Le vio allí de pie, de espaldas, al borde del precipicio, observando, con su porte burgués, la inmensidad de las nubes.
Se acercó a él, casi se pegó a su espalda, aspiró su olor... pero él ni se inmutó; siguió contemplando su soledad en la naturaleza, ignorando el espíritu de su amada.
Ella gritó; él dejó caer una lágrima.
¡Precioso! Me ha gustado mucho esta entrada.
ResponderEliminarUn beso :)