19 de mayo de 2013

El nombre

Casi diez años más tarde, Max seguía con su costumbre de abstraerse del mundo cuando iba por la calle; había aprendido a caminar leyendo, fijándose, tan sólo en lo necesario, para no chocar con nadie ni con nada. Casi diez años atrás, Max había decidido que la música sería otra eficaz forma de no tener que pensar en su situación, es más, cuando Max lo hacía, se daba cuenta de que antes apenas se daba cuenta de lo que la rodeaba, vivía feliz en su ignorancia. 
Ahora Max vivía observando el mundo, camuflándose tras sus gafas de sol y fingiendo no oír con su música a todo volumen. Y así todos los días se sentaba en su sitio aleatorio del tren y pensaba en todo aquello que le había ocurrido: en su familia, en sus amores, en sus amigos, en lo que pudo ser, en el gato que estaba tumbado al sol en la parada del tren, en los que jugaban al baloncesto sin darse cuenta de que eran observados, en si aquél chico sentado en la esquina estaría mirándola como ella a él... No le importaba mucho, no creía que le volviese a ver (aunque Max se equivocaba), así que siguió espiándole todo el camino, intercalando lo que le llamaba la atención de él y lo que seguía recordando de su pasado.
Por alguna razón, Max perdió su habilidad para leer en el tren o autobús, ahora sólo quería ver el mundo y recuperar todos aquellos años que había desperdiciado. Era desviar la mirada un momento hacia la ventana y la mente de Max ya se había ido a años luz de allí, por eso, aunque llevase siempre un libro en el bolso, al final acababa apoyando la barbilla sobre su mano y se dedicaba a... Otra vez sentía en la nuca un pequeño picor. Miró al chico de reojo y le aguantó la mirada un par de segundos, pero la apartó corriendo, al oír, sin querer, un nombre que no quería y que había unido a ese tipo de mirada.
Aún le sorprendía mucho oír ese  nombre, sobre todo en su casa, y Max se dio cuenta de que le tenia bastante pánico;  pero que estupidez tenerle miedo a un nombre, se decía Max, a pesar de no poder evitarlo. En el fondo Max sabía que le tenía pavor porque escuchar ese nombre suponía la posibilidad de que él volviese a aparecer, a interrumpir en su vida, a destrozar todo aquello por lo que Max había luchado. Ladrillo a ladrillo, Max tuvo que volver a construir su muro infranqueable, su castillo, su corazón.  
El chico seguía mirándola, y Max no sabía muy bien qué hacer, de vez en cuando le miraba de soslayo para comprobar si seguía ahí sentado, también con sus cascos; Max no recordaba a nadie que le hubiese estado mirando durante tanto tiempo en el tren. 
El tren se paró y Max se bajó, mirando por última vez de reojo al chico y preguntándose si le volvería a ver. Max quería saber si volvería a ver al chico que había despertado ese miedo; Max quería volver a sentir esa mezcla morbosa entre el dolor y la curiosidad. ¿Y quién sería el listo que le reprochase algo a ella? 

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