banqueta de terciopelo rojo, colocó los pies sobre los pedales y apoyó las manos sobre el teclado. Le habían pedido que tocase algo improvisado. ¿Chopin? ¿Beethoven? ¿Batch? ¿Martha Argerich? ¿Claudio Arrau? Les daba igual. En un principio, andaba perdido, no sabía por cuál decantarse, así que simplemente empezó a presionar las teclas, a coger confianza con el piano. Su padre siempre le decía: "Para tocar un piano, hace falta amor", "no se podía tocar un piano sin haberlo tocado antes al menos una vez". Y en parte tenía razón; ese piano estaba frío, limpio, sin una sola huella. Así que empezó con algo suave; era un ejercicio de solfeo, pero camuflado, así no se darían cuenta de lo perdido que estaba. Y poco a poco su mente se fue aclarando y sus dedos relajando. Sin siquiera decidir, continuó moviendo los dedos deliberadamente. Su mente no estaba programando ninguna sonata, ninguna sinfonía. La estaba componiendo.
Su obra duró largo rato, y, cuando acabó, la gente se levantó y aplaudió con gran entusiasmo. La música había llenado la sala, y todavía se podía oír el vibrar de las cuerdas en el aire. Su música estaba dejando huellas por toda la habitación.


-Será que sólo se puede escribir cuando uno no está feliz.
-Pues vaya mierda.

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