27 de septiembre de 2012

Era libertad

Sonó el timbre. 
Despavoridos, fueron gritando hacia esa gran puerta de hierro y cristal, rivalizando los unos con los otros a ver quién llegaba el primero. Por fin la atraviesan y un fogonazo de clareada luz los deja ciegos unos segundos, pero eso no es capaz de frenarlos. Imparables, bajaban las húmedas escaleras, algunos de ellos, incluso se atrevían a saltar desde el último escalón. 
Él llevaba sus nuevas botas amarillas, le quedaban un poco anchas y llevaba los pantalones metidos por dentro. yendo a contra corriente, saltó los dos últimos escalones sin preocuparse de cómo caer. Pisó un pequeño charco y salió pitando hacia otro mucho más grande. De pronto, el tiempo se ralentizó en el aire: lentamente bajaba hacia la profundidad del pequeño lago; mientras doblaba las rodillas, la punta de sus botas esparcía gotas de agua a su alrededor, cada vez más grandes. 
Quedó empapado, del plástico amarillo caían las gotas otra vez hacia el charco. Pero no fue el único en mojarse: todo el que estuviese a su alrededor aceptó con gritos de emoción las gotas del suelo. 
Temían perderse su preciado recreo, pero, minutos antes de acabar la clase, dejó de llover. Ahora tienen media hora para mojarse sin oír a sus madres gritando lo que deben y no hacer para no  hacerlo. 

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