22 de febrero de 2013

De eso va su vida: de ser cobarde

Es simpático, se dijo así misma. Y se dio cuenta de que le llamaba mucho la atención. Todas las personas nuevas que había conocido habían sido muy simpáticas y amigables, pero había algo en él, algo intenso, algo que hacía que su interés se convirtiese en obsesión durante minutos y horas, y cada vez que lo viese en su mente. Y aunque tenía el vago recuerdo de que ya lo había visto en algún sitio, sus ojos denotaban un fuego interior que nunca había sentido al mirar a alguien. Pasión. Deseo. Fuerza. Interés... ¿Interés por ella? Quería creer que sí, que esa noche había sido un intento constante por seducirla, pero ella nunca estaba segura, y prefería no darle vueltas al asunto, no alimentar su autoestima. Mas era tal la curiosidad que sentía, que no podía evitar prestarle atención, mirarle, observarle, acariciarle de soslayo, juguetear con él, reír con él, hablar con él...
Sin embargo, cuando él le dijo que  a ver si se veían otra vez, no supo reaccionar y tan sólo supo responder al encantado de conocerte con un igualmente. Triste, pero cierto. No era la más idónea para atrapar indirectas, y mucho menos tan fugaces como aquella, y dos segundos más tarde ya estaba reprochándose no haber podido decir siquiera un cuando tu quieras. Y siempre le pasaba lo mismo.
A esos dos segundos le siguieron la sucesión de escenas que habría desencadenado otra respuesta distinta, una provocación. Escenas de amigos, de mejores amigos, de amigos-hermanos... En definitiva, todo tipo de relaciones amistosas. Ella quería un amigo nuevo. Pero el momento pasó, desapareció, se olvidó, él lo olvidó... ¿lo olvidó? Ella lo seguiría recordando como aquello que pudiese haber sido, pero ¿y él? ¿Dejó ella la misma huella en él? ¿Estaría repitiéndose él la misma escena, una y otra vez, una y otra vez, con multitud de finales? ¿Estaría él pensando lo mismo que ella en ese instante?
Siempre se arrepentirá de su cobardía. 

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