Sentada ahí, con la mirada fija en el infinito de la pantalla, desprendiendo tristeza a través de sus ojos. Está enfadada, y no le gusta. Oye la voz de ese bastardo y su rostro cambia: sigue mirando al infinito pero su boca se contrae en una mueca de desagrado. Pero no se va, es fuerte, y se mantiene en su puesto pensando que ojalá pudiese estar dentro de su cama, con los ojos cerrados, y la mente apagada.
Pero no, no se movió, ella seguía ahí.
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