Se ha vuelto a quedar
dormida; oyó el despertador, pero lo apagó sin darse cuenta. Se levantó tirando
de su cuerpo, el cual pesaba una tonelada, y se arrastró hasta la ducha. Tras
tirarse un rato bajo un chorro de agua ardiendo por fin pudo abrir los ojos. No
se daba cuenta de que el tiempo corría y de que, en su caso, volaba. Mientras
se preparaba el desayuno por fin vio que era demasiado tarde como para andar
todavía en bata y empezó a correr: al igual que un torbellino, fue de un lado a
otro de la casa buscando ropa limpia que ponerse y haciendo la mochila. No
tardó mucho en “vestirse” pero el tiempo no perdona y ya eran las ocho y cinco.
Echa una maraña salió de casa y llamó al ascensor pulsando una y otra vez el
botón nerviosamente. No quería llegar tarde, este año no.
Al salir a la calle le
golpeó el frío matinal en toda la cara, por suerte llevaba una chaqueta en la
mano, pero con las prisas tan sólo pudo ponerse una manga. Corrió cuesta
arriba, con los cordones enredándose entre sus pies, la mochila cayéndose de un
hombro y la chaqueta del otro. Al final llegó sin aliento a la gasolinera, pero
lo consiguió: las 8:07 y el coche todavía no había llegado. Respiró aliviada y
terminó de arreglarse antes de que el coche llegase dos minutos más tarde.
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