El alba estaba despuntando ya y a la linde del bosque se podía ver su silueta recortada oteando el horizonte con su capa movida por la leve brisa de la mañana, esperando a que el mensajero llegase con alguna noticia. Pero pasaba el tiempo y no veía ni a nadie ni a nada.
Todos los días desde que la guerra había estallado, al este del país, ella se acercaba a la frontera para recibir con los brazos abiertos al mensajero (o cualquiera con noticias nuevas), sin embargo, éste ya llevaba varios días sin aparecer y el mal augurio empezaba a apoderarse de ella. El tiempo siguió sin detenerse y tras varios meses empezaron a regresar hijos, maridos, tíos, sobrinos... día tras día el pueblo se iba recuperando y, aunque todos la intentaban animar, sus miradas reflejaban la poca esperanza porque su esposo volviese. Ella, por el contrario, se autoconvencía todas las mañanas de que su momento había llegado, que era su turno de volver a ser feliz. El fin de la guerra llegó tras varios años,y todo el mundo, sin excepción, volvió a sus hogares: los vivos con secuelas de los vivido; los muertos con camas de madera.
Esa mañana, esa fatídica mañana, se divisaba otra vez la silueta recortada a los bordes de la frontera, que parecía que hablaba con el sol, el cual despertaba de su breve y largo letargo. A lo lejos empezó a vislumbrarse la figura de un caballo y, a medida que ésta se acercaba, más eran las ansias de la mujer por conocer nuevas noticias y confirmar un pálpito con el que se levantó esa madrugada. Un pálpito erróneo, pues el hombre a caballo era uno de los generales del ejército que estaba al cargo del pelotón de su marido y sus palabras le rajaron el alma: le contó cómo su amado esposo fue capturado por el equipo enemigo y que, aun habiendo ganado la guerra, no habían conseguido encontrarlo, ni siquiera a sus restos.
La mujer rompió a llorar, apretujándose la ropa contra el pecho para intentar sofocar el dolor que la consumía, pero era inútil y ahora debía... no, tenía, que enfrentarse a su verdadera realidad: la de que moriría sola, ya que sabía que no sería capaz de volver a amar con un corazón tan desguazado y desfigurado.
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