14 de enero de 2010

Una casual liberación

Mi mirada fija en el otro lado, una barrera invisible que me separaba de mi destino, un destino totalmente opuesto a todo mi ser. Seguí avanzando, avanzando, avanzando… mi brazo empezó a subir lentamente en dirección hacia la barrera, hacia ese cristal irrompible con la mitad de un árbol deshojado en mi lado y la otra mitad, reanimado junto a mi destino infinitamente lejano. La entrada del otoño empezaba a insinuarse en las hojas de su mitad, en la mía, el cambio de estación no era más que una simple tierra polvorienta y un cielo despojado del brillo del sol y de la frescura del viento. Mi palma se posa sobre el frío material de la barrera, ni una sola corriente de esperanza se transmite a mi piel oscura y lisa. Petrificado, me ausenté en esa postura hasta, que por alguna agradable y esperanzadora razón, de entre la niebla de mi mente, otra figura avanzaba hacia el perfecto cristal. Me cuesta separar mi mirada de ella, su perfección me atrapa, mientras sus caderas hacen que mi cordura desaparezca y se vuelva invisible como la barrera. Un paso, otro, otro… no llegaba a entender por qué la perfección de un ser tan perfecto quería ensuciarse con las viles miradas, deseosas de su cuerpo, de mis ojos. La perfección de sus curvas, su piel lisa, tersa y aparentemente suave… un escalofrío recorrió y agitó mis alas, despertándome de mi ensimismamiento. La claridad de su mundo me embargaba tal sensación de añoranza que deseé poder arrebatársela con un simple agarrón, pero la barrera se encontraba en medio un simple golpe con el puño ocasionaría un desgarre de los nudillos de este y que el precioso y perfecto ángel se alejase hasta el próximo milenio en el que sintiese una profunda curiosidad por observarme. Siempre igual. Cada cierto tiempo aquél ángel maravilloso se acercaba magnificado hacia la barrera y me observaba desde detrás del árbol, luego yo hacía una estupidez, un acto brusco, y su perfecta presencia se evaporaba tan rápido como la vida en cualquier parte de mi mundo. Pero no lo podía, ni todavía puedo, evitar. Una rabia profunda e incontrolable se apoderaba de mi ser y mis músculos se ponían en tensión al verla, las ganas de matar y de causar dolor corrían por mis venas sustituyendo la sangre que no llevaba dentro de ellas, y todo lo que a mi alrededor yacía muerto se unía a mis ansias de matar. En ese momento ella se iba y toda la rabia que sentía desaparecía y se transformaba en dolor. No podía verla, pero tampoco podía vivir sin admirarla, sin desearla. Ya no avanzaba, estaba de pie delante de mi, observando mi horror y mi fealdad, la vergüenza se apoderó de mí y mi mirada se posó en sus pies… unos pies delicados que andaban sobre la fresca y reluciente hierva de su mitad. De pronto un movimiento llamó mi atención, un movimiento inusual, algo que iba contra las normas, algo ni siquiera el más valiente podría atreverse a hacer. Seguí con mi mirada su delicada mano, contraria a la mía que estaba apoyada sobre la barrera, que se iba levantando lentamente y acercándose al cristal. Antes de que siquiera lo rozase, nuestras miradas se unieron en una inseparable relación donde un monstruoso ser como yo se unía a una perfección como ella. su mano seguía avanzando, pero el tiempo pasaba tan despacio que pasó una eternidad antes de pudiese tocar la barrera y que sus dedos y los míos pudiesen imaginarse la satisfacción del roce. La eternidad terminó y su mano se apoyó sobre la mía, sintiendo también un ligero y suave tacto, pero que obvia y desgraciadamente no era el mío. Seguimos mirándonos observándonos, y por una casual liberación… la barrera se rompió…

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