27 de mayo de 2010

Locura.

Ayer el miedo corrió por mis venas, una sensación de pánico me abordó y mi cuerpo se heló durante un determinado tiempo. Estaba en el parque, leyendo Cinco horas con Mario, tranquilamente. No había nadie a mi alrededor, y aunque era de noche, estaba sentado debajo de una farola que me alumbraba muy bien. No estaba esperando a nadie ni a nada. Me gustaba leer en el parque y me gustaba leer de noche. Antes no me asustaba leer en ese parque de noche, pero desde entonces... Como iba diciendo, estaba yo leyendo en el banco bajo la luz cuando de repente oí un ruido y sin saber por qué mi corazón empezó a latir rápidamente. nunca me había pasado antes. Otro ruido, eran las hojas de los arbustos lo que sonaba, y cada vez más cerca de mí. No conseguía ver nada y el miedo empezó a apoderarse de mí, así que cerré el libro, me levanté y me fui con paso ligero; el problema era que me había adentrado mucho en el parque y ahora tendría que atravesarlo entero así que... ¡Una sombra! Miré de reojo mientras caminaba y vi una sombra que se movía rápido; mi corazón aceleró un poco más, al igual que mi pasos, y mi mente empezó a maquinar terribles pensamientos sobre el final de esa noche. Una piedrecilla me alcanzó la cabeza, me giré instantáneamente y con la cara sudada por el miedo y descompuesta por el susto; no vi a nadie pero yo sabía que me observaban, ¡lo sabía!, todo mi cuerpo estaba acelerado y mi respiración era agitada. Me giré rápido, otra sombra a mi espalda me acechaba pero no la pude ver; unas risas empezaron a sonar y de los arbustos me lanzaban piedrecillas al cuerpo; salí corriendo lo mas rápido que pude pero seguía oyendo las voces, se incrustaban en mi cerebro y mientras corría, las piedrecillas seguían alcanzándome; ¡mi vista empezaba a emborronarse, los músculos me dolían y lo que antes parecía un pequeño libro ahora pesaba como un yunque! Pero cuando estaba a punto de rendirme, a punto de dejar que me alcanzasen, de abandonarme a la locura, las piedras y las risas cesaron. Me paré en seco con la cara empapada y dejando ver mi miedo. Aterrorizado miré a mi alrededor y pensé que todo había terminado, pero de pronto las risas volvieron a alzarse y esta vez más fuerte todavía, ¡me estaba volviendo loco!, la cabeza empezó a dolerme y un punzante sonido penetraba en mis oído por mucho que yo los tuviese tapados; de tanto dolor caí al suelo de rodillas, no podía distinguir si eso era real o no y tan sólo quería que cesase. ¡Qué dolor!, ¡las risas no paran!, ¡y aumentan, y aumentan, y aumentan! ¡Callaos! Grité al cielo oscuro. Pero no me hacían caso. ¡Cerrar la boca!, ¡parar de reíros! Los sollozos callaron mis gritos y dieron paso a las súplicas. Por favor... no puedo más... Pero no paraban. Risas. Risas sarcásticas, malévolas y agudas, eran cristales clavándose en mis oídos y en mi cabeza. Hacía frío y tenía miedo y pánico y gimoteando, presa de la desesperación, me hice un ovillo en el suelo y dejé que las risas devoraran mis lágrimas. Esta mañana me desperté en una cama. Mi familia estaba a mi lado. -¿Qué pasó? Pregunté después de despejarme. -Tuviste un brote psicótico de locura muy fuerte...

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