14 de junio de 2013

Unas finas y muy largas patas se estaban incrustando en su cabeza, y adentrándose en el interior de su cerebro sin ningún obstáculo. Unas ocho extremidades infiltrándose en sus sueños.
Se despertó gritando, aterrado, empapado en sudor. Con los ojos como platos se acurrucó aún más entre su mullido edredón. Cerró los ojos para intentar dormir otra vez, pero no podía evitar sentir un horrible cosquilleo. Giró sobre sí mismo, pero fue todavía peor: al fondo del todo, podía ver su puerta entornada, que dejaba entrar la poca luz que pudiese entrar de la ventana del salón; una luz trémula que evocaba a los peores pensamientos. La poca visión que tenía de su cuarto, el cual conocía como la palma de su mano, no mejoraba la situación: todos los objetos se le antojaban maléficos. Pero le faltaban ojos para poder tranquilizarse, cada vez que apartaba la mirada de la puerta porque pensaba que ese peluche de la esquina se iba a mover de un momento a otro riendo como si hubiese salido del infierno, algo le miraba desde esa pequeña rendija. Algo que esperaba a que se volviese a dormir. Algo... que tenía hambre... 

Este es especial, para mi amigo Kevin 

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