Pero eras como una droga, y, por mucha agonía que me causase verte, necesitaba confirmar que todavía me prestabas atención, que me mirabas igual que cuando creía que te gustaba.
Me destrozaste, me vapuleaste, martirizaste, desgarraste, despedazaste, sacudiste, apaleaste, mortificaste, hiciste añicos y atravesaste mi corazón; te llamé de todo, la llamé de todo, todos los insultos que se me ocurrían se los decía a mi almohada pensando que erais vosotros. Siempre en la noche, para ver si el día las borraba.
Pasó el tiempo y afortunadamente me acostumbré a poner mi cara de "estoy bien, no me pasa nada". Pero eso no significa que dejase de llorar. ¿Acaso no quería yo que también me comieses con la mirada? Pues claro que quería. ¿Acaso llegó a pasar? Pues claro que sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Comenta! Mi blog tiene mucha hambre y ¡sólo se alimenta de comentarios!