17 de agosto de 2013

Tiempo perdido

Estaba tumbada en su cama, boca arriba y con los brazos debajo de la almohada, contemplando el gotelé que no podía ver del techo blanco. Era tarde, muy tarde, pero por suerte al día siguiente no tenía nada que hacer: acababa de terminar sus dos semanas de exámenes, y ahora, que por fin podía dormir tranquila, tenía el cerebro más activo que nunca. Es curioso que siempre pase lo mismo. Ahora su objetivo era concentrarse en sus vacaciones, en su lectura, en su escritura, en ella misma... 
Más de un mes y medio más tarde, ahí seguía ella: tumbada en su cama, boca arriba y con los brazos debajo de la almohada pensando en lo rápido que había pasado el tiempo y no había hecho ni la mitad de las cosas que había planeado. Había perdido la mitad su preciado verano y no sabía qué día volver a empezar y realizar todo lo que a finales de junio tenía preparado. 
Qué bonito sería tener una máquina del tiempo. 

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