22 de noviembre de 2009

¿Telepatía?

Cielo que se exhibe ante mí entre rejas de plástico. Risas a mi alrededor sobre un tema ramificado. Aire que retira el pelo de mi cara, entra por los resquicios de mi mente y libera, en un cerrar de sincera suavidad de mis pestañas, todo aquello que me atrapa y me ata a mis sueños. Ahora me acuerdo de algo que me dijeron y que pensé después de ello: Levántate un día: El comienzo. Levántate un día y mira el reloj: siete y media. Tu cerebro no reacciona y sigues con ganas de quedarte bajo las sábanas, calentito, al resguardo de las quejas. Quejas… Pero el monstruito, imperceptible a tu cerebro dormido, se ha despertado, también, como si estuviese ligado a tus horarios. Suspiras y te levantas de la cama como si te fuese la vida en ello, y ya estás planeando lo que vas a hacer esa tarde. Porque la mañana no importa, el monstruo se queda en casa, fuera no se atreve a pisar. Llegas a casa abatido y en el pensamiento te ronda la imagen de tu monstruo, porque es tuyo, quieras que no, la persona que lo liberó lo ató a ti, como señales de afecto quizá, pero no, no ayuda ni fortalece, tan sólo hunde un poco más tu alma en el vacío que llevas dentro, que como el hombre del saco la acepta pues él tampoco tiene compañía, y no luchas por ella, no luchas por ella, las fuerzas ya se te acabaron y tan sólo te queda soltar la rabia que llevas dentro con un silencio incomprendido y mudo. Termina la tarde y estás ansiando cenar y acostarte en la cama. Que tarde más tranquila… piensas. Já, menudo chiste. ¡A cenar! Grita mi madre desde la cocina donde una media hora antes se metió a preparar la cena y a servir la mesa. Y la gente va llegando antes que tú. Tu madre, que directamente no ha salido de allí, tu hermana, que estaba en salón y a la que el monstruo todavía no ha llegado, tu padre, que llega exhausto de trabajar, ergo tiene que estar todo a la perfección, tú… ah no, que tú no estáaaas, ¿y dónde está la niña de mis expectativas? Pues dónde va a ser, en su cuarto, esperando a ver si hoy es un día de cambios y no pasa nada si llega y se sienta la última, si no le dice nada su padre o si enredan, tergiversan y enmarañan lo que minutos, horas, días, meses antes le han dejado caer como las gotas que caen del cielo cuando comienza el chispeo al que procede la lluvia. Pero no, hoy no es el día… Asomo la cabeza por el marco de la puerta, sin que se note que intento observar sin ser observada, pero no hay manera, me descubren. Empeoramiento de situación. Me siento. Como. Bronca, obviamente siempre por lo mismo, pero no me puedo mover de mi sitio. Aguanta, aguanta, aguanta, traga La cena termina y marcho para mi cuarto. Sola. Completamente sola. Miro a mi alrededor, como tantas otras veces he hecho cuando estaba a punto de llorar, de explotar, y como tantas otras veces el ordenador es mi solución. Lo enciendo, ¡qué lento es! ¡Vamos! Le ordeno desde el silencio de mis lágrimas ¡Date prisa! Le suplico desde el agotamiento. Salieron. Ya no hay vuelta atrás… para cuando el ordenador esté encendido y listo para trabajar, a mí sólo me quedará un vacío bastante desalentador donde mi cerebro no pensará y mi cuerpo quedará, tendido sobre la silla y con las manos sobre el teclado, inerte ante los ojos del mundo. ¿Tan exagerada soy? Puede, me da igual. Ahora sólo escribo, más bien me prometo o intento prometer, que no más… ¿cuántas veces me habré dicho eso? ¿Diez?, ¿cien?, ¿mil? Creo que a este paso podría batir mi propio récord, qué ironía. Actualización hecha. Pero sigo inerte, sigo sin pensar, sentada en la silla frente a la pantalla. Me voy a la cama… y el monstruo viene conmigo...

21 de noviembre de 2009

Sólo una eternidad

¿Por qué asoman las lágrimas? ¿Por qué me siento… así? No tengo ganas de hablar, ni de reír, no siento ninguna emoción, sólo un desaliento incontrolable que me confunde más todavía. Quiero dejarlo todo, sentarme y ponerme a dibujar, a leer, a lo que sea, pero no quiero más responsabilidades, no quiero tener que preocuparme por mi futuro, por si tengo todo listo en la agenda, por si me perdiese tan sólo un instante. Deseos. Muchos deseos me rondan. Más bien son ramificaciones. Ramificaciones de lo que podría ser en la vida, de lo que podría pasar, de lo que podría decir, o cómo podría actuar; ramificaciones que no se unen en una corriente aparente y que quedan lejos de mi alcance. El tiempo se consume y yo tan sólo percibo la angustia de su final. Fechas, horas, citas, deberes… son sólo cosas imaginariamente reales que se adhieren a nosotros desde nuestro nacimiento y que se van sumando, multiplicando, e incluso a veces triplicando. Muy poco tiempo he aguantado, y es que ya no sé si es que no puedo más, o si simplemente el infinito placer del tiempo de dejarse caer está poniéndome a prueba. Yo tan sólo quiero dedicarme a lo que me gusta, tan sólo quiero leer… tan sólo quiero dibujar… tan sólo quiero montar y desmontar cosas, dedicarme a escudriñar todos los recovecos de un castillo medieval o de los motores más complicados que puedan existir. Pero no puedo. Tan sólo quiero una eternidad, una eternidad que pueda mirar y disfrutar, amar y abrazar, pensar y desafiar. Tan sólo pido mi eternidad.

11 de noviembre de 2009

"Craaashh"

Esos tenis con tres tiras de velcro.
1, 2, 3...
Desabrochándoselos a la velocidad supersónica mientras se compite por ver quien se los quita antes y pone los dos pies primero dentro de la plataforma de plástico de colores primarios que resaltan a la vista.
Gritos, chillidos, que provienen de dentro. No es porque eso huela a pies, a helado derretido o podrido, o al pepinillo de la hamburguesa que el niño que no se lo quería comer lo dejó ahí olvidado con la promesa de que volvería a por él. Tampoco es porque un niño no quiera bajar por el tobogán, aunque eso pasa. No. Los gritos provienen de la risa inocente de un niño "inocente", de niños que se persiguen, que juegan a ese mítico pilla pilla, que se chillan para que salgan del tobogán o para picar al otro niño que se la queda pero que no consigue pillar a nadie porque es el más patoso.
Pero a medida que uno se va haciendo mayor esas cosas se pierden... Ese sitio te va apestando a pies cada vez más hasta que ya no soportas el olor ni a cinco metros, el pepinillo ya no te hace tanta gracia, ya te tienes que encorvar tanto para entrar te tienes que hacer una bola y a parte de todo eso, ya no puedes llevar el "craaashh" de tus pies con orgullo... ¡¡ya no los tienes!!
Ya no puedes correr para llegar el primero, ni gritar por lo feliz que estás, ni siquiera reírte cuando bajas del tobogán... ¡¡porque todo eso ya no lo tienes!! Tampoco puedes gritar sin que llames la atención, tampoco puedes colarte en todos los rincones habidos y por haber... simplemente no puedes... ¡¡has crecido!!
Sí, señores y señoras. Crecemos. ¿Y nos gusta? Mejor eso se lo dejo a cada uno. Pero quien no se da cuenta de eso no se queja de nada, no sabe que estudia porque ha crecido, porque ahora necesita tener un futuro por delante. Pero no todo es pesar. Hay quien, aunque sea sólo la minoría, mira a esos niños, que dentro de poco dejarán atrás el sonoro "craaashh", y piensa:
Míralos que mocos son, mejor tengo cuidado, que como les pegue un codazo los mato.
Y te apartas de ellos, mientras que tus responsabilidades crecen más y más, y el mundo se te hace cada vez más y más grande, y piensas:
¿De verdad estoy haciendo esto para vivir mejor? ¿Cómo lo puedo saber si sólo conozco esto, si sólo me imagino haciendo esto?
Estudiar es tu futuro, los estudiantes son el futuro, tienes que estudiar, estudia, estudia, ESTUDIA.
Siempre estamos viviendo para algo o alguien, nunca para nosotros, porque por mucho que estudiar sea para ti, estudiar es para que te dé un infarto por pasarte un día entero nerviosa como un flan por culpa de un examen, eso es para lo que sirve estudiar.
Partiendo de eso creo que no nos valoramos. No, no lo hacemos, e incluyo a los prepotentes, egocéntricos, narcisistas, etc., porque ellos tampoco se valoran. Ellos también estudian sí, pero ¿de verdad disfrutan con ello? ¿De verdad disfrutamos de ello?
Yo creo que no, porque esos exámenes nos evalúan, clasifican en válido o no válido, nos matan, hacen que riamos, que lloremos, que no durmamos, que no tengamos sueños...
Yo quiero volver a ese "craaashh", a ese ¡primero!, a ese pepinillo en la esquina.
Quiero mi "craaashh".
Quiero los tres.
Quiero mi sueño.

5 de noviembre de 2009

Quizás...

Mar salado detrás de mis ojos. Un crepúsculo se acerca por detrás, pero yo no puedo verlo. Me distraigo con facilidad mientras hago mis tareas y me escapo un momento a escribir este pequeño desaliento. El viento aúlla implacable por entre los edificios y hace mover los toldos desafiantemente como una amenaza invisible, y yo aquí sentada los contempló como si en realidad los toldos tuviesen vida propia y me estuviesen embelesando con movimientos sensuales y exóticos. Pero tengo que apartarme, debo dejar de observar el viento y su conversación y concentrarme en mi tarea, sólo así podré disfrutar más todavía de mi pequeño rincón donde mis pensamientos atascados esperan a que yo los rescate de esa cuerda que los ata y los aprisiona. Déjalos en paz, le grito. Libéralos, le suplico. Le lloro, le chillo y le ruego, pero ella no hace más que apretarlos y aprisionarlos más todavía. Sé que me tengo que dejar llevar, ya llegará, me digo. ¿Pero quién me lo puede garantizar? Yo tan sólo quiero que se vallan para yo poder distraerme pensando en ellas y no en las crueles palabras del viento y el monótono movimiento de los toldos. Tropieza, aguanta, levanta… momento mierda… acabará… Ella… Son algunos de los muchos textos que he escrito, de las muchas palabras plasmadas en la pantalla de mi ordenador que estaban almacenadas donde ahora las aprisiona la cuerda, de donde ya no pueden escapar ni ser liberadas. No sé si tengo un vacío o un simple paréntesis donde todo se queda en blanco y a pesar de mis esfuerzos tan sólo saco una mierda plasmada que no hace más que vaciarme más todavía. ¿Llegaré a recuperarlo? ¿Llegaré a recuperaros?Quiero recuperar aquello que me hacía sentarme delante de la pantalla, de una mesa, de un papel con un boli, y escribir… El agitar de las ramas por el viento. Siempre el viento, siempre me distrae, e incluso ahora cuando escribo y consigo que la cuerda se afloje un milímetro. ¿Será quizás él el motivo de mi aprisionamiento? No, no creo. Tan sólo es él quien me hace observar las cosas, esas tan cotidianas pero que bailan a tu alrededor y te atrapan en un sutil silencio que envenena tu mente con un vacío ininterrumpido, ni siquiera por el propio viento, que te chilla alrededor para despertarte y devolverte a la realidad, al mundo cruel donde las ideas están atadas y la imaginación no vuela por las nubes, sino por las jaulas. No debería de estar haciendo esto, pero es que hace tanto tiempo... Quizás tan sólo tenga que observar…

14 de octubre de 2009

Oh

Monstruos que acechan en la sombra. ¿Cómo es posible que este sistema funcione tan mal? Monstruos retrasados, lentos, incompatibles, que destrozan todo aquello que tocan y todo aquello por donde pasan. ¿Por qué simplemente no os marcháis? Malditos monstruos que despellejan el alma de una persona y corrompen su voluntad y su vida sólo con una simple frase, sólo con un simple gesto. Come y come y come, y vuelve a devorar las entrañas de todo aquel que se cruzan en su camino. Crece y crece y crece, y no para de ocupar las vidas de aquellos que se cruzan en su camino. Pero una puerta queda abierta. Oh puerta con la que nos encerramos y huimos del monstruoso monstruo. Oímos cómo aporrea la puerta, grita desmesuradamente implorando, clamando, atención, pues sin nosotros no es nada, no es ni átomo de polvo, ni la brisa de verano en el desierto. Oh pobre puerta que queda dañada por las garras del antes temido monstruo, pero no importa, hay tiempo de arreglarla, de que la marca de las garras de vallan y vuelva ese decorado tan complejo y pulcro. Oh pobre puerta dañada... Oh monstruo cegado y acabado...

4 de octubre de 2009

Tengo ganas de contarte un cuento...

Tengo ganas de contarte un cuento; de acurrucarte en mis brazos y no dejarte escapar, mientras te atuso el pelo y la historia invade el espacio de mi habitación transportándonos a otro mundo. Tengo ganas de contarte un cuento... Érase una vez un príncipe que se sumía en los defectos inexistentes, defectos totalmente ficticios, defectos que para el resto de las personas eran loables y extraordinarios. Pero el príncipe no creía a nadie y se sentía sólo, porque creía que por culpa de sus defectos la gente se alejaba de él. Un día encontró un libro. Érase una vez un príncipe... El príncipe leyó y leyó, se tiró todo el día leyendo. Cuando terminó, la historia le había parecido tan parecida a la suya que la vivió como el presente, pero evadiendo los recuerdos dolorosos y convirtiéndolos en meras imágenes, menos una. Aquella que se le clavaba en la cabeza como las espinas de un rosal... aquella en la que su mejor amiga se callaba, llamaba al silencio del príncipe y a sus oscuras tinieblas. El príncipe lloró esa noche, se comprobaba por las gotas en el papel, por los surcos que dejaban las cataratas saladas. Cuando llegó el día siguiente el príncipe volvió a leer. Siempre el mismo libro, siempre el mismo cuento, siempre las mismas penas, siempre los mismos lamentos. Pero nunca se terminaba el libro, siempre dejaba la última página, aquella en la que la verdad se esconde y el final del libro no concuerda con los sentimientos del principio. Pero el príncipe no siempre leía. El resto del tiempo se lo pasaba con su criada, una chavala unos meses más pequeña que él pero que desde chiquitita tenía que encargarse de él. Él le contaba todo, siempre, sobre todo desde que tenía el libro, le contaba los pensamientos hacia los actos de los personajes, sus actitudes, sus gritos, sus silencios, y siempre era lo mismo... él hablaba, ella escuchaba. Con el tiempo llegaron a ser mejores amigos, pero él seguía hablando y ella seguía escuchando. Pelea, gritos por el cuarto del príncipe, la armonía destruida por una lágrima. La mejor amiga (m.a) decidió leer el cuento, enterarse de por qué el príncipe llevaba tiempo sin hablar. Pero él la pilló y montó en cólera. Distancia, mucha distancia. El príncipe seguía leyendo, pero ya no tenía a nadie con quien hablar. La m.a seguía trabajando pero ya no escuchaba nada, ni siquiera el murmullo de sus pensamientos. El príncipe estaba perdido, se acordó de nuevo de sus "defectos", de sus horribles "defectos" y no pudo más, no aguantó el silencio. Pensó que si releía el libro una y otra vez encontraría esa mejor amiga que necesitaba. Y buscó, buscó, buscó y rebuscó. Incluso miró en resto de los libros. En cualquier cosa que estuviese escrito. Y los grilletes de su visión se rompieron en mil pedazos... Se dio cuenta. Al igual que la criada se dio cuenta desde que pelearon, desde que vio al príncipe con otros libros, desde que se enteró de que el príncipe apartó la mente de la última página... El príncipe seguía buscando, rehuso a pasar la página, esa página manchada por una lágrima. Pero la m.a sí leyó el final del libro y sabía qué tenía que hacer. Y se lo explicó: -Arranca todas las hojas menos las del principio, las bonitas. Y el resto ponlo en un libro a parte. Pero el príncipe seguía indeciso. Era la primera cosa que le contaba y el príncipe no sabía si era una mentira, una verdad o una tergiversación, un retuerce de palabras enmarañadas que dibujaban una realidad muy simple emanadas de la boca de aquella que una vez atrás estuvo siempre ahí. Tengo ganas de contarte un cuento... pero todavía no sé el final...